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EN VIDA, HERMANO, EN VIDA
Lorena Sanmillán

No sé si por ser la menor o por ser mujer, o no sé exactamente por qué razón, pero cuando era necesario, me tocaba a mí acompañar a mi mamá al ISSSTE. Mientras esperábamos por su consulta ella bordaba o tejía; yo hacía mi tarea. Cuando terminaba, me ponía a mondadear por los alrededores. Uno de mis sitios favoritos de excursión era el departamento de Difusión Cultural. En ese tiempo, era un cubículo pequeño con vidrieras en los cuatro costados. En éstas pegaban posters con información diversa y florecitas, peluches, estampas cursis y, lo que en ese momento consideraba, poesía. En una de esas estampas me encontré el poema de Ana María Rabatté “En vida, hermano, en vida…”  y recuerdo que en ese momento fue una revelación. Ante mí estaba la sabiduría del mundo. Lo copié en mi libreta y comencé a decirle a todos mis seres queridos que, efectivamente, los quería.

Mi campaña tuvo poco éxito pues casi todos los interpelados se asombraron ante mis confesiones y establecieron que algo oscuro pretendía u ocultaba, al decirles de pronto lo que sentía por ellos, llevándoles un obsequio o simplemente sonriéndoles. ¿Ahora qué hiciste? Me dijo mi hermana Eunice cuando le llevé una teresita del jardín de la vecina. A veces, las buenas intenciones topan con la realidad y ahí quedan. Hay que ser muy valiente o muy romántico para continuar con la empresa amorosa cuando en el frente tienes la adversidad. Con la fuerza que me quedaba, seguí mi intención de desparramar mi amor por el mundo. Fuimos de visita con mi tía Lupe y ahí encontré a mi prima Armandina, por fin me topé con un ser sensible que me comprendió. Juntas leímos el poema y ella me explicó verso tras verso.
Las revelaciones universales seguían en mis oídos.

Había mucha distancia entonces entre la muerte y yo. No entendía y sigo sin entender cómo las personas, cuando mueren, se convierten en héroes, en casi santos sin defecto, aunque hayan sido más piores que lo peor. La idea era buena, hacer y decir en vida aquello que eleve el espíritu y mejore las relaciones humanas. No visitar panteones, sino llenar de amor corazones. El tiempo, la vida, la madurez y la comodidad se llevaron este poema a un recuerdo y a muchas actitudes procedentes de la inercia. Ayer lo recordé, cuando supe que Rabatté había muerto. En vida, hermano, en vida… nunca me di el tiempo para volver a releerla. Dejé de expresar afecto porque sí y he sucumbido ante la rutina diaria que lleva al sustento material pero no tanto al emocional.

En la relectura actual, las barreras intelectuales me conducen a sentir sus textos bajo otra óptica. Repeticiones, aliteraciones accidentales, reiteraciones, rimas simples. No me parecen poesía en su más alta concepción, si acaso textos de la más pura escuela de superación personal altamente explotada por varios locutores de radio en la actualidad. No es moda, así ha sido siempre, sólo que antes no había tantos canales de difusión como ahora ni estábamos tan perdidos buscando consejos donde se pudiera. Si es literatura o no, es lo de menos en este presente. No es este artículo una disertación sobre los elementos literarios en su escritura, ni tampoco pretendo decir “tan buena que era”. Sostengo que es válido también leer por placer, leer por terapia, leer por gusto, leer por encontrar esperanza.

Docenas de veces he leído poemas doctos, de autor, que al terminar de leerlos no me dicen nada y siento que he gastado mis pupilas bajo un engarce de narcisismo de alguien que rebuscó letras y palabras de esas que pocas veces salen de los diccionarios sólo por impresionar al lector pretendiendo ser poeta críptico y entre menos te entiendan mejor pues es de élite. Quizá sin mensaje, pero intelectualmente perfectos. Métricos, exactos, pero sin alma. No he visto algún moribundo que pida leer algún premio Nobel, pero sí me he encontrado en los pasillos de hospitales poemas como los de ella, sabiduría popular que hace transitables los momentos inexplicables. Instantes de vulnerabilidad ante los que incluso Simone de Beauvior tuvo que bajar la cabeza.

Dado lo anterior me quedo con Anamaría y sus lugares comunes que pueden arrancar una sonrisa y hacerle la tarde a alguien que de pronto recibe una llamada, sólo para decirle que la quiero, que es importante para mí. Así que aviso, ataco de nuevo, volveré a decir te quiero cuando lo sienta, sin esperar que sea cumpleaños o catorce de febrero. Empezaré por mi madre para agradecerle el permitirme acompañarle al hospital y conocer a esta señora y así, hasta que se me acabe el saldo. La poesía no debería ser aquella que sólo da imágenes, métrica, metáforas y otras figuras literarias. La poesía y la escritura habrían de ser mensajes del fondo del alma que buscan su replicante en quien los reciba.

Descansa en paz, Anamaría, en esa tumba que, si seguimos tu consejo, nadie visitará. Será mejor que releamos tus libros, ahí te encontraremos y tal vez volvamos a encontrar un poco de paz en este mundo que a veces se presenta ante nosotros de un modo impertinentemente intelectual.

lorenasanmillan@gmail.com
http://lorenasanmillan.wordpress.com

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