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1049 2 Mayo 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
Otra víctima de guerra
J. R. M. Ávila

Monterrey.- El domingo, transitando por la avenida México (ahora Israel Cavazos pero que, para mejor ubicarse, la gente sigue llamando México), encontré un ululante desfile de patrullas custodiando a una carroza. Por fortuna, pensé, vienen de sur a norte, y no nos sacarán del camino. Sin embargo, a la altura de la colonia Dos Ríos, una patrulla obstruyó la circulación para que pasara completo el contingente funerario.

Sin siquiera saber de quién era la muerte ni de las circunstancias en que se había dado, supuse que se trataba de alguna víctima de la guerra sucia que el Partido Acción Nacional ha desatado en el país, y renegué del tráfico obstruido de manera tan arbitraria.

En fin, llegué a casa con retraso y hojeé el periódico para saber a qué se debía toda aquella parafernalia y me encontré con que se trataba de un homenaje al agente de tránsito que yo veía a diario en la calle Serafín Peña de Guadalupe. Su nombre, al decir del periódico, era Mario Antonio Zúñiga Esquivel.

Me enteré de que lo habían asesinado dos hombres, cuando intentó detenerlos por circular a alta velocidad en zona escolar. No tuvo esa fortuna de adivinar que venían de ejecutar a alguien ni, mucho menos, la de portar chaleco antibalas.

Aunque no lo conocí más que de vista, no parecía ser como el agente de tránsito que día tras día se coloca en la calle Chapultepec, de Guadalupe, y no hay momento en que uno pase y no esté infraccionando a alguien.

Tampoco tenía el tipo del agente que se apresta a la mordida y no deja de repetir: “No quisiera perjudicarlo, ¿cómo le haremos?”, y que insiste en ayudarte aunque le digas que levante la infracción y, cuando consigue su propósito, termina aconsejándote que tengas más cuidado para la próxima.

Mucho menos parecía ser como aquel del municipio de Benito Juárez que una vez nos detuvo y, no teniendo pretexto para infraccionarnos o mordernos, nos pidió prestado un bolígrafo y terminó diciendo: “¿Me puedo quedar con él?” y, por supuesto, lo hizo.

No aparentaba ser el corrupto que, en caso de que no traigas dinero para la mordida, te espera a que lo consigas, ya sea pidiendo ayuda a alguien que viva cerca del área o yendo al cajero más próximo, para que le liquides la deuda.

La verdad es que se trataba de un insólito agente de tránsito. Aunque no podría meter por él las manos en el fuego, parecía de los que no se dejan sobornar. Portaba su uniforme con prestancia, casi rayando en vanidad o presunción. Se preocupaba de más por el peatón que por la circulación de autos en hora pico. En fin, era tan celoso de su deber que tal vez por eso terminó asesinado.

A estas alturas del abismo, ¿alguien puede indicarnos qué número le tocó a este oficial en el recuento de víctimas de esta guerra emprendida contra el narco por Calderón, quien en su campaña sucia hacia la presidencia se autonombraba “el de las manos limpias” y que ahora, sin el menor remordimiento, las lleva llenas de sangre?

 

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pq94

La Quincena N?92


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