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1428 16 Octubre 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Escuelera
JRM Ávila

Monterrey.- Cuando a Ricardo le asignaron cuatro horas en la secundaria del Nogalar, en turno vespertino, y a pesar de tener la especialidad de matemáticas lo pusieron a enseñar Biología, se enfrentó con el primer escollo del ciclo escolar. El segundo sería tener dos grupos a su cargo, es decir, cubrir seis horas.

Al principio no supo por dónde empezar, dado que no había tenido contacto con la biología desde que estaba en la normal básica, hacía más de diez años. Pero cuando se dio cuenta de que le daban a cubrir seis horas a la semana, recibiendo el pago de cuatro, lo otro pasó a ser problema menor.

Para resolver la situación, pidió hablar con la directora que lo mantuvo esperando por una hora y no lo recibió, pero le pidió que fuera a verla el día siguiente a la una de la tarde, recomendándole fuera puntual, porque tenía muchos asuntos que atender.

Ricardo pidió permiso de salir temprano en la escuela primaria en que trabajaba por la mañana, así que llegó antes de la una de la tarde y se sentó a esperar en una de las bancas, bajo la sombra de unos árboles enormes, algunos de ellos centenarios.

“¿Eres nuevo, profe?”, le dijo una voz que no reconoció pero pretendía ser amable. Cuando volteó, vio a un hombre ataviado con gorra de beisbol y uniforme de intendente, y contestó que sí. “Me llamo César y soy intendente en la escuela de la tarde”, escuchó mientras el otro le tendía la mano. “Mucho gusto. Me llamo Ricardo y soy profesor de matemáticas, pero voy a dar biología”, dijo mientras se saludaban.

“Así les hacen a todos los nuevos”, dijo el intendente sonrió. “Nomás no te desesperes, profe, y te va a ir mejor”. “¿Es pesado el ambiente de trabajo?”, preguntó Ricardo. “No, la verdad es que toda la gente se lleva bien. ¿Ya ves que en otras escuelas, a los intendentes, los profes nos tratan como si fuéramos sus sirvientes? pues aquí no. Aquí nadie es más que nadie y nadie es menos que nadie”.

“¿Entonces todo está muy bien?”, dijo Ricardo, y César se quedó pensando. “Lo único malo son los intendentes de en la mañana, esos güeyes no ayudan para nada, te dejan todo tirado, nunca hacen el aseo de los salones, nunca barren el patio ni las canchas, nomás apilan las hojas dondequiera, y la directora de en la mañana ni les dice nada”, dijo, “pero todo lo demás está con madre”.

Se llegó la una y cuarto de la tarde y Ricardo se despidió para entrevistarse con la directora. Ella le propuso, “por necesidades de la secundaria”, cubrir dos de las tres horas de biología de cada grupo y que de la tercera se encargara uno de los auxiliares. A él no le quedó más que aceptar y ese ciclo escolar se convirtió en un calvario para “el nuevo”, los auxiliares y el grupo.

Pasaron cuatro años y Ricardo ascendió a maestro de planta, pero tuvo que irse a Linares. Día tras día, levantarse a las tres y media de la mañana, emprender el viaje en autobús, permanecer menos horas en la secundaria de Villaseca que en camino de ida y venida, y regresar a casa poco antes de las cuatro de la tarde para comer y caer rendido de sueño por al menos hora y media. Esa era la rutina, pero el cambio implicaba ganar más y dejar de trabajar en primaria y por horas, y eso lo ponía contento.

Casi un año después, a mediados de septiembre, regresó a la secundaria matutina del Nogalar y se encontró con la grata noticia de que César se había cambiado de turno y serían compañeros de trabajo nuevamente. Al menos tener un conocido en la secundaria no le venía mal.

“¿Y cómo te ha ido en la mañana?”, le preguntó a César. “Con madre, profe”, contestó el intendente y prosiguió: “lo único malo son los intendentes de en la tarde, esos güeyes no ayudan para nada, te dejan todo tirado, nunca hacen el aseo de los salones, nunca barren el patio ni las canchas, nomás apilan las hojas dondequiera, y la directora de en la tarde ni les dice nada, pero todo lo demás está con madre”.

Ricardo no pudo contener la carcajada y César puso cara seria, como preguntando de qué se reía o por qué se burlaba de él. Cuando el profesor le recordó lo que había dicho cuando lo conoció en la secundaria vespertina, el intendente también soltó la carcajada.

A partir de entonces, se veían y sonreían como si fueran cómplices de una misma travesura.

 

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