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1218 26 Diciembre 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
Crónica de una dieta anunciada
J. R. M. Ávila

Monterrey.- Toda sucede desde la celebración de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre, hasta el día de Reyes, el 6 de enero. En este lapso, todo es comer y comer aunque sientas el hartazgo, beber y beber aunque no necesariamente se trate de bebidas embriagantes.

En este periodo que no llega a un mes, no falta el antojo por alimentos como los tacos, las enchiladas, las flautas, las tostadas, los infaltables tamales, los moles (rojo, verde, negro), el pavo, la carne asada, el bacalao, el menudo, el pozole, las gorditas de maíz, las diversas quesadillas, los sopes, el elote en cualquiera de sus variedades, los burritos, las palomitas, las botanas.

Tampoco pueden estar ausentes las gorditas de harina dulce (aderezadas o no), los buñuelos, las galletas, la rosca de Reyes, las empanadas, los tomates, el pan de elote, las morelianas, las campechanas, los bisquets, los cuernitos, los polvorones, las donas, las conchas, el pan en general.

Y esperen ustedes, que falta algo más dulce, como el arroz con leche, el pinole, la caña de azúcar, los caramelos, el algodón de azúcar, los garapiñados, las palanquetas, los malvaviscos, las glorias, los muéganos, los ates, los jamoncillos, los rollos de guayaba, y los tradicionales dulces de camote, calabaza, coco, leche o chilacayote.

Pero como no estamos de ley seca, no nos olvidemos de bebidas como el atole (no el que nos quieren dar con el dedo ni el que a veces nos corre por las venas), el café, el chocolate, las limonadas, los refrescos gaseosos, el ponche de frutas (con o sin piquete), el tepache, los vampiros, las cervezas, los vinos, el tequila, el bacanora, el mezcal, el sotol, el pulque, el rompope, la sidra.

Gracias a todas estas tentaciones y algunos otras que se me escapan (o de los que no me escapo), según el decir del director del Instituto de Nutrición Humana de la Universidad de Guadalajara (U de G), Edgar Manuel Vázquez Garibay, durante el puente Guadalupe-Reyes aumentamos entre tres y seis kilos, dependiendo de si tenemos actividades físicas o no, de si somos jóvenes o no, de si tenemos enfermedades crónicas (diabetes, hipertensión arterial, alteraciones con los lípidos) o no.

Sabemos que todo esto es cierto y digno de atención. Sabemos que nuestra vida sería más saludable si hiciéramos caso a estas advertencias. Sabemos que apenas pasando estas fechas lo lamentaremos, sobre todo al notar lo reducido de nuestra ropa. Pero, ¿cómo cerrarnos ante tantas tentaciones? ¿Cómo decir a nuestro paladar que esto, aquello y lo de más allá va a perjudicar nuestra salud?

Por si fuera poco, Vázquez Garibay afirma que el consumo de alimentos aumenta de manera compulsiva en quienes viven solos, en quienes les afecta la situación económica, a quienes han perdido el empleo, en quienes ganan menos de lo que esperan.

Todas estas advertencias están bien planteadas pero, ¿cómo dar compañía a tantas personas que viven en el abandono?, ¿cómo dar empleo a la gente que se quedó esperándolo de quien prometió ser el presidente del empleo?, ¿cómo dar esperanzas de un mejor salario cuando se implementan leyes que sentencian a los trabajadores a no salir de la situación en que están?

Y lo peor de todo es que a las tentaciones de las que hablamos sólo tienen acceso algunas capas de la población en México. No olvidemos que hay millones de personas que viven en la miseria y ni siquiera la tentación está a su alcance. De caer en ella, mejor ni hablemos.

No sé, tal vez sería más fácil evitar la tentación si, cuando nos acercamos a una comida o a una bebida, en lugar de pensar en la dieta que en enero nos espera, recordamos a los millones de compatriotas que viven en la pobreza extrema y padecen hambre crónica.

Ojalá con esto pudiéramos remediar la situación de toda esa gente.

Pero me parece que ni aun así nos abstendríamos.

 

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