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1178 30 Octubre 2012

 

Día de Muertos
Efrén Vázquez

Monterrey.- La «muerte» y el «silencio» son los dos misterios más temidos por los seres humanos. El silencio porque con la imposibilidad de recibir y enviar mensajes se cercena la más significativa y viva dimensión de la vida humana: la comunicación.

Y la muerte porque a la vez que se considera el más grande de todos los misterios ─¡el acto más solemne!─, también es el fin de todo. La nada.

No se necesita ser heideggeriano para saber que el hombre es un ser para la muerte. Pero debido a la comprensión inauténtica del mundo, saber tal cosa no disminuye el miedo a la muerte. He ahí el por qué en algunas culturas a la muerte se la mira detrás de máscaras, o representada en forma de calavera; es decir, a la muerte se la enfrenta de manera impersonal, no personal, de esta manera se piensa en la muerte del otro, no en la propia muerte.      

En cuanto  viven e interactúan los seres humanos comunican y reciben mensajes, ya sea a través de un lenguaje oral, escrito, corporal o cualquier otro; hasta cuando se busca la soledad o rechazan la comunicación y el diálogo, los seres humanos (hombres y mujeres) están diciendo que no desean comunicarse. Pues el silencio también es lenguaje, el lenguaje universal y el más poderoso de los lenguajes.
“La razón comunicativa empieza distinguiéndose de la razón práctica porque ya no queda atribuida al actor particular o a un macrosujeto estatal-social. Es más bien  el medio lingüístico, mediante el que se concatenan las interacciones y se estructuran las formas de vida, el que hace posible la razón comunicativa (J. Habermas).

Es así como dentro de la estructuración de las formas de vida de los individuos de la sociedad mexicana, o cultura visto esto desde el punto de vista antropológico, en sus raíces más profundas existen formas lingüísticas hasta para comunicarse con los muertos. Lo que es un indicativo del innato afán de los seres humanos  de trascender lo humano, abatir el silencio y dominar sus temores. En los mexicanos todo esto adquiere características muy peculiares, muchas de las cuales ya han sido estudiadas.

Es así como, gracias al lenguaje, dentro de la estructuración de formas de vida y formas de leer el mundo en que se vive en una determinada sociedad, en ese afán innato de trascendencia  existe la posibilidad de la comunicación con los muertos, a través del recuerdo, a través del pensamiento dirigido hacia ellos, y a través de la herencia que dejaron en este mundo.

Sí, los seres queridos que han muerto y que han dejado un mundo de recuerdos siguen viviendo entre nosotros, siguen siendo depositarios de los mismo afectos como cuando vivían, porque en la herencia cultural que  legaron a sus descendientes se encuentra ese hito hacia donde se pude voltear en los momentos de mayor ansiedad, en busca de salvación y salidas consideradas como más seguras, ante las encrucijadas que acechan en la vida.

En las sociedades antiguas, la romana por ejemplo, los muertos son  concebidos como dioses de los lares, eran venerados al igual que los dioses de la ciudad y del estado, vivían por siempre en el recuerdo de sus seres queridos.

Hoy día existen culturas donde más o menos éstos son vistos de igual forma que por los romanos; pero independientemente de eso, y gracias al fenómeno comunicacional que posibilita entre otras cosas la construcción de mitos, ritos y leyendas,  nuestros muertos son parte de la evocación del pasado que mira hacia el futuro, aunque como en el caso de la sociedad mexicana, sólo un día del año se dedica a recordarlos como Santos Difuntos.

A los hombres y mujeres que indudablemente viven porque tienen recuerdos (¡quién puede vivir sin recuerdos!) que son raíces y ciernes de su existencia,  corresponde, en este recodo del camino,  aprovechar las lecciones de los que ya se fueron a mejor vida y que ahora sólo viven entre nosotros en forma de mitos, el mito del Día de los Muertos, ¡vaya! Su recuerdo se vive profundamente, porque éste es el mejor otero para orientar el porvenir.

Qué importa que ese recuerdo se transforme en mito, al fin y al cabo el ser humano, a demás de ser un ser racional es un ser hacedor de mitos y leyendas que inyectan fuerza a su existencia, pues como dice André Morali-Daninos, “si tuviésemos que hacer el amor sin mitos ni cuentos, sin poemas ni canciones, sin cuadros ni estatuas, sin perfumes, sin regalos ni deseos, sin viajes, sin ternura, sin disputas y sin perdones, entonces estaríamos maduros para poner punto final a la historia del homo sapiens sobre el planeta tierra”.

A esto sólo se tendría que agregar: sin mitos, como el del Día de los Muertos, el silencio de los muertos sería mudo frío, sus voces no se escucharían, y no se sentiría el calor de su presencia que alegra a sus deudos.

 

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