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ELLA SONRÍE

El amor es sufrido y bondadoso.
El amor no es celoso…
No lleva cuenta del daño,
todas las cosas las soporta,
todas las cree,
todas las espera,
todas las aguanta.
1º  Coritintios 13: 4-6  
 
Dijo que lo había visto tomado de la mano con una flaca, en uno de los tantos antros de la ciudad, yo le pedí a mi  contacto que me contara con detalle, pero no quiso, me advirtió que si le hacía una pregunta más, me eliminaría. 
Afirmó que  mi novio había dicho de mí: “Ella es gordita y creo que tiene todo en su lugar, pero uno... pues uno ve otras opciones, no le vayas a decir nada” y finalizó la conversación de messenger apareciendo en estado offline. 
En el momento que lo conocí, no creía en el amor, pero sí en la fidelidad. Me había inclinado por la salud física y emocional de lo que constituye una pareja y las traiciones no son parte de ese ideal colectivo. Fácil es dejar que las hormonas te hagan cosquillas en la conciencia y en el cuerpo,  y por tanto, subjetivar tales sucesos llamándolos con la tan mencionada palabra amor. 
Para Platón, el amor verdadero radicaba en la belleza del espíritu y el cuerpo era tan sólo la cárcel de éste. Como me hablaba tanto de filosofía, creí que había perdonado mi obesidad, mi altura, la flacidez y la calvicie que mes con mes era más notoria. Olvidando que para los griegos, la belleza de la mente también radicaba en la belleza del cuerpo, tal como sugiere el poeta romano Juvenal con la famosa frase “Mens sana in corpore sane” y tal parece que ese pensamiento sigue vigente. A los feos se nos relaciona con lo desagradable. Miles de productos que prometen erradicar el mal y mejorar la salud “Si en verdad lo quieres, regálale clearasil”, es el slogan de una campaña publicitaria de un producto antiacné, pero podemos nombrar otros tantos: para el peso, la piel de naranja, cicatrices, várices, maquillajes, tintes, lentes de contacto, todo un catálogo de productos para escoger, pues en este mundo donde cada vez es más difícil conseguir cónyuge, los rasgos biológicos del macho y la hembra resultan insuficientes para lograr atraer a una pareja. Por eso los humanos, habitantes de lo que Desmond Morris llama “La Súper Tribu”, buscarán exagerar las características naturales y provocar mayores estímulos de conducta en los posibles pretendientes.
Evidentemente es posible mejorar la naturaleza, lo que para algunos parece molesto: “Una piel clara e impoluta  es sexualmente atractiva, su suavidad puede ser acentuada con polvos y cremas, en épocas en que era importante demostrar que una hembra no tenía que trabajar al sol,  sus cosméticos la ayudaron creando una blancura supernormal… Otra característica de su piel es que es menos vellosa que la del macho adulto, también aquí se puede conseguir un efecto supernormal mediante formas diversas de depilación, añádase a todo esto, su supernormal maquillaje de ojos, lápiz de labios, laca de uñas, perfume y ocasionalmente, incluso rouge para pezones”. (Morris: El zoo humano).
Tal vez el problema era mi apariencia, quizá yo no era mujer suficiente para un hombre estándar, fue uno de los tantos pensamientos que me pasaron por la cabeza al tratar de explicarme por qué. 
Hoy en la cena le conté lo sucedido, le pregunté si eran ciertos los rumores, pero lo negó. Las palabras que Carlitos me dijo por internet eran tan incisivas e imposible de erradicar “Pero tú no me quieres creer porque eres feliz así”. Me dio tanto miedo que tuviera razón, y por eso quise aferrarme al texto bíblico que me hubiese gustado que leyeran si nos hubiésemos casado. “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso”. “El amor no es celoso”, me repetía una y otra vez. “Todas las cosas las soporta, todas las aguanta”. De pronto, decidí que ya era suficiente, me levanté con la excusa de ir al baño, me obligué a hacer pipí para justificar mi ausencia en la mesa, mientras lloraba de coraje y dolor. Luego me lavé las manos y fue ahí dónde me llegó la idea. 
Me quise vengar.  Por eso vacié el dentífrico al drenaje, apreté el tubo de pasta mientras veía como ésta se iba junto con el agua, me regocijaba al imaginarlo con mal aliento y a todas las mujeres huyendo de su boca apestosa. Mi rostro se iluminó ante el espejo, con mi brillante estrategia para espantarle a las flacas, regresé a la mesa y le sonreí con mis blancos dientes recién cepillados. La comida no me supo tan bien, pero aún así, me sentí satisfecha. Tal vez así era feliz.  

Laura Alicia Fernández Cruz 

 

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