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1399 5 Septiembre 2013

 

La peor derrota es no luchar
David Carrizales

Ciudad de México.- Querido Diario: Conversaba con una querida amiga a través de Internet sobre la discusión –hasta cierto punto inútil– a propósito de la prevalencia de los tratados internacionales sobre la Constitución o viceversa, en cuanto a la defensa de los derechos humanos.

Y le decía, de qué le sirve a un campesino indígena de Oaxaca que en Ginebra exista la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, si no tiene recursos para ir a poner una denuncia a la Agencia del Ministerio Publico más cercana, o peor aún, no confía en la imparcialidad de sus investigaciones y más peor todavía, desconoce sus más elementales derechos.

Ademas, para acudir a las instancias internacionales primero se deben agotar las instancias locales y federales.

Según publicó el Inegi en 2012, en el 91.6 por ciento de los delitos que se cometieron en México en 2011, no hubo denuncia o no se inició averiguación previa.

El 63.2 por ciento de las personas que no denuncian lo atribuyen a deficiencias en la autoridad, pérdida de tiempo y desconfianza en las autoridades ministeriales. Y esa desconfianza no es gratuita, pues del total de las denuncias hechas por víctimas ante el Ministerio Público, en el 61.8 por ciento de los casos no pasó nada o no se resolvió.

En materia laboral, los trabajadores despedidos prefieren no demandar y aceptan hasta agradecidos y sonrientes la miseria que como compensación les ofrecen los patrones, por miedo a quedar marcados como conflictivos, y que nadie quiera contratarlos de nuevo.

El precio de ir a demandar es enfrentarse a un burocratismo brutal y desalmado, pues entre el despido y la primera audiencia transcurren por lo regular de tres a seis meses, lo que puede matar de la risa o de felicidad a los empleadores y de rabia, hambre o desesperación a los trabajadores.

Luego, ya iniciado el proceso, si se consiguió un buen abogado, decente y bien preparado profesionalmente, deberá el trabajador proveerse de una paciencia como la de Job para no claudicar en el camino, y esperar, dos, tres, cuatro y hasta siete años, para que se resuelva el litigio en sus diferentes etapas procesales.

Si todo está predispuesto para que el fuerte se salga con la suya en el plano legal, hagamos que por lo menos le cueste un poquito más, dejemos en evidencia su miseria moral, y en una de esas hasta lo vencemos, pues la peor derrota es la que se sufre sin luchar.

México, Distrito Federal, 4 de septiembre de 2013.

PD. A los que puedan ir, los espero el viernes a las 12 horas, a las puertas de La Jornada para iniciar mi plantón.

 

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