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979 25 Enero 2012

COTIDIANAS
Viajes imaginarios a los bajos mundos
Margarita Hernández Contreras

D
allas, Texas.-
No cabe duda de que no soy una drogadicta perdida por ve-tú-a-saber-qué-gracia (los libros y los chocolates son mis adicciones de cabecera, digamos). Pero desde que me sé, eh, es decir, de toda la vida, soy una obsesiva con todo lo que tenga que ver con el lado oscuro del alma humana. En el caso que me ocupa, la personalidad adictiva, los vicios, lo que en aquellas viejas películas en blanco y negro les daba por llamar “Los bajos mundos”. Veo un libro sobre el tema y me lo bebo. (¿Me lo inyecto, me lo sorbo, me lo fumo?)

Estaba yo muy tranquila leyendo La carta esférica, de Arturo Pérez-Reverte del que me enamoré sin cuestionamientos después de haber leído La reina del sur. Un día, distrayéndome muy inocentemente en una librería, me topé con un libro titulado Dry, de un joven (apenas este año cumple los 40) Augusten Burroughs. Me llamó la atención porque eran sus “memorias”. “Voooy —pensé—, tan chiquito y ya tiene memorias”. Pues resulta que sí, tiene memorias de su trágica infancia de abandono y abuso (con contar que su madre lo “regaló” al psiquiatra con el cual ella estaba en tratamiento), hechos que narra en un libro anterior Running With Scissors; tiene memorias de su vida disipada en el alcoholismo (sobre todo) que es el tema de estas segundas memorias de Dry. Augusten toca fondo y sobrevive para contar sus experiencias y establecerse como autor. Tuve que interrumpir La carta... para saber —desesperadamente— cómo le fue y cómo estuvo su viaje a “los bajos mundos” y su subsecuente retorno.

Me di por enterada, me sentí salvada y volví con Arturo, feliz “de no ser así”, cuando de nuevo, ¡zas!, que me topo con otro libro, More, Now, Again, de una chava, Elizabeth Wurtzel, un par de años menor que el Augusten, pero ésta clavada en el Ritalin (un medicamento que dan para la hiperactividad) y que se hizo adicta al mismo. Su adicción fue tal que llegó al grado de que en lugar de tomar las pastillas con agua como todo enfermo que se jacte de serlo, ésta las hacia polvo para sorberlas como la cocaína. Cuando ya no pudo conseguir la receta con su psiquiatra, volvió a la coca.

El caso es que Elizabeth también sobrevivió para contar su trayecto y estadía en los bajos mundos. Ahorita mismo la tengo en el centro de rehabilitación (voy ya en ese capítulo), o sea, de retorno a “los altos mundos” en que vivimos todos. Ella también muy campante, salió y contó su experiencia. Resulta que en el caso de Elizabeth, More… también reúne la siguiente ronda de memorias, ya que en su libro anterior, Prozac Nation, que yo había leído hace algunos años, se dedicó a contar su experiencia con la depresión, las drogas, la autolaceración e intentos de suicidio.

Así que estos chavitos se dan “el lujo” de ir y tocar fondo, salir a la superficie, publicar y recibir lo que yo supongo es una muy buena remuneración por contar lo que hicieron para llegar hasta allá y luego volver no una, no, sino dos veces. Bueno, han logrado ahorrarse (¿qué será?) unos 40 años para ofrecernos su vida, su propia versión de un arduo género literario que requiere, por lo general, de toda una vida para abordarlo.

Como sea, se requiere de una profunda experiencia y, parafraseando a García Márquez, hay que vivir para contarla. Mira que nunca se me hubiera ocurrido. No sé cómo le hubiera ido a Gabo de haber considerado en sus 30 contarnos el trecho que ya llevaba de vida, pero en lo que a mí concierne, lo más seguro es que yo —adicta frustrada— no hubiera salido de los bajos mundos para contárselo... bueno, ¡ni a mi abuelita!

Guadalajareña; vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español.
margarita.hernandez@tx.rr.com

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