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1439 31 Octubre 2013

 

Cuaderno de elefantes
Eligio Coronado

Monterrey.- Daniel Monedero (Valladolid, España, 1977) nos habla de su fascinación por los elefantes a través del personaje Alfred H. Sullivan. Éste, en uno de sus viajes como entomólogo y sintiéndose inseguro respecto al valor de su trabajo, se topa con un elefante y entiende que: “es imposible comprender lo diminuto si no ponemos a su lado también lo gigantesco” (p. 45,).

A partir de entonces, Sullivan llevará un diario de notas sobre paquidermos que ahora se publica como Cuaderno de elefantes de Alfred H. Sullivan ( Daniel Monedero. Cuaderno de elefantes de Alfred H. Sullivan. México, D.F.: CIDCLI / UANL, 2012. 42 pp., Ilus. de Rosana Mesa Zamudio. (Colec. Brincacharcos), ampliamente ilustrado, en tamaño oficio y dirigido al público infantil.

Contiene veintiún artículos breves y amenos sobre estos proboscidios y algunos de sus oficios: literatos, pintores, trapecistas, marineros, guerreros, verdugos, músicos y productores de nubes. También hay características a destacar: elefantes galantes, inmortales, blancos y enanos.

Continúa el autor señalando los usos de la piel, las orejas y los colmillos, y cierra recordando la proverbial memoria paquidérmica y algo diabólico sobre la sombra de estos mamíferos ungulados. Es muy interesante, además, conocer al inventor de gafas para elefantes y al hipnotizador de estos animales, mexicano por cierto.

Es evidente que la fantasía gobierna la pluma del autor (Monedero) y su alter ego (Sullivan), pero es privilegio del autor emplear todos los recursos que conozca para realzar sus textos, incluso inventar un cuaderno sobre elefantes encontrado entre las pertenencias de un personaje ficticio ya muerto, como en este caso.

Lo importante es crear sobre lo ya creado, cambiarle la cara y el sentido a lo ya hecho; darle vuelta a la idea original hasta encontrarle un ángulo promisorio, que permita otra forma de abordarla en una operación similar a la de tratar de sacarle jugo a las piedras. Así avanza la literatura.

Por ejemplo, en el artículo “Elefantes de Nueva Orleans” se afirma que éstos “habían aprendido a interpretar con sus trompas auténtico jazz” (p. 19) y que, incluso “(Louis) Armstrong adoptó algo del estilo de los elefantes en su particular modo de tocar la trompeta” (ídem.). ¿Verdad o mentira? Como Armstrong ya murió y esos elefantes eran ficticios no hay a quién preguntarle. Por estos resquicios se cuela la verdad literaria. ¿Quién podría debatirla? Por cierto, ¿notaron el juego de palabras “trompa-trompeta”?

En el mismo caso están los elefantes literatos, de quienes el autor espera que “algún día sea posible encontrar en algún escaparate de (la mítica librería parisina) Shakespeare & Co. (…) una antología de Poesía Elefántica” (p. 10) o el del elefante pintor Pollock, sobre quien el autor expresa: “Sólo el tiempo dirá si el elefante Pollock tendrá un lugar reservado en los libros de arte” (p. 20). Lo de “Pollock” es en referencia al pintor norteamericano Jackson Pollock (otro juego del autor).

 

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