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1358 10 Julio 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Rutina rota
JRM Ávila

Monterrey.- “¿Crees que no me avergüenza ser payaso? ¿Crees que nunca tuve aspiraciones?”, dice el hombre encolerizado, detrás del maquillaje. Después, mientras le hace la parada al camión, continúa, como hablándole al aire: “Todos somos payasos, aunque no nos demos cuenta. Nadie se avergüenza, pero yo sí. ¡Súbete!”

Empuja hacia el camión a su acompañante, una mujer caracterizada como payasa. Y aunque ella no lo ve, imagina la ira deformándole el maquillaje. Sabe que enfrente de los pasajeros no se atreverá a hacerle daño, pero obedece.

No quiere que vuelva a golpearla, como ayer. A los pasajeros les parecerá gracioso verla con dos dientes menos, como si fuera parte del disfraz, pero aún tiene hinchadas las encías y los dientes rotos no dejan de dolerle. “Cuidado con que te equivoques”, le advierte él al oído mientras empieza a fingir una sonrisa más acorde con el maquillaje que lo enmascara.

Desde hace días, la mujer está cansada del numerito. Una y otra vez, camión tras camión, se la pasa repitiéndolo hasta el hartazgo. Tal vez no debió decirle que ya le fastidia esa rutina. Ese fue su gran error. Si no lo hubiera cometido, tal vez aún tendría la dentadura completa. Pero no se puede dar marcha atrás al tiempo.

El payaso empieza entonando una canción boba. No, no una canción boba sino la canción boba de siempre. Al escucharlo, fastidiados, los pasajeros fingen mirar por las ventanillas. Es una función que ya parece padrenuestro, palabras que nada dicen, palabras automáticas, desgastadas. Chistes que ya no hacen gracia a nadie.

La payasa se le queda viendo fijo, sosteniéndole la mirada. Ni siquiera escucha la canción sin chiste que él entona. Sólo recuerda su voz antes de subir al camión: “¿Crees que no me avergüenza ser payaso? ¿Crees que nunca tuve aspiraciones?”

Con los ojos cerrados, contesta los parlamentos que le corresponden. Suda cuando se da cuenta de que casi llega al lugar en que cometió el error, no quiere abrir los ojos para ver la amenaza en los ojos de él pero sonríe ante la tentación de equivocarse a propósito.

Abre los ojos, mira los rostros de los pasajeros y recuerda lo que su compañero ha dicho antes: “Todos somos payasos, aunque no nos demos cuenta”. Sigue recitando parlamentos, siente lástima de los pasajeros, de ella misma.

Sin darse cuenta, cambia con el llanto la rutina. Recita parlamentos sin parar pero no puede contener lágrimas, avergonzada por ella misma y por los demás. Entonces los pasajeros voltean a verla y empiezan a reír como si escucharan los mejores chistes de su vida.
Su compañero sonríe complacido.

Ella solloza, hundida en el desconsuelo.

 

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