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1178 30 Octubre 2012

 

Integridad, divino tesoro
Nora Elsa Valdez

Monterrey.- ¿Recuerda usted que Diógenes buscaba con su lamparita un hombre honrado, pero en vez de encontrarlo le robaron su lamparita? Casi todos hemos sufrido alguna vez, una decepción parecida a la que debe haber sentido Diógenes.

A veces contratamos a personas que creemos de confianza, para algún trabajo por el cual pagamos, pero que luego no es realizado como se acordó y somos estafados. Sin embargo, también hay otras veces en las cuales contratamos personas íntegras, que cumplen con creces lo prometido y cobran lo justo, o menos de lo esperado.

¿Qué es la integridad? Una admirable psicóloga decía que es la congruencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos; el que estas tres cosas coincidan y vayan en el mismo sentido. Si pensamos una cosa, decimos otra, y hacemos otra diferente de las anteriores, estamos desintegrados.

Quizá podríamos comparar a la integridad con una torre recta, firme, sólida y fuerte. Y a la desintegración con una torre chueca y deforme. Esta última no funcionaría, no se podría sostener de manera firme y equilibrada, y menos podría ser el sostén alguna otra cosa. Si estamos todos desintegrados, desbaratados por dentro, no podemos funcionar en la vida y menos sostener a los que nos rodean.

Los psicólogos nos ayudan a encontrar y acomodar nuestras piezas torcidas o fuera de lugar, por las que no podemos sostenernos firmes y seguros. Por eso su labor es tan importante. Nos ayudan a funcionar, a fluir con la vida; a saber quiénes somos, que queremos y necesitamos, y hacia dónde vamos, que sea de beneficio para nosotros y para los que nos rodean al mismo tiempo.

¿Cuánta integridad tenemos y vemos a nuestro alrededor? ¿Coincide lo que pensamos con lo que decimos y hacemos? ¿O pensamos, decimos y hacemos todo diferente y somos como una torre chueca y desnivelada? Si esto es así, entonces nuestra vida no funcionará. No podremos conseguir lo que deseamos, ni nos entenderemos con los que nos rodean, ni con nosotros mismos, lo cual nos provocará mucha frustración y tristeza.

Si la torre no está bien hecha no puede funcionar ni cumplir la tarea que le corresponde, para la que se construyó. Debe haber unos planos con el diseño perfecto. Si esos planos se siguen correctamente la torre será perfecta.

Hay unos planos para que nuestra vida sea perfecta. Los sentimientos, pensamientos, palabras y acciones deben estar conectados y alineados en el mismo sentido. Deben ser congruentes, pero además deben estar conectados con otra estructura superior: los principios, los valores y el orden universales.

Nuestro Ser conoce el plano y desde que nacemos nos va construyendo con base en ese plano, y conforme a las leyes y el orden de la Tierra y el Universo, dentro de los que estamos inmersos. Si en nuestra construcción no respetamos la ley de la gravedad y nos tiramos de un edificio de 8 pisos, estaríamos destruyendo, no construyendo nuestra vida.

Lo mismo sucedería si queremos asesinar a los que nos rodean. Estaríamos transgrediendo la ley que dice que la vida debe cuidar y proteger a toda la vida, no destruirla. Si asesinamos a alguien, si se vale asesinar, entonces también cualquiera puede asesinarnos. Sería algo destructivo, no constructivo.

Se trata de construir, no de destruir. La vida es creación y disfrute de todo lo que nos rodea, para la felicidad de todos. Si yo quiero ser feliz, debo entender que todos queremos y tenemos derecho a ser felices. Si yo busco mi felicidad, pero hago daño a otros para ello, estoy trasgrediendo la ley que dice “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”.

Tenemos en nuestro interior una especie de troglodita que es el ego, que es muy útil para cuidarnos y siempre nos protege. Pero si no lo ponemos bajo la guía superior del corazón, del amor, a ese ego no le importará dañar a los demás con tal de conseguir lo que sea para sí mismo. El ego debe ser dirigido y puesto bajo control: está bien que nos cuide, pero sin perjudicar a nadie.

Si lo dirigimos, este ego puede ser muy útil para todos. Si hiciéramos que nuestros egos, además de cuidarnos, cuidaran también a los demás, podríamos construir una vida armoniosa y pacífica en comunidad.

Los trabajadores abusivos y estafadores pierden su trabajo. Y su falta de integridad les va cerrando todas las puertas, hasta que ya no pueden encontrar ningún trabajo y terminan en la pobreza o en la cárcel.

Los trabajadores íntegros conservan sus empleos, son muy bien recomendados, y cada vez tienen más trabajo y prosperidad.

La integridad en todos los terrenos hace muy valiosas a las personas y las convierte en seres dignos de todo nuestro respeto, confianza y admiración, además de que las colma de abundancia.

Mida su integridad: ¿coincide lo que usted piensa, con lo que dice y hace?

 

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