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1385 16 Agosto 2013

 

Goethe, Humboldt y el turista posmoderno
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Hubo una vez que los viajes no fueron por tiempo libre, sino animados por el espíritu de aventura y el desarrollo del conocimiento en regiones desconocidas.

Así fue por ejemplo el que narra Wolfgang Goethe en su libro Viaje a Italia o el de Alexander von Humboldt por las Indias americanas, que me parece deberían leer quienes viajan, estudian la actividad turística o administran el turismo, para saber que las motivaciones antiguas nada tienen que ver con las de hoy, plagadas de publicidad seductora. Quizás luego de leerlo entenderían el sentido profundo de eso qué Jack Kerouac llamó en On the Road el placer “de todo ese vagabundeo".

Viajar es ir al encuentro del otro. De lugares desconocidos. Quien vive en otra circunstancia al igual que el de casa, trabaja en el sentido más amplio de la palabra. Construye lo mismo espacios físicos que sueños, edifica el espíritu a través del arte o la música. El encuentro entre los diferentes permite el crecimiento personal y de las sociedades cuanto inevitablemente nos vemos en los otros. Y estos en nosotros mismos. El círculo infinito de la vida.
Viajar, viajar

Sin embargo, en estos tiempos en que viajar se ha vuelto tan cotidiano como ir al trabajo, llega a ser algo lejano de la aventura y el conocimiento. Los nuevos viajeros están a merced de los tour operadores, hoteles y ahora las líneas aéreas, que como cualquier empresa económica, diseñan su oferta y la venden en los mercados en forma de paquetes bien envueltos y al alcance de los distintos bolsillos o las expectativas de recreación.

Pero hay que recordar que este nuevo viajero a diferencia del que encarnan Goethe, Humboldt o Kerouac, además de buscar del disfrute de su tiempo de ocio quiere satisfacer su propio concepto de cultura o mejor dicho, el que subliminalmente sugiere y llega imponer la publicidad turística.

Recordemos, por ejemplo, la publicidad nos sugiere que si es turismo ecológico entonces hay que ir a montañas nevadas salpicadas del verde de grandes pinos, si es playa es paradisíaca y hay mujeres sensuales con poca ropa y piel bronceada; en cambio, si hablamos de turismo cultural entonces las imágenes son las de los grandes museos y monumentos históricos. Por el contrario, cuando nos referimos al turismo religioso entonces qué mejor que la perspectiva majestuosa de las grandes catedrales y los lugares de culto; si es turismo cinegético entonces grandes nichos naturales donde reposan las aves migrantes.

Y así, la lista podría hacerse tan larga como la oferta segmentada y llena de colorido.

¿Pero hay tiempo para ir lejos en estos temas en viajes de una o dos semanas (por no decir en un fin de semana)? Claro que no, salvo que el viajero tenga antecedentes y dirija de mejor forma su viaje optimizando su tiempo. No es el caso de la amplia mayoría que va por la libre buscando satisfacer sus apetitos con las nuevas sensaciones que ofrece el turismo de paquete.

Turista posmoderno

Mario Vargas Llosa en su libro más reciente de ensayos La Civilización del Espectáculo refiere que en estos tiempos como nunca, la gente se desplaza por todos los rincones del mundo. El turista ahorra y frecuentemente quiere ver mucho en poco tiempo. Desea estar en aquellos lugares obligados de la publicidad turística. Nunca más como un Carlos Monsivaís que llegó a los 40 años sin conocer Europa.

Cómo no estar en París y visitar la Torre Eiffel o en New York sin tomarse la foto en Times Square o en el DF sin recorrer al Zócalo o disfrutar de la belleza del Palacio de Bellas Artes y en Mazatlán como no pasear por su Centro Histórico y no comer en el Pedro y Lola, reír y beber una cerveza en La Fonda del Chalío o disfrutar de un ceviche en el Restaurant El Faro. Y no sólo eso: hacerse la foto o el video para dejar testimonio de que por ahí se paso. La foto es la encarnación de la verdad. El registro de lo caminado. Lo vivido, así sea poco y simulado.

Sin embargo, esta experiencia fugaz de imágenes, olores, sabores y texturas, no va más allá de una simple experiencia sensual que nos hace sentir momentos “inolvidables”, “irrepetibles”, “únicos”.

