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1040 19 Abril 2012

 

Enseñarnos a volar
Nora Elsa Valdez

Monterrey.- Que la violencia en Monterrey ha hecho que la gente se vuelva fría, y siga trabajando como si nada, porque está acostumbrada a adaptarse a las condiciones más adversas. Esta fue la conclusión de unas encuestas realizadas recientemente, según se afirmaba en un correo que recibí. Desconozco si esto es cierto, pero me hizo reflexionar en la situación que estamos viviendo, no sólo en Monterrey, sino en todo México.

Yo no creo que nos hayamos vuelto fríos y que ahora nada nos afecte, a menos que esa frialdad signifique que nos hemos puesto una coraza para no sentir el dolor y fingir que no pasa nada. Es doloroso tratar el tema de la violencia de cualquier tipo, porque todos la estamos sufriendo, y más aún quienes han perdido un ser querido. Pero a lo mejor si usamos esa hipótesis de la frialdad para imaginar que tenemos una coraza que nos protege del dolor, podamos analizar fríamente las siguientes ideas, y descubrir algunas verdades liberadoras.

¿Ser fríos será lo mismo que tener muchos pantalones, o sea, ser muy machos? Porque si de machismo se trata, hace varios añ os el Instituto Estatal de las Mujeres realizó también otras encuestas, en las que descubrió que el estado de Nuevo León ocupaba el segundo lugar, a nivel nacional, en el grado de machismo de su sociedad. El primer lugar lo ocupó Jalisco. O sea que podríamos concluir que Nuevo León es tierra de machos.

Pero, ¿será un orgullo ser macho? ¿Qué es verdaderamente el machismo? Vastos y profundos estudios han llegado a descubrir que detrás del machismo está el autoritarismo, o sistema autoritario, del cual muchos autores han escrito ampliamente. Estas sencillas reflexiones sólo tienen como fin tratar de entender qué está sucediendo en nuestra sociedad.

El sistema autoritario tiene como una de sus principales características, el que todo en la sociedad está organizado por jerarquías, sean empresas, escuelas, ejército, instituciones religiosas, familia, etcétera. Esto significa que en este sistema siempre habrá un superior que manda y un subordinado que debe obedecer. Otra característica de este sistema, es que utiliza el miedo para que las órdenes se cumplan.

Un sistema diferente es el sistema de la equidad, en el que no hay jerarquías, sino que todas las personas se consideran iguales, al mismo nivel. Funciona con base en el amor al prójimo y el respeto al libre albedrío de las personas, y no con el miedo, por lo que nadie es obligado a actuar contra su voluntad, sino que la convivencia se realiza con base en equipos de trabajo, en los que cada uno aporta voluntariamente sus dones o capacidades, respetándose y apreciándose las diferencias, y nadie obliga o perjudica a nadie con sus decisiones, sino que se utiliza la negociación para lograr acuerdos voluntarios y armoniosos.

En el autoritarismo, el de nivel superior utiliza el miedo para manipular al subordinado, y lograr que obedezca sus órdenes. Y es otra característica de este sistema que, con el transcurso del tiempo, el superior va aprendiendo a abusar de su poder y se va transformando en lo que conocemos como abusivo, maltratador, violento o victimario; mientras que el de nivel inferior, también con el paso del tiempo, va perdiendo su poder y convirtiéndose en víctima de abusos, maltrato y violencia de todos tipos de su superior.

Es como si en automático, el autoritarismo siempre termina en violencia. De hecho, el sistema autoritario es el origen de la violencia de todo tipo. Es la verdadera y única causa de la violencia.

Al principio todo parece normal en la relación jefe-subordinado, pero poco a poco el abuso y el maltrato van apareciendo y subiendo de tono, hasta que se convierten en violencia, y si ésta no se detiene, aumentará hasta causar la muerte.

Independientemente de que el jefe y su subordinado, o la víctima y el victimario, sean de igual o diferente género, la violencia en mayor o menor grado, siempre aparecerá en toda relación donde hay autoritarismo. El superior siempre terminará abusando del subordinado.

Cuando el agresor o victimario lleva su violencia al grado extremo de poner en peligro la vida de la víctima, el miedo de ésta llega a convertirse en terror que la paraliza, por lo que ya no puede defenderse ni escapar. Esto es lo que sucede a las mujeres que sufren violencia de su pareja, que se les acusa de masoquistas porque parece que no quieren dejar al victimario. Esta extraña situación es conocida por los psicólogos como el Síndrome de Estocolmo, y es muy parecida a lo que sucede en un secuestro, al final del cual parece que el secuestrado se enamora del secuestrador.

