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1363 17 Julio 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Manipulador
JRM Ávila

Monterrey.- Gabriel apenas tuvo tiempo de enterarse de su caída o tal vez ni se enteró, distraído en su empeño por tomar aquella foto. Resbaló buscando un mejor ángulo, deseando una foto en la que el mar apareciera justo como lo veían sus ojos, porque la cámara se quedaba corta.

Consiguió una toma amplia pero en la foto no salió el grupo de fanáticos, sino un cielo enorme, de vértigo. Cayó dando tumbos entre las piedras hasta que el mar encrespado lo volvió también mar. Los amigos nada pudieron hacer. Sólo se quedaron mirando con impotencia, acomodados para la foto que jamás llegó.

A partir de aquel instante, todo fue deprimente: la indolencia de las autoridades del puerto para rescatar el cuerpo, el juego de futbol que era el motivo del viaje y se llevó a cabo casi como un trámite, el tiempo de regreso en medio de la opacada euforia por el triunfo del equipo y los paréntesis de lamentaciones por el amigo perdido.

El lunes siguiente, el comentarista oficial, en su afán de justificar su propia inocencia, buscaba explicaciones, erigía culpas ajenas a él y a la empresa televisora. En un momento de inspiración, se le ocurrió llegar a fondo en las causas. No había sido la voluntad del Todopoderoso. Aquella gente había viajado de Monterrey a Tampico por culpa de una persona. Ni siquiera se trataba del árbitro, provocador del veto al estadio, sino del aficionado que había golpeado al silbante con una batería de radio.

Ese pormenor había desencadenado una serie de hechos que culminarían con la muerte de Gabriel. Aquella persona, la que arrojó el objeto, fue la causante de su muerte, sin conocerlo, sin proponérselo, impulsado al fuego de la pasión por un simple partido de fútbol. Y remataba con algo inaudito: “Este muchacho, Gabriel, ofrendó la vida por el equipo. Y el equipo no podía fallarle. Por eso triunfó”. Con esa perorata, mandó a anuncios comerciales y se quedó con la conciencia tranquila.

El comentarista olvidaba, como siempre lo ha hecho, que había promovido el viaje con fervor y a todo pulmón: “No hay que dejar solo al equipo en estos momentos, necesitamos puntos, ¡Vamos por ellos!”

Ese había sido el inicio de la campaña de apoyo, y gracias a ella se armó la caravana. Un kilómetro sobre ruedas. Gritos y porras, manos metidas en cuerpos ajenos, sueños no conciliados, nervios por lo incierto de la victoria, cantos y ruido de matracas, frío y crudo enero, intentando olvidar que tal vez apoyaban a un equipo condenado a irse a la división inferior.

Cuando el comentarista regresó a pantalla, el triunfo del equipo ocupó el tiempo restante del programa. El relato del juego como si se tratara de una odisea terminó por desaparecer a Gabriel.

Y así, de casi mártir pasó al olvido, que es la peor muerte que pueda tener alguien.

 

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