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1031 6 Abril 2012

EL CRISTALAZO
Campañas van, campañas vienen
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Se llama “Museo modo” y está en la calle Colima de la colonia Roma (no en Tabasco, como mal dije en la radio) en la ciudad de México. Es una vieja casa catalogada como tesoro artístico de la capital, muy cerca de la antigua sede del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Tiene una fachada gris y unos balcones de cemento bombachos y floridos en el mejor estilo “art nouveau” de la olvidada “Belle époque”. En la puerta hay una advertencia y una disculpa: la vejez de la obra no permite hacerle rampas ni dar otras facilidades a los minusválidos.

Nadie, ni Antonio Gaudí ni Frank Lloyd Wright, ya no se diga Le Corbusier o Luis Barragán pensaban en ellos como el eje de ninguna arquitectura. Pero ese es otro asunto.

Lo interesante de ese museo, cuyo universo  cabe en un pañuelo, pero no por eso es menos notable, es su más reciente muestra, una jocosa colección de objetos, adminículos, carteles y utensilios y toda clase de recuerdos, como se dice ahora, en relación con la propaganda política.

Botones con fotografía de don Porfirio Díaz; retratos de Luis Donaldo Colosio (algunos de la colección de Velia Rodríguez) y lemas, muchos lemas de los priístas predominantemente, pero también de Luis H. Álvarez, Efraín González Morfín, Diego Fernández de Cevallos y en abundancia abrumadora de Vicente Fox; gorras, relojes, vasos, botellas de cerveza con etiquetas alusivas al voto o al candidato, plumas, encendedores y todo el catálogo de recordatorios portátiles en los cuales el fuego del cigarrillo se ilumina con el “Arriba y adelante” de Luis Echeverría, por ejemplo.

Pero hay frases inmortales. “Plutarco Elías Calles, el candidato de los revolucionarios”; “Trabajo, creación, libertad; José Vasconcelos”; Adolfo Ruiz Cortines, “el candidato nacional” y por encima de todas ellas, obviamente, “Sufragio efectivo; no reelección”; divisa de Francisco Ignacio (no Indalecio) Madero y cualquier cantidad de palabras vacías ─como ahora─, con la única finalidad de llamar la atención fugazmente en tiempos cuando se sabía con toda claridad quién iba a ser el ganador y aun después.

Como dice Juan Manuel Aurrecoechea, curador de todo este asunto: “La parafernalia que aquí se exhibe, nos invita a un viaje muy especial por nuestro pasado ciudadano. Como en todos los objetos que han sobrevivido a la función inmediata para la que fueron diseñados, su momento quedó indisolublemente impreso en ellos y aquí podemos evocarlo. Son huellas del pretérito en las que está inscrita nuestra historia política y los caminos que ha tomado la democracia en nuestro país, operó también parte de las historias de la comunicación política y el diseño mexicanos durante el siglo pasado.”

Hace algunos años Eulalio Ferrer escribió un ensayo maravilloso en torno de la propaganda política y su fraseología pertinaz. Llamó a su libro De la lucha de clases a la lucha de frases.

Mucho de esto se ve en la exposición a la cual acudí y donde hallé algunas cosas sorprendentes.

Por ejemplo, el oportunismo frente al crónico  desempleo en México.

Lo crea usted o no, ahora cuando la propaganda nos abruma y los 4 mil toneladas de plástico de pendones, pasacalles, banderitas y pegotes nos afean la de por sí horrorosa ciudad, hubo un tiempo cuando los matacuaces de engrudo, brocha y cartelón, tenían hasta un Sindicato de Fijadores y Repartidores de Propaganda del D.F.
Y no sólo eso, se habían mandado a hacer las mexicanísimas “charolas” en una placa dorada como de aduanero, con águila y todo, y la abrumadora advertencia: “Agente de la Delegación de Propagandistas Viajeros y Servicio Confidencial en la República Independiente del Centro (?) Director Pro Ávila Camacho.”

Hay una botella de cerveza con la efigie de Ernesto Zedillo (de intolerable sabor, seguramente) y un tequila Vicente Fox cuya cruda de seguro seguimos pagando. Se exhibe también una lotería en la cual las ilustraciones son las mismas de siempre, pero un cuadrito nos muestra “La urna” y una mano con el voto del PRI  por la rendija.

Más allá de la maldad de toda propaganda política y su intención de engañar, en esta exposición no hacemos un recorrido por nuestra historia política. Caminamos en reversa el divertido sendero de nuestra ingenuidad nacional.

El Palacio (Nacional) de los Deportes
Uno más de los lugares comunes en estas indescriptibles (e insoportables) campañas de la uniformidad mediática consiste en  ofrecer propuestas y no descalificaciones.

