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1429 17 Octubre 2013

 

EL CRISTALAZO
Cosas del deporte
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Redacté  estas anacrónicas líneas con toda la desinformación posible; es decir, antes del juego de la Selección Nacional en Costa Rica, de cuyo resultado como todos sabíamos antes y ahora, tantas cosas colgaban del esbelto hilacho de la casualidad y los artificios aritméticos de esa mafia mundial llamada FIFA, una de las organizaciones más tramposas del planeta.

Hoy quisiera repetir como mi inolvidable maestro Pepe Alvarado: “nunca pedestre afán distrajo mis vigilias”, pero mentiría. Me gusta el futbol y he sido feliz en un parque de beisbol; amo las genialidades de un tenista y puedo llegar al éxtasis con las maravillas de la gimnasia femenina.  

No vi a Nadia Comaneci en las aéreas perfecciones de Montreal, pero sí estuve presente cuando se cayó de la viga de equilibrio en una exhibición en el palacio de los Deportes. 

Estuve en Guadalajara cuando Brasil llevó el futbol a la más alta perfección posible y no superada hasta ahora, como es lógico, y en la duela de Barcelona miré jugar al “dream team” durante los olímpicos de 1992 cuando el Mediterráneo era un mar de Cava y algunos otros espíritus.

En fin; me gusta el deporte. Cualquiera. El “Dojo” cuando Manuel Mondragón hacia exhibiciones y el profesor Matsura nos hacía llorar con los estiramientos y la silenciosa emoción de subir la montaña hasta pisar la nieve del inocuo y hoy prohibido Popocatépetl.

Hermosa la fosa de clavados, insuperable la emoción de los 100 metros planos. Vi tirarse a Paola y entrevisté a Carl Lewis. Insisto, me gusta el deporte. Por eso me indigna el manoseo de los (les decía Seyde) del pantalón largo. Es indignante cómo han prostituido algo cuya esencia debería ser decente, limpio y legal. 

No sé, pues, el resultado del martes pero supongo victoriosos a los mexicanos (y “naturalizados”) si un marcador favorable contra Costa Rica, pudiera considerarse de verdad una victoria. No se puede presumir mucho cuando el rival cabe en una cáscara de nuez y le sobra espacio, pero a ese nivel de enanismo nos han confinado los experimentos mercantiles de los dueños de los equipos con cuyas filas se hace la Selección llena de extranjeros oportunistas. 

Lo mejor habría sido (y quizá fue) quedar fuera. Pero no lo creo. Iremos a Ríos a ver cómo de nosotros se ríen, si se me permite tan simplón juego palabrero. 

Empezar entonces de veras desde cero, poner una autoridad nacional capaz de ordenar este festejo popular (pienso en el Comisionado del beisbol en Estados Unidos)  cuya dignificación también  podría ser parte de una labor del gobierno, si se decidiera a gobernar en esto además de algunas otras áreas donde nomás no lo miramos.

Pero la pachanga de las televisoras ha sustituido el espíritu lúdico y festivo del juego. 

Jamás he comprendido a los empresarios cuya finalidad es el dinero y se conforman con ganar sin calidad, cuando podrían aumentar sus ganancias si se decidieran a trabajar con excelencia y no con la comodidad de sus fáciles arreglos por debajo de tantas mesas. Si con  este futbol ratonero se hacen millonarios, Midas con tachones serían en serio si tuvieran a México en el verdadero campeonato del mundo (no en la jaloneada aritmética de las calificaciones y los repechajes “moleros”), en abierta disputa contra Alemania o Brasil y no felices bailoteando en El Ángel por ganarle a Trinidad y Tobago, Costa Rica o Panamá. 

Pero quizá sea el verdadero complejo nacional: nunca levantar la mira; jamás alzar la vista conformarse con poco, disfrazar la mediocridad de alegría efímera y sin mérito real. No se sabe si es un asunto de “mediocridad” o de “miedocridad”, dejémosle esos ensayos a Samuel Ramos, Octavio Paz o cualquiera de ellos. 

Por lo pronto me quedo con el asombro infantil de mi primer estadio, el de la Ciudad Universitaria. La mañana del domingo, el ruido, el bullicio y el alarido de las gradas. ¿Dónde habrá quedado aquel espíritu hoy perdido entre vándalos, porras violentas y jugadores sin juego? Sólo queda evocar las tardes de aprendiz junto al micrófono con Ángel Fernández y Fernando Marcos y obviamente Melquiades Sánchez Orozco, “la voz” del Azteca.

Dinamita

En un desayuno, hace meses, Juan Manuel Márquez me dijo: gano el quinto campeonato y me voy. Hoy la frase podría ser parcialmente cierta. No ganó, pero si se va habrá tomado la decisión más inteligente de su vida. 

Sano, rico y con una buena vida, Juan Manuel debe comprender la fecha de caducidad de la dinamita. No aquella inventada por Alfredo Nobel;  sí la suya, la olvidada en los puños alguna vez letales y hoy relativamente insuficientes para ganarle un peleador escurridizo muchos años más joven. 

Nadie le gana al calendario… ni al fisco. Es tiempo de partir. 

 

 

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