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1305 26 Abril 2013

 

Las amigas con las que platicamos de nuestros vatos
Cordelia Rizzo

A mi comadra Elia Martínez-Rodarte

Ciudad de México.- Hormonas más, hormonas menos: los vatos y morras son -entre muchas cosas padres- un dolor de cabeza: a veces porque son malos@s y otras porque son demasiado buen@s para nuestra costumbre. En el vaivén de las vidas emocionales de cada mujer hay un coro de amigas que complementa la suficiencia moral individual para discernir estos asuntos.

Las mujeres tenemos el (viejo) hábito de conversar sobre nuestras vidas sentimentales. Supérenoslo. Es una herramienta de construcción de lazos emocionales que nos sirven de red de protección cuando vienen las caídas fuertes. Si nos queremos, podemos hacernos muy fuertes, aunque nos recetemos muchos dramas también.

Para las críticas de esta costumbre –por considerarla mero alcahueteo- sólo tengo una respuesta: conversar nos aleja del suicidio. Lo dicen cientos de profesionales de la salud mental y la práctica milenaria en diversas culturas lo avala. Platicarnos las cosas es una forma de resistir los embates más serios, ya sea que nos preparen para ellos o nos contengan ya sucedidos.

La conversación de este tipo suele ser un entretejido de planteamientos de distinta seriedad, pero hay dos dilemas básicos que siempre se bosquejan y son los principios ordenadores de la aparentemente caótica elocución: ¿sigo o no sigo con él/ella? y ¿me acerco o me alejo del prospecto?

Sin embargo, hay que elegir bien a las interlocutoras. Que sean sabias, entendidas en menesteres emocionales, y si tienen experiencia en las latitudes amorosas y sexuales mejor. Entre mujeres podemos envidiarnos hasta el tuétano, y en silencio, por lo cual una escucha malvibrosa nos envuelve en un laberinto lesivo. Hay que desearnos bien, entre amigas, y saber leernos.

Es una pena no tener este recurso por cualquier razón, porque en el fondo las comunidades de mujeres podemos ser muy buenas para sobrevivir y apoyarnos. Tenemos algo que explotar y quien haya examinado bien el fenómeno sabe que la plática sentimentaloide y deshilachada es una herramienta para darnos el valor de enfrentar lo que nos toca fuera del círculo de protección de las amigas y la familia. El amor y el sexo nos colman, sí, también.

Es un drama que nos hace fuertes, en distintas medidas y para distintos asuntos. No es absoluto, pero está a disposición de una, y en general hace de colchoncito para no enfrentarnos siempre al “gran juicio de la historia” sino volver los retos de la vida manejables.

Tiendo a clavarme por largas temporadas con los chavos, y para desincrustar todo el material que me entra, se necesita una dotación de exorcismos, como rebajadores de pintura. Lo único que puede ayudar a suavizar lo abrasivo de los solventes emocionales es la dulzura de la voz de las amigas. Las pijamadas con una botella de vino, las conversaciones telefónicas largas.

A mí en especial me gusta escuchar el timbre de las voces de la gente. Cuando me enamoro de un chavo, su voz se me vuelve necesaria, a veces el fetiche dominante del enamoramiento.

Hablar, a la vez, es ir desanudando el agolpamiento de los latidos del corazón, y toda vez que se planchan las arrugas del alma escuchar a la otra es ser tocada por ella. Por eso no he renunciado al telefonema, por más que me guste la palabra escrita. Con frecuencia, más allá de toda lógica discursiva, el sonido de la voz de la persona relaja y por sí sólo puede resolver el sobresalto o la duda. Me gusta escuchar la voz de mis amigas.

Mi papá llama a mi mamá constantemente durante el día. No le dice nada, ni ella le dice gran cosa, pero estoy segura que él le telefonea para escuchar el sonido de su voz.

El amor de las amigas tiene una diversidad de expresiones muy interesante. Tenderá a parecerse a las actitudes de una madre, porque la plantilla sobre el cuidado de los demás nos la da nuestra mamá, generalmente. Por ello también puede volverse odioso.

Tenemos que amar la libertad de la otra, y trascender la cuestión de la alianza que nos hace amigas, para llegar juntas a viejitas.

 

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