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1383 14 Agosto 2013

 

ENTRELIBROS
El Palomo y el Gorrión
Eligio Coronado

Monterrey.- En Ingratos ojos míos (Miguel Luna y Guillermo Berrones. Ingratos ojos míos. Miguel Luna y la historia de El Palomo y el Gorrión. 2ª. Ed. Monterrey, N.L., Edit. UANL, 2013.) un ícono de la música norteña –Miguel Luna– le cuenta a Guillermo Berrones (Ciudad Victoria, Tamps. 1958) la historia de El Palomo y el Gorrión: sus orígenes (en 1957) su familia, su tierra, sus grabaciones, sus giras, su experiencia con los promotores, sus triunfos, sus amigos de la farándula, sus penurias y hasta sus amores.

Un accidente sufrido por Miguel (La Ascención, N.L., 1948-Monterey, N.L., 2010) a los siete años, que le costó perder la vista del ojo izquierdo, provocó el inicio de una fulgurante carrera al viajar por pueblos y ciudades (junto con su padre y sus hermanos Lupe y Cirilo) en busca de la atención médica adecuada y cantando donde podían para juntar dinero (“en los camiones, en las cantinas, en las plazas públicas, en los mercados”, p. 158), sin faltar radiodifusoras, escuelas, rancherías y calles.

Lupe se cansaría pronto de esa vida y se retiraría, pero Miguel (acordeón) y Cirilo (guitarra y posteriormente redova y batería) continuarían como dueto. El nombre de El Palomo y el Gorrión se los pondría don Guillermo Acosta (entonces director de Discos Musart) cuando escuchó al padre de los niños llamarlos así. “Dice papá que a mí me puso Gorrión porque me parecía a esos pajaritos que cuando nacen tienen muy pocas plumas y como yo estaba casi pelón al nacer me bautizó así. A Palomo (Cirilo) porque cuando nació era gordito, lleno de carnes y como los palomos son pechugones, por eso le puso así” (p. 47).

El éxito llegaría con su primer L.P. en Discos D.L.V.: “En ese L.P. (…) todas las canciones (…) pegaron: En Toda la Chapa, Ingratos Ojos Míos, La Elisa, Ya no Quiero Limosna, Solito Mejor Solito, Dimas de León, Mi rancherita, Amargo licor, El pájaro prieto, Elpidio Paso” (p. 84).

Ese éxito propiciaría más discos, más giras, más programas de radio y televisión y, sobre todo, más bailes: “Nosotros iniciamos los bailes masivos” (p. 103), “nosotros llenábamos en aquel entonces (los años 60) tres o cuatro cuadras de gente que venían de las rancherías y se amontonaban para oírnos cantar. Teníamos a todo el pueblo con nosotros. Si teníamos que presentarnos dentro de un salón, no nos dejaban entrar; y entonces tenían que armar un escenario arriba de un camión o en el crucero de una calle y desde allí veíamos a la gente por todos lados” (p. 86).

¿A qué se debió el éxito de El Palomo y el Gorrión? ¿A que eran unos niños de 9 y 11 años? ¿A que tocaban música norteña? ¿A su simpatía? ¿Al trabajo intenso? En opinión del sociólogo local Víctor Zúñiga, el secreto era la forma de cantar de Miguel Luna: “Y es que él no cantaba, él gritaba, con un grito que surgía del pecho; un grito poético (…). La música para él estaba adentro y tenía que salir, como un torrente, como un huracán. Conmovía, conjuraba, alisaba el mundo, armonizaba las memorias” (p. 149).

 

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