Este Síndrome aparece cuando la víctima se encuentra paralizada por el terror y teme por su vida. Para evitar la ira o la furia del agresor, la víctima aprende, o más bien, es condicionada por el agresor, para obedecerlo sumisamente y para soportarle todo. Y llega hasta el extremo de aprender a defender al agresor, pues si no lo hace, él la culpará a ella de lo que le pase y volverá a agredirla.

El Síndrome de Estocolmo va apareciendo en la víctima conforme el victimario aumenta el grado de violencia y sufrimiento que le causa, al tiempo que la somete a una especie de lavado de cerebro, mediante el cual la convence de las siguientes mentiras: que ella tiene la culpa del maltrato; que merece ser castigada porque es tonta y no vale nada; que debe estarle muy agradecida porque nadie más que él va a querer ocuparse de ella, etcétera, destruyendo así completamente su autoestima y la confianza en sí misma.

Por esto es que la víctima se convierte en dependiente emocional del victimario, o codependiente, y se comporta como un niño desprotegido. Mediante la violencia y el dolor, el victimario ha quebrado y roto su integridad, y la ha obligado a creer que no sabe tomar decisiones y que no puede confiar en sí misma. Esta situación es muy peligrosa, pues la víctima está viviendo una situación extrema de terror que distorsiona su realidad y la lleva al borde de la locura, lo mismo que al victimario, que cae en la obsesión enfermiza de culpar y castigar por todo a la víctima, casi siempre injustamente y utilizando cualquier pretexto.

Las consecuencias finales del autoritarismo pueden ser varias, todas dolorosas y difícilmente reversibles. La víctima puede enfermar o morir de depresión, tristeza o por causa de las agresiones y violencia física de su victimario. O puede sufrir el rompimiento final de su psiqué y caer en la locura para desconectarse del dolor. O puede decidir suicidarse, y a veces también quitar la vida a sus hijos, porque el sufrimiento nubla su razón. O puede matar a su agresor en un último intento desesperado de librarse de él y salvar su vida.

El escalón final del autoritarismo, lleva siempre a la muerte, emocional o física, de la víctima o del victimario, y a veces de ambos.

Me parece que no es cierto que nos hemos vuelto fríos ante la violencia, y que ya no nos afecta porque siempre nos adaptamos a las adversidades. Yo más bien creo que padecemos los síntomas del Síndrome de Estocolmo: estamos viviendo en medio de la violencia más extrema; nuestro miedo ya se ha convertido en terror que paraliza, pues nuestra vida y la de nuestras familias está en constante peligro; y no podemos defendernos del agresor.

El sistema autoritario ancestral ha lavado el cerebro de la sociedad de Nuevo León, de Jalisco y de todo México, llenándonos de mentiras para destruir nuestra autoestima y la seguridad en nosotros mismos. Y la violencia extrema de los delincuentes, policías o soldados, son los golpes y castigos con los que nos están condicionando, como el perro de Pavlov, para que el terror nos paralice y no veamos la salida.

Estamos secuestrados en nuestra propia ciudad y país, y por eso nadie decimos ni hacemos nada para defendernos, y quizá hasta estemos llegando al punto de amar y admirar a nuestros secuestradores, sean delincuentes o uniformados, y hasta queremos ser como ellos.

Paralizados de terror, lo único que podemos hacer, y que estamos haciendo para seguir vivos y cuerdos, y para no volvernos locos de dolor, es caer en la negación: fingir que nada pasa, que vamos al trabajo o a la escuela normalmente, y que todo está bien; porque sólo así podemos seguir adelante, seguir respirando para sobrevivir, como la esposa del marido violento.

¿Ciudadanos fríos? ¡No! Ciudadanos en el grado más extremo del terror, secuestrados. Estamos paralizados y al borde de la locura, en el punto más peligroso, donde víctimas y victimarios pueden matar o morir.

Como decía aquel hermoso mensaje, México ha llegado a la orilla del precipicio y sólo tiene dos opciones. En estos momentos esas opciones podrían ser: conservar este decrépito sistema autoritario y morir, o encontrar un nuevo sistema que nos enseñe a volar.

 

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La Quincena N?92


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