El turista posmoderno se caracteriza por la rapidez y la necesidad de lo inmediato, pues no puede ir más allá del momento crepuscular del viaje, sino tener la sensación de que rompió con la rutina del día a día y fue aunque sea por unos días, fue dueño de su tiempo y destino.

Abandonó, así sea por un tiempo breve, el centro de trabajo, para viajar con la expectativa de experiencias radicalmente distintas a las cotidianas.

Sustituyó el espacio de las obligaciones del hogar por el servicio que presta un lanchero, un mesero o los empleados de un hotel.

Abandona el barrio para ir a lugares donde todo está dado para el disfrute y la exaltación de los sentidos.

En fin, la sensación de que dejó atrás, así sea momentáneamente, el fastidio de la rutina y la calamidad del tiempo comprado para ver otras caras, cuerpos e intereses.

Es por eso que cuando este turista vuelve a su cotidianidad siente que descansó de la rutina, aunque el viaje muchas veces suele ser más pesado con los trámites, llamadas, mensajes, colas, maletas, incomodidades. O ya en el sitio alcohol, comida, sexo y desveladas en exceso. Necesita entonces el reposo del hogar para recuperar fuerzas y estar de nuevo en sus ocupaciones, y pasado un tiempo, volver a otra andada turística que siempre resulta irresistible.

Anfitrión

En este relajamiento fugaz que optimiza el tiempo fugado con cronometro, se necesitan las mejores condiciones posibles de un entorno amable. Se dice que el turismo de masas necesita lugares seguros, donde sus clientes puedan desplazarse de un lado a otro sin asumir mayores riesgos.

De lo contrario, los operadores de tours se van con sus clientes, como sucedió con los cruceros que llegaban desde California a Mazatlán y que luego del incremento de la inseguridad, decidieron cancelar ese destino en su recorrido por la llamada Riviera del Mar de Cortés. 

Eso obliga a los gobiernos a reforzar los mecanismos de seguridad y generar una atmósfera adecuada a las necesidades del turista posmoderno. Esto explica que abierta o discretamente se vigilen los recorridos, limpien zonas conflictivas y pongan más policías y cámaras de vigilancia.

Esta actitud preventiva es razonable, pues no hacerlo significa mayor inseguridad y subsecuentemente más desempleo. Pero si hay mayor desempleo, también es mayor el riesgo de nuevos delincuentes. Es un círculo vicioso que afecta negocios y familias que dependen de esos ingresos. Y sin ellos es la vil penuria.
Mazatlán, por ejemplo, se presume por algunas voces oficiosas con un desatino que le nombra “el lugar más seguro de Sinaloa”. Toda la ruta debiera ser igualmente protegida, pues si bien no tenemos los crímenes de alto impacto de otros años, lo cierto es que la inseguridad no ha cesado y se vive cotidianamente en sus calles. El riesgo de ser asaltado y agredido en cualquier esquina sigue siendo preocupante. Sean vecinos o turistas.

Entonces, eso quiere decir que los programas del combate contra la inseguridad no están funcionando al 100 por ciento y se necesita reforzarlos a manera de generar ambientes más confortables y amables para el turista que llega a disfrutar de nuestras playas, restaurantes, teatros, pueblos aledaños. De su gente.

Las necesidades del llamado turista posmoderno han cambiado, y ello  ha llevado a un cambio en las políticas empresariales y de gobierno, unos ofreciendo más servicios recreativos que encuentran su máxima expresión en los “complejos turísticos” y “cruceros” todo incluido, con la política de satisfacer las exigencias de servicios de calidad en un ambiente exclusivo con iguales. Los otros, generando infraestructura y embelleciendo los destinos, aún cuando sus esfuerzos no culminen en una mayor recaudación pública.

No ayudan mucho las malas noticias generadas en los últimos meses en varios destinos turísticos mexicanos, mucho menos las advertencias de viaje que han emitido algunos gobiernos a favor de sus ciudadanos y recomiendan a dónde ir y a dónde no. No obstante, el viajero toma la última decisión y es él quien decide si va o no a tal o cuál lugar.

Los mexicanos están viajando como nunca, tanto hacia los destinos nacionales como a los extranjeros.

Eso habla bien del estado que guarda la economía, pero sin duda, también de que la propensión del viajero posmoderno se ha inoculado del virus de la inmediatez. Lo efímero y lo fugaz.

Nada de lo que movió a Goethe y menos al inalcanzable Humboldt o al vago sin remedio de Kerouack.

 

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