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21 Diciembre 2010
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Saldo rojo de la democracia en Oaxaca
José Luis Sierra V.

Sí, es cierto, fue en contienda democrática como la sociedad oaxaqueña pudo despojarse del pesadísimo lastre que representaba el caciquismo y, en particular, la persona y el grupo político de Ulises Ruiz Ortiz. Pero no nos engañemos, para que Gabino Cué lograse el triunfo electoral, resultó necesario que su alianza interpartidista, fraguada al cobijo de Diódoro Carrasco, contara con el respaldo de los exgobernadores Vázquez Colmenares, Heladio Ramírez y José Murat, todos priístas activos.

Ganó Gabino, es cierto, pero la democracia, sus instituciones y sus procedimientos no pudieron evitar la polarización social, ni la represión o las muertes que aquella propició. No se pudieron frenar –para no hablar de impedir o sancionar- los excesos de Ulises Ruiz. No se pudo obligarlo a rendir cuentas ni se pudo impedir que Congreso y juzgados extendieran certificados de impunidad al depredador de famas, de vidas y de riquezas.

En Oaxaca quedó patente la insuficiencia de la democracia para responder a las demandas de una sociedad atrasada, con rezagos sociales acumulados por años y, sobre ellos, el dominio de una estructura caciquil fincada en la gestión clientelar y en el autoritarismo. Por desgracia, Oaxaca es uno más de los estados en donde impera esta realidad; entidades en donde se halla bloqueado el libre desarrollo de la democracia; regiones enteras del país que operan como bastiones del retroceso.

Al gobierno de Gabino Cué le espera la suerte del cohetero. Malo si no persigue y castiga a sus antecesores; peor si no responde a las expectativas insufladas de cada grupo, de cada sector de la sociedad oaxaqueña y de la opinión nacional por añadidura. Contra el tiempo, sorteando las minas sembradas, con urgencias enarboladas por grupos y líderes que se erigen en acreedores insatisfechos, limitado en fin por los recursos económicos y por las posibilidades estructurales, Gabino Cué tendrá que conjugar las tareas de desmantelamiento del pasado autoritario y corrupto con las pesadas tareas de construcción del presente en una sociedad poco afecta a los consensos.

Hacia la fractura que se dio en Oaxaca y que dañó gravemente su presente y su futuro, hacia allá se dirige Yucatán por los excesos de Ibóm Ortega, por las torpezas y el cinismo de su gobierno. El dispendio y el crecimiento exponencial de la deuda son la expresión económica de una visión que asume la política como botín. La depredación del erario se corresponde con el oportunismo, con la sed insaciable de riqueza y reconocimiento que caracterizan a los trepadores.

Pasado el período de gracia que acompañó a Ibón Ortega en sus primeros años de gobierno, la sociedad yucateca experimenta ahora la fase del declive, el deterioro económico y político que implica división, confrontación permanente, polarización social y descomposición política.

No nos llamemos engañados por el mal gobierno de Ibóm Ortega: era bola cantada. No se podía esperar otra cosa de una pandilla que llegó al poder con afanes revanchistas. Tenemos un gobierno de arribistas, un gobierno faccioso que sólo ve y trabaja por sus intereses de grupo.

Lo que sí llama a sorpresa es la poca resistencia brindada por la sociedad yucateca, por los grupos y los líderes de convicciones democráticas que cumplieron un papel significativo y valioso en el pasado reciente. Lástima que así sea porque los costos, los altísimos costos que está pagando Yucatán pesarán por muchos años en la calidad de vida de los yucatecos, recortando aún más los escasos recursos de que se dispone para responder al futuro y a sus retos.

 

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