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1182 5 Noviembre 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Besos con sal
Gerson Gómez

Monterrey.- Dejé de besarla por algunas razones muy importantes, a veces no muy bien establecidas: las sesiones en el parque, el living de su casa, el terreno baldío, arriba de la barda de blocks de cemento de la construcción adjunta. A la salida de la preparatoria, en la parte posterior; en el estacionamiento, del turno nocturno.

Son muy peligrosos sus labios. Me recuerdan al jarabe para combatir la tos sabor uva y a la mitad de diazepan antes de ir a la cama. Yo había pasado tres años sumergido en el peor de los infiernos. No era el momento de regresar las manecillas del reloj de las pasiones.

Es divertido intentar cortarse las venas de las muñecas con galletas saladas. Dicen tengo piel de cebolla. Con cualquier tallón se desprende. Ella lo entendió por el sabor dulzón de nuestros labios juntos.
Sangro, le dije; pero no puedo dejar de hacerlo, me confesó. Sigamos pues.

Ella no tiene idea de lo adictivo de sus formas. Siempre termina la entrepierna húmeda. Dame chanza de pasar al sanitario, le digo en uno de los impasses, retrayendo el frenético ritmo del faje: sacarme la camisa y limpiar con papel higiénico la mancha.

Llego a casa, mamá dice que parezco borracho, por andar desfajado. Me doy una ducha con agua helada, pero antes me masturbo. Por si había quedado fuego. Hago una bola con el vestuario: lo deposito en el sesto de la ropa sucia.

Ojalá mamá no la husmee ni me pregunte por las manchas.

Esto pasa todos los días, entre semana. Los fines, dejamos de vernos. El estipendio recibido no incluye sábados y domingos, para poder visitarle.

Mi novia y yo mantenemos contacto exclusivo por teléfono. La última llamada de casa no debe salir después de las nueve y media de la noche, ni extenderse media hora. Después de las diez, desconectamos los aparatos y nos vamos a la sala a ver en familia la televisión.

En la casa de ella, a media reunión, pistear con los compañeros del ballet de su quince años. Su papá paga los primeros seis cartones de media de cerveza Carta Blanca, la preferida de los albañiles.

Mamá dice: tu tío Venancio volvió a llegar tomado con tu tía Refugio. Le atestó un par de golletazos en la cabeza. Luego se fue a dormir.

Pues algo le habrá hecho para llegar tomado, le dije.

Eso me costó irme a dormir sin cenar, para reflexionar mi respuesta. Ni manera. Tampoco soy fan de los tacos de picadillo en tortilla roja. Ese era el menú.

El tío Venancio es un gran tipo, anda en la camioneta de la Cigarrera por toda la ciudad; luego se la lleva para su casa.

Siempre trae promociones: cajetillas y posters de Rumenige, el capitán de la Selección Alemana de futbol soccer.

El tío Venancio fuma John Player Special y bebe Carta Blanca.

Mamá dice: tu tío es muy pajuelo, la otra vez le pegaron piojos blancos. Ahora resulta, los piojos también son racistas. Eso lo pienso pero no lo digo.

Mamá y papá discuten, de nueva cuenta. Mamá quiere llevarme a terapia. Rellenar interminables cuestionarios, medicamentos y plantearse alternativas científicas para mis desatinos.

El papá de Dorita huele su ropa a English Lather, y lleva una camisa sin fajar: es una guayabera, dice mamá. Yo creo que a mamá le gusta el doctor.

Sigo pensando en mi chica. En el sabor de sus labios a jarabe contra la tos y la mitad de diazepan antes de ir a la cama.

 

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