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1051 4 Mayo 2012

 

EL CRISTALAZO
Sin televisión ni cadena
Rafael Cardona

Ciudad de México.- ¿Hasta cuándo, Catilina, continuarás poniendo a prueba nuestra paciencia? ¿Cuánto más esa locura tuya seguirá burlándose de nosotros? ¿A qué fin se arrojará tu irrefrenable osadía? ¿Acaso nada te ha inquietado el destacamento nocturno del Palatino, nada la guardia de la ciudad, nada el temor del pueblo, nada la concurrencia de todos los hombres de bien, nada esta fortificadísima plaza que es el Senado, nada los labios y los rostros de todos los presentes?

“¿No comprendes que tus planes se derrumban, no ves que ya tu conjura ha sido sofocada por el hecho mismo de que todos la conocen? ¿Quién de entre nosotros piensas que no sabe lo que has puesto en práctica la noche pasada y la anterior, dónde has estado, a quiénes has reunido y qué suerte de planes has ideado?

“¡Oh, tiempos, oh, costumbres!

“El Senado conoce estas cosas, el cónsul las ve: éste, sin embargo, vive. ¿Vive? Si incluso viene al Senado, se hace partícipe de las deliberaciones públicas, fija su vista en cada uno de nosotros y decreta nuestro aniquilamiento.

“En cambio nosotros, decididos varones, juzgamos haber hecho suficiente por la República con lograr huir de sus dardos y su furia. Tiempo ha ya, Catilina, que se te debiera haber conducido a la muerte por orden del cónsul, que esa misma ruina que tú llevas maquinando contra nosotros desde hace mucho se hubiera vuelto en contra tuya”.

Las palabras anteriores si bien no son propiamente la materia de un debate, muestran cómo la elocuencia real puede traspasar las barreras del tiempo. Cicerón le disparó cuatro discursos a Catilina y el conjurado no halló otro camino: el filo del suicidio.

Ya pueden después de esto los lacrimógenos de la anhelada y autoritaria cadena nacional, exigir la cobertura de la TV total para un  remedo de debate entre candidatos.

Han llegado al extremo de llamarle “Debate presidencial”, cuando en él no participa presidente alguno. Simplemente ganas de llamar la atención.

Muy interesante sería escuchar, por ejemplo a Enrique Peña diciéndole a Josefina Vázquez: ¿Quién de entre nosotros piensas que no sabe lo que has puesto en práctica la noche pasada y la anterior, dónde has estado, a quiénes has reunido y qué suerte de planes has ideado?

¿Quién podría separarse la TV si escuchara a JV decirle a López Obrador?: “Tiempo ha ya, Catilina, que se te debiera haber conducido a la muerte por orden del cónsul…”

Pero por desgracia no escucharemos nada como eso, pues hoy la capacidad de injuria se termina donde llega el notario cuya firma avala los compromisos, o en la feble acusación de la violencia en estados gobernados por el PRI, sin  percatarse del desastre de un país gobernado por el PAN. Puro “güiri-güiri”.

Sin embargo y a pesar de la negrura de los siglos, las palabras de  Cicerón se abren paso hasta el día de hoy, para decir con acentos contemporáneos: “¡Oh, dioses inmortales! ¿Qué suerte de nación somos? ¿En qué ciudad vivimos? ¿Qué República es la nuestra?

“Aquí, padres conscriptos, aquí entre nosotros, en la deliberación más digna y necesaria del orbe entero, se encuentran los que buscan la caída de todos nosotros, la devastación de esta ciudad y aun de la tierra toda.

“Yo, el cónsul, los veo y le pido a la República su parecer, y a quienes ya convendría haber condenado a muerte, a ésos ni los hiero todavía…”

Pues es cierto y aun cuando signifique lo mismo, los romanos nos legaron la palabra de Cicerón. Nosotros, como país, apenas vamos en el “Chicharito”.

Recuerdo

En 1981 Sergio García Ramírez era secretario del Trabajo con José López Portillo. Se acercaba el primero de mayo y el Congreso del Trabajo (cuyo líder total en aquel tiempo era don Fidel Velázquez, secundado por Joaquín Gamboa Pascoe y Emilio M. González) se dedicaba afanosamente a preparar el desfile obrero del Día Internacional del Trabajo, cuya descubierta encabezaría, obviamente, el primer obrero de la Nación, el señor Presidente de la República.

El secretario García Ramírez convocó una tarde de abril a los responsables de la cadena de televisión, por cuya cobertura el pueblo de México atestiguaría tan fausto acontecimiento.

Pedro Telmo de Landero era el Director General de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación. Con sus allegados, acudió a una junta preparatoria en la STyPS. El enciclopédico Roberto Calleja había preparado el guión para los conductores. De los Mártires de Chicago a los héroes de Cananea y Río Blanco; no faltaba nadie.
So pena de ser obvio, uno de los conductores (lo conozco bien) preguntó sobre los canales que formarían la cadena. Se los dijeron, pero faltaba uno.

─¿Y el canal 2, señor secretario?
─¡Ah!, ese no nos lo prestaron, fue su resignada respuesta.

En los tiempos de la televisión comercial monopolizada por Televisa y sometida como soldado al Presidente y al PRI, un concesionario de feroz rugido podía negarse a “prestar” el principal canal de la República. Sólo quienes no conocen la historia se espantan ahora por las carnestolendas del “debate” organizado por el IFE y la negativa del siempre rejego Ricardo Salinas Pliego.

¿Usted a quién le va, a los Tigres o al Morelia?

 

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pq94

La Quincena N?92


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