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10 Noviembre 2010
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Nuestro hipócrita racismo
Hugo L. del Río

Los imperialistas nunca han disimulado su racismo, esto es, su desprecio a lo que consideran razas inferiores. Es más: justifican el imperio sobre la base de que ellos, los expoliadores, pertenecen a un grupo étnico superior en lo intelectual y lo moral a los pueblos sometidos.

Solo los ingleses tuvieron el descaro o la franqueza de admitir que conquistaban países para explotarlos. Nada de llevar la civilización o el cristianismo a gente pagana y primitiva, como pretendían justificarse otros imperialistas.

“Occidente es occidente y el oriente es el oriente y jamás se encontrarán”, escribió Rudyard Kipling. Sin embargo, este poeta del imperio más poderoso que jamás conoció el mundo, le rinde emocionado tributo a Gunga Din, el humilde aguador que da la vida para salvar a soldados ingleses que lo despreciaban.

Los norteamericanos nunca se anduvieron por las ramas. A los indios simplemente los exterminaron y a los pocos sobrevivientes los encerraron en reservaciones. Los mexicanos y los negros eran ciudadanos de quinta categoría hasta que el Tío Sam los llamaba a derramar su sangre para salvar a una democracia que ni en cuenta los tomaba.

Las cosas ya cambiaron en el vecino país. Ahora hasta tienen un Presidente afro. Obama confirma que el arte se adelanta a la historia: Irving Wallace, quien solo es genial a la hora de cobrar sus regalías, tuvo este singular acierto:

Hace cosa de cincuenta o sesenta años escribió la novela “El hombre”, cuya línea argumental es la sacudida sísmica, entonces ni soñada por los liberales o reformistas más radicales, provocada por el hecho incontestable y totalmente apegado a la Constitución de que un negro  se convierte en Presidente de la Unión Americana.

Nosotros presumimos de ser ajenos a toda manifestación de racismo, pero…

Hace poco vi una película mexicana del año del caldo: “Venganza apache”. Un enchilada western, pues. La acción se desarrolla en Estados Unidos: blancos contra apaches malos (porque en el filme también hay chiricahuas y mezcaleros buenos, como hay caucásicos malevos).

Hacemos películas donde, en territorio norteamericano, criollos y mestizos combaten contra los indígenas.

Lo cual confirma nuestra hipocresía y nuestro racismo.

¿O qué, han visto ustedes muchas películas mexicanas donde los soldados y colonos mexicanos hacen la guerra a los indios mexicanos?

No, porque oficialmente admiramos al indio: le levantamos estatuas, le construimos plazas, le ponemos su nombre a calles y avenidas, escuelas y hasta embarcaciones.

Sin embargo, desde que México es México los hemos masacrado (perdón por el galicismo) con tanta alegría como lo hicieron nuestros antepasados españoles.

Seguimos asesinándolos. Los humillamos, les quitamos sus tierras, los obligamos a adorar a Dios de esta o aquella manera.

Pero ellos no se dejan doblegar.

Supongo que nos da vergüenza reconocer que hemos tratado a los indios no a puntapiés sino a punta de bayoneta.

La casta dorada de Yucatán vendía indios mayas como esclavos a los latifundistas de Cuba. Llegó el momento en que los nativos se hartaron y estalló la Guerra de Castas. Duró medio siglo y se despobló la península.

Durante el porfiriato –la dictadura de la paz social y el progreso—hubo una escalada en la matanza de mayas: se aprovecharon los litorales y los cursos de agua para botar lanchas motoras armadas con ametralladoras.

Matar al mayoreo.

Con los yaquis la cosa fue peor. Estuvieron cuatrocientos años en rebelión, desde que llegaron los españoles hasta el gobierno de don Lázaro Cárdenas. El michoacano fue el primer gobernante –quizás el único— que los trató como lo que son: seres humanos, y les procuró justicia.

Permítanme recuerdos de familia. Mi padre y mi abuelo materno fueron ferrocarrileros y en la última campaña contra el yaqui el gobierno los militarizó.

El abuelo era maquinista. A la usanza de los tiempos, la abuela lo acompañaba en la locomotora, con todos los críos: mi señora madre y mis señores tíos.

Los yaquis cortaron la vía en ambos sentidos. El abuelo, con su tren militar no podía avanzar ni retroceder. Los yaquis no pudieron tomar por asalto los vagones, pero los guachos tampoco se animaron a bajar de los carros.

Se quedaron si agua. En la noche el abuelo dejó la locomotora para buscar agua. Lo atraparon los yaquis y ya lo iban a matar cuando a mi ascendiente se le ocurrió hacer un signo masónico. Un indio le respondió y así no solo salvó la vida sino que volvió a la máquina con agua.

A mi señor padre –entonces no se conocían él y mi abuelo-- le ocurrió algo parecido. Él era un cingón (ya no usamos la ch) en radiotelegrafía y descubrió, entre otras cosas, que destacar en el oficio tiene sus asegunes. Lo obligaron a acompañar a una unidad de reconocimiento con su equipo portátil de comunicaciones.

A todos les dieron un puñal con instrucciones de no dejarse capturar. Sí, el yaqui estaba lleno de odio por todas las crueldades que había sufrido por parte de los “yoris” y al tomar prisioneros hacían caso omiso de las convenciones internacionales sobre el trato a cautivos de guerra.

La libró. Por eso estoy aquí.

Poinsett nos provocó una confusión de la que es fecha que no salimos. De españoles no tenemos nada. Ni criollos ni mestizos: indios a veces güeros, pero indios.

Tengo un amigo güero de ojo azul. Y me dice, muy serio: cuando vinieron los malditos españoles y destruyeron nuestra civilización…

Mi cuate es nieto de vascos y asturianos. A la antigüita, el oficial del Registro Civil le acortó el apellido, porque el original tenía diecisiete letras de las cuales catorce eran consonantes seguidas.

Si queremos cambiar, y necesitamos hacerlo, sería bueno comenzar con admitir que criollos y mestizos somos injustos y crueles con los indios.

Y si queremos hacer películas de guerras contra indígenas no necesitamos fingirnos gringos. Es más, los apaches eran mexicanos. Sus nombres lo dicen: Jerónimo, Mangas Coloradas, camisa de Hierro, etcétera.

 

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