Los insultos, las injurias, el señalamiento de los errores del adversario, sus pifias, su pasado y sus defectos han dejado de ser (dicen) materia del planteamiento muy serio y de cara a la historia de los tres candidatos a la presidencia y un  señor Quadri, quien si se toma en serio no puede considerarse como tal.

Pero eso no es cierto.

Para eso están los medios alternos y en algunos casos alternativos. Las redes sociales, el reino absoluto de la impunidad murmurante.

Sin embargo algunos ciudadanos, yo entre ellos creemos en la muy “clasemediera” huevada (diría un chileno) de aportar “nuestro granito de arena”. Vaya cómo suena lindo eso del granito. Ni Rafael Buelna.

Bueno, mi humilde propuesta (parafraseando a Swift, quien hizo una modesta proposición para terminar con los niños pobres sirviéndolos asados en la merienda) es cambiar la sede del Poder Ejecutivo.

Vistos los recientes arrebatos musculares y deportivos de nuestros candidatos me parece oportuno abandonar el vetusto Palacio Nacional a su inexorable destino de Museo Nacional de cualquier cosa (no importa si acaban de entregar sus escrituras con casi medio milenio de retraso, como  vil “Estela de Luz” del virreinato), y mudar la sede presidencial al Palacio de los Deportes.

Y digo eso por algo muy simple: lo único notable de las campañas hasta ahora (sobre todo de los rezagados) es el afán de probar cómo habita la sana mente en el cuerpo sano. No importa si antes de jugar con la pelotota de los Pilates la señora Vásquez confunde la gimnasia con la magnesia y se autodefine políticamente como hipertensa crónica.

Si usted no lo sabe, le cuento: la señora Pinita sufrió hace unos días un pequeño desvanecimiento. Un mareo, pues. Un vahído (“váido”, dicen en el pueblo) y eso fue suficiente para encender las alertas de su equipo. Y no por ese amago de arrechucho, supiritaco o patatús sino por la frecuencia de tales desajustes.

Y entonces el “dream team” (todos están dormidos) actuó con la celeridad de don Andrés Manuel, salió a los medios disfrazada de deportista. ¡Ay, dios mío!, los medios, los dioses, los emperadores y los verdugos de la política. Vaya si se veía monísima con su chaleco de pesista y su camiseta holgada. ¿O le quedaba grande?

Bueno, el caso fue sencillo, los expertos (así les llaman) de su campaña le dijeron: no Chepina, debes dar una imagen de fortaleza, vigor, salud y para eso nada como un Gym de pesas cromadas y alfombras color pardo.

Y ahí estaba, como Andrés el día cuando quiso batear los rumores y sacar por la cerca la falacia de sus enfermedades, su cansancio y su lasitud de hombre cansado y cansino. Nada, a ponerse tan guapo como Joe Di Maggio y darle a la canica con la fuerza de Babe Ruth y jugar con el vigor legendario Lou Gherig, “El caballo de hierro”.

Y si el Bambino construyó con su potencia un estadio para los Yanquis, Andrés puede con la suya edificar una candidatura para la república del amor. Faltaba más. 

Pero quien paradójicamente nos ha llevado al punto más alto en esa mezcla de política y deporte, es quien más profundo ha llegado: el señor Quadri, quien ha hecho del neopreno el nuevo material de la investidura ejecutiva.

Él no quería demostrar nada sobre su condición física. En todo caso la naturalidad de sus ricitos resistentes al líquido salobre. Pero inició su campaña como hombre rana –una inmersión para Guinnes, cinco minutos─ lo cual no deja de tener gracia.

Buzos, gimnastas, peloteros, pedalistas, corredores matutinos. De todo son nuestros políticos en las campañas y muy poco resultan cuando éstas se terminan.

Con decirle a usted, hasta don Felipe Calderón aplicó aquello de hacer cuanto se ve donde se viaja y salió a correr al parque Laffayette de Washington, como hacia Bill Clinton mientras la prensa lo correteaba.
Por cierto, Clinton odiaba a los reporteros trotones a su lado. El servicio secreto los mantenía alejados. Un día le preguntaron la razón de su molestia y su reticencia a compartir el “jogging”.

“Me molesta saber su intención. No quieren correr conmigo; quieren estar ahí por si alguna vez me tropiezo y me doy de bruces. Están ahí esperando la falla y la caída”. Bueno, pues.

Mucha fibra, mucho músculo, pero además de espectador inerme ante tanta faramalla, ¿dónde queda el pobre ciudadano?

 

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pq94

La Quincena N?92


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