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1414 26 Septiembre 2013

 

Felices ochenta
Hugo L. del Río

Monterrey.- La Universidad Autónoma de Nuevo León cumple ochenta años. Nave de gracia y fortaleza, lleva ocho décadas navegando por aguas borrascosas. Algunas veces, el capitán no ha sido digno de su insignia y en ocasiones la tripulación se amotina.

¿Razones o pretextos? Ora la impericia y avidez de quien debía conducir la embarcación a puerto seguro; ora la deslealtad del marino proclive a la traición. Pero mi casa flotante sigue cortando la mar con su proa afilada. No fue fácil crear a la máxima academia en un entorno hostil al conocimiento y, sobre todas las cosas, enemigo de las aulas donde el joven toma nota que no es un objeto, sino un sujeto: crecimos en un laboratorio donde la plutocracia hacía experimentos de un fascismo acriollado.

Se opusieron a la fundación de la Universidad, y cuando vieron que su antagonismo estaba destinado al fracaso, pretendieron (y en ciertas circunstancias lo lograron) desviar la llama de la verdad hacia el individualismo ajeno a la cultura, enemigo de la solidaridad, esclavo del oro y el poder. Subestimaron a la generación de fundadores.

Me resulta tan fácil imaginar a los tres amigos, vestidos con los trajes de la época, sentados en la banca, soñando en voz alta al tiempo que aplican el hombro a la faena: José Alvarado, Raúl Rangel Frías, Juan Manuel Elizondo.”Habían transcurrido apenas unos días”, escribe don Juan Manuel en Memorias Improvisadas. Mi Universidad, “desde la llegada del doctor Alba a Monterrey, cuando nos enteramos por la prensa que se había formado un Comité Organizador de la Universidad, integrado por unas doce o quince personas, que bajo la presidencia del doctor de Alba  se encargaría de dirigir todo lo concerniente a la nueva institución, desde las labores de remodelación de edificios hasta la organización administrativa y pedagógica que daría cuerpo a la Universidad. Se trataba de un grupo de gentes de las llamadas ‘representativas de la sociedad’ en la cual había gerentes de empresas industriales de Monterrey, empleados de negocios mercantiles, profesionistas envejecidos, algunos profesores y un par de estudiantes”.

Elizondo siente la primera derrota. Es muy joven: luego aprenderá que en la guerra se pierden y se ganan batallas. Entristecido, escribe: “La Universidad era nuestra, pero no era lo que nosotros deseábamos”. Eduardo Elizondo intentó la misma maniobra treinta y tantos años después. En su obsesión por castrar a la Universidad, hizo nombrar como rector a un coronel del Ejército. El banquero fracasó, como fallaron sus antecesores ideológicos. 

La Universidad es un león que no será domado ni se resignará a vivir encerrado en la jaula. Hoy vive tiempos difíciles, y se ha debilitado el espíritu de humanismo. Nadie lo dijo mejor que los revolucionarios franceses: Libertad, igualdad, fraternidad. La reacción ocupa posiciones importantes en nuestra vivienda espiritual, pero la lucha continúa. Los enemigos del hombre social no tienen garantizado el triunfo.

Ocuparon la Rectoría gigantes del pensamiento y la cultura: el propio Rangel Frías, Roberto Treviño, el arquitecto Joaquín A. Mora, mi maestro, don Pepe Alvarado; el doctor Alfonso Rangel Guerra, sin duda el mejor alfonsista de México y quizá del mundo, y otros más.

El bajel sigue flotando y navega hacia un destino, muy lejano, pero no imposible.” No, no olvidamos la meta. “¿Recuerdas?”, apunta don Alfonso Reyes.    

 

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