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968 10 Enero 2012

La mujer, un olvido de Dios
Efrén Vázquez

M
onterrey.-
Después de haber creado Dios el cielo y la Tierra, después de haber creado la luz para diferenciarla de las tinieblas y de esta manera hubiera tarde y mañana, día y noche; después de haber creado el firmamento y las aguas bajo éste; después de haber separado lo seco de lo mojado, después de haber creado la vegetación y todos los animales, después de haber creado las estrellas del cielo para separar el día y la noche...

Después de que Dios distinguió los días de los años, después de que echó a volar las aves sobre los mares y de que creó los grandes monstruos marinos; después de que sentenció que todos los animales se habrían de reproducir; después de que creó al hombre a su imagen y semejanza para que dominara sobre los peces del mar, las aves del cielo, las fieras, reptiles y, en sí, sobre todos los seres vivientes…

Y después de que el Señor Dios con polvo de la Tierra creo a hombre y con su soplo le dio vida, colocándolo en el Jardín del Edén para que lo sembrara o lo cuidara, ya en el séptimo día, llegó a la conclusión de que no era bueno que el hombre estuviera solo y decidió darle una ayuda, creándole la mujer de una de sus costillas. 

“Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un sueño profundo, y mientras dormía le quitó una de sus costillas, poniendo carne en su lugar. De la costilla tomada del hombre, el señor Dios formó la mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó: Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada hembra porque ha sido tomada del hombre”.

Adviértase que el hombre puesto por Dios en el mundo de los sentidos, es decir, el mundo que es cognoscible a través de los sentidos, con la licencia de Dios el hombre produjo el mundo del sentido, a saber, el mundo del lenguaje, por medio del cual se atribuye sentido a las cosas del mundo, ya que por mandato de Dios éste dio nombre a todos los animales y cosas del mundo, incluso a la mujer. La mujer fue nombrada por el hombre, no por Dios; ella no tuvo de Dios la facultad de nombrar, y menos de nombrarse a sí misma.

La mujer es un olvido de Dios en la creación, pues como se podrá advertir, entre la creación del cielo y la tierra, las bestias, los ganados y los reptiles, pasando por la creación del hombre, hubo muchos después, antes de que a Dios se le ocurriera crear a la mujer. Paradójico, ¿no?, pues siendo que por voluntad del señor Dios en el cuerpo de la mujer se gesta la criatura humana, ésta es el último eslabón de la creación.

He ahí el sentimiento y pensamiento de la tradición judeo-cristiana, socializada, per secula seculorum, desde Roma; y en esta milenaria cultura de dominación masculina decretada por Dios, todo gira alrededor del hombre, tan es así que en el Derecho Romano, y éste de alguna manera se proyecta a los tiempos actuales, la mujer, sin el hombre, carece de existencia jurídica.

Pero volvamos al gran relato de la creación, cuyas ideas, reproducidas en textos clásicos de distintas épocas y culturas, se constituyen en la columna vertebral de la realidad del sujeto; y son base, además, de la identidad femenina y masculina. De ahí que para los sujetos constituidos por la idea de sexo-pecado, la debilidad de la mujer ─puesto que ésta se dejó seducir por la serpiente─ exonera al hombre de sus culpas. En efecto, Dios vio el deseo en la mujer, no en el hombre; un deseo que, a decir del relato bíblico, se constituye en causa del sometimiento de la mujer al hombre.

Dios dijo a la mujer, después de que inducida por la serpiente desobedeció el mandato de no comer del Árbol de la Ciencia: “Multiplicaré el trabajo de tus preñeces. Con dolor parirás a tus hijos; tu deseo te arrastrará hacia tu marido, que te dominará”.

Pues bien, éste y muchos otros grandes relatos inspirados en el Génesis, que se constituyen en carne y hueso del sujeto, culturalmente tienen que interceptarse por las mujeres y los hombres a través de un feminismo inteligente, no “hembrismo”, sin lo cual no es posible que la mujer logre su liberación e igualdad.

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La Quincena Nº92

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