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1287 2 Abril 2013

 

La industria de la extorsión telefónica
Cris Villarreal Navarro

McAllen, Texas.- –Cristy, ¿cómo estás, adivina quién soy?–, la voz suena educada y amistosa, como de un hombre preparado, en sus cuarentas. –No tengo la menor idea–, le contesto. –Habla tu primo, ¿qué, a poco no me reconoces?–. La modulación del tono se torna sonriente y confianzuda, como de alguien del entorno familiar que me conoce muy bien y que me tiene cariño. –A ver, a ver, ¿en dónde tienes a tu familia en México?–. La inflexión cálida de la voz surte su efecto.

–Pues… en Monterrey. –Exactamente, de… a ver, a ver, ¿de cuántas tías tienes primos ahí?–. Envuelta en la espontánea efusividad que suele crearse con la parentela, sin la más mínima prudencia, continúo dándole información. –De tía Chelo y tía Concha. –Pues soy uno de los mayores de tu tía Concepción, ¿ya te cayó el veinte de quién soy? –¿Eres Tito? –Ándale, le diste al clavo, habla tu primo Ernesto–. Al escuchar la última palabra, como si hubiera recibido un cubetazo de agua fría, caí en la cuenta que algo definitivamente no checaba y colgué el auricular de inmediato.

Para empezar, ningún primo, cercano o lejano, me llama nunca y cuando nos llegamos a ver, últimamente en algún velorio, todos aún me siguen llamando Kitty, como cuando éramos niños. Mas lo que con gran contundencia me hizo abrir los ojos fue que mi primo Tito se llama Héctor, no Ernesto.

Con todas mis leguas recorridas, acababa de ser víctima de un intento de extorsión telefónica y había corrido con suerte. Desde entonces, no contesto llamadas cuya procedencia no reconozco en el identificador.

En esa misma semana, me encontré con que dos familias amigas, residentes en McAllen, la ciudad en la que resido, habían recibido el mismo tipo de llamadas. Para su desgracia, las facultades histriónicas de los delincuentes habían tenido éxito y habían logrado que les depositaran miles de dólares en sus cuentas bancarias. Un vecino se quedó sin el ahorro de cuatro mil dólares que tenía guardado para pagar los impuestos anuales de su casa. –Podría jurar que era la voz de mi sobrino Juan, se oía desesperado, decía que estaba en la cárcel por un abuso de autoridad y necesitaba el dinero para la fianza.

Temiendo que el percance se repitiera decidí hacer un reporte a la policía del condado de Hidalgo. Fue inútil, me dijeron que desde el momento en que las llamadas se reciben desde México era muy complicado darles un seguimiento. Lo que me llamó la atención fue que el agente comentara que denuncias de esas llamadas se recibían por decenas diariamente.

Intrigada busqué información en el Internet para encontrarme con que el Consejo para la Ley y los Derechos Humanos de México ha investigado que cada 24 horas se intentan un promedio de 6 mil 500 extorsiones, la mayoría perpetradas por al menos 916 bandas de extorsionadores que operan desde distintos penales de México (http://www.mexicodenuncia.org/extorsion.html).

Para quienes vivimos del otro lado del Bravo, esta actividad les ha resultado un pingüe negocio ya que con las nuevas tecnologías y con las redes sociales resulta muy sencillo obtener información sobre paisanos que moramos por acá. Escogen al azar nombres hispanos en directorios telefónicos en Internet de cualquier ciudad estadounidense y cuentan con todo el tiempo del mundo para medrar en la tranquilidad de cualquiera de nuestros hogares.

En estas llamadas a los Estados Unidos lo que los presuntos primos, sobrinos o nietos persiguen es hacer creer a los potenciales desfalcados que necesitan su ayuda económica de manera emergente. Aseguran que ya están en la frontera pero que traen un cheque que no pueden cambiar y que pasando la línea les pagarán el préstamo; o que atropellaron a alguien y los tienen detenidos y necesitan dinero urgentemente para pagar un abogado, o cualquier historia peregrina que apele a los buenos sentimientos del noble familiar.

Según el Consejo para la Ley y los Derechos Humanos de México en los últimos diez años se han intentado más de 20 millones 600 mil extorsiones telefónicas. Las ramificaciones de esta variante del crimen organizado ya se están dejando sentir en la comunidad hispana estadounidense. Para evitar desagradables sorpresas, si no se reconoce el número que llama en el identificador del teléfono mejor no levantar el audífono.

 

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