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21 Diciembre 2010
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ANÁLISIS A FONDO
De secuestrados a secuestrados
Francisco Gómez Maza

Los poderosos pagan rescate…
Los pobres pagan con su zalea

mLa vida es así, desigual hasta en la desgracia, en la sangre, en el secuestro, en el asesinato. Me disponía a tundirle al procesador de palabras, cuando conocí la noticia de la liberación de Diego Fernández de Cevallos, dada a conocer como primicia por un lector de noticias de la televisión comercial, con pompo y platillo.

Si los contadores morbosos de arabesco Unomásuno no se equivocan, el “Jefe” Diego, el ingeniero de conversaciones truculentas en lo oscurito, estuvo en manos de sus captores (quiénes, por fin, fueron. Lo sabrán ellos y dios padre), a quienes jamás agarrará ninguna policía, estuvo 220 días en la total incertidumbre. Pero, mediante un pago millonario, cuyo monto desconozco, fue liberado y no tuvo la suerte de muchos que dejan la zalea en cualquier basurero, como ocurre con muchos inocentes, que no pueden pagar ningún rescate. Gracias a la vida (y al caballero don dinero, poderoso, que hace bailar hasta a los perros) deben darle Diego y su parentela, porque ahora podrán estar juntos, la Noche Buena, en torno a una mesa en la que brillará lo dorado de la piel del pavo que se engullirán, todos contentos.
 
No ocurre así en la inmensa mayoría de los casos. Hace tiempo a una amiga mía le fue muy bien. Se subió a un taxi, el cual iba escoltado por otro vehículo que le seguía. Llevaron a la mujer ahora sí que a lo oscurito. Le quitaron todo lo que llevaba encima, salvo la vestimenta y la dejaron abandonada quién sabe en qué zona de esta inacabable ciudad de México. Le fue bien porque, como no llevaba ningún objeto de valor, los secuestradores creyeron que no podrían hacer ningún negocio con su familia. Y mejor decidieron abandonarla. Pero muchos secuestrados no regresan. Inclusive, a quienes pagan el rescate, aparecen hechos cadáveres, si es que aparecen. A otros, de plano los matan sin siquiera exigir rescate, como tantos casos.

La gente está harta de este desmadre que, si fuera posada mexicana, sería divertido, pero que es una maldita realidad en este México que paso a paso se encamina hacia un desfiladero sin fondo, si los mexicanos no le ponen alto. Cómo. No lo sé. Porque no es haciendo a un lado el miedo, como lo ha advertido el señor Blake, como los mexicanos van a enfrentar la delincuencia.

La amiga Marisela Escobedo, tan porfiada en creer en las instituciones a las que exigía justicia para su hija Rubí, fue muerta el jueves en plena entrada del Palacio de Gobierno de Chihuahua; luego fue encontrado el cadáver de su ex cuñado, Manuel Monje Amparán, a quien “desconocidos” le hicieron trizas su negocio, prendiéndole fuego.

Ahí está también el emblemático caso del secuestro y asesinato, después de no poder juntar el dinero que los “secuestradores” le exigían. Ahora, la señora Isabel Miranda de Wallace, premiada con la presea de los Derechos Humanos por el presidente Felipe Calderón (a Marisela, como les dije ayer, la convirtieron en una presea de plomo para la Madre Tierra). Ahora, doña Isabel anda en busca de los restos de su hijo, luego de lograr, por sus ovarios, el arresto de sus asesinos.

En 2005 ya va para once años, un ex policía y su banda secuestraron y destazaron a su primogénito Hugo Wallace. Y doña Isabel muere de coraje contra las autoridades porque hoy se ponen a sus órdenes, pero en su momento no hicieron nada, cero; nadie, ni la Policía Federal ni la de la Ciudad de México (a esta última yo llamo “El Cártel de Marcelo”, porque son peores que cualquier sicario de una “honorable” banda del crimen organizado. Los policías de Ebrard sí que están organizados para asaltar, robar y con la venia de sus jefes a quienes hacen partícipes de los botines que recogen todas las noches. Y de esto nadie puede desmentirme porque yo fui ya víctima de sus rapacerías).

Wallace recibió esta semana el Premio Nacional de Derechos Humanos de manos del presidente Felipe Calderón, porque ella misma capturó a los agresores de su retoño y por ser coautora de la nueva ley que indemniza (bueno: que debe indemnizar) a las víctimas de raptos con fines económicos.

La presea la ha pagado con creces: burlas de policías a quienes les rogó hincada por justicia, dinero de su bolsa, atentados contra su vida y su dignidad. La semana pasada enfrentó a Jacobo Tagle, el último de los secuestradores de Hugo que faltaba por capturar y en quien finca sus últimas esperanzas para encontrar los restos de su hijo, que dejaron en un lote baldío del sur de la ciudad. Asesino y madre fueron en dos grupos custodiados por policías en busca de los huesos de Hugo, cercenado con una sierra eléctrica tras su muerte por paro cardíaco cuando los plagiarios se excedieron en una golpiza.

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