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1439 31 Octubre 2013

 

Franquicia de unos cuantos
Irma Alma Ochoa

Monterrey.- En el 54, mi madre, abuelas y tías votaron en elecciones federales por primera vez. Ya habían transcurrido 36 años para que las mexicanas lograran ser sujetos políticos constitucionalmente, debido a la exclusión en el lenguaje. La ciudadanía plena tal y como la conocemos no apareció mágicamente, ni es concesión del colectivo hombres.

Es justo admitir que fueron las mismas mujeres, quienes al ver restringidos sus derechos, exigieron reparar la omisión de los constituyentes y vindicaron su estatus de ciudadanas. Su legítima demanda logró el decreto de octubre 17 de 1953, mediante el cual obtuvimos los derechos políticos.

Para enmendar la constante discriminación hacia las mexicanas, se han ido conquistando algunos derechos cimentados en acuerdos internacionales. Evocamos las reformas constitucionales aprobadas pocas semanas antes de celebrarse la Primera Conferencia Internacional de la Mujer, que disponen la igualdad jurídica, la libertad de trabajo de hombres y mujeres, y la nacionalidad al extranjero que celebre matrimonio con mexicana y viva en el país.

Si bien se han ganado espacios acotados para los hombres, en los hechos aún falta mucho para que las mujeres ejerzamos la igualdad asentada en las leyes. En términos de equidad, principio de la democracia, el ideal apunta a la distribución del poder, pero sabemos que en México no hay tal. El poder es franquicia de unos cuantos personajes, particularmente hombres, y está enquistado en los partidos políticos.

En efecto, obtuvimos el derecho al sufragio y sin soslayar los avances notamos que la desigualdad es enorme. Desde hace 203 años se fundó la República. En estos dos siglos ni una mujer la ha presidido, sólo seis han gobernado en las 32 entidades y de más de 2 mil 400 municipios son contadas las alcaldías administradas por mujeres. En tanto que la representación femenina en la Cámara de Senadores, en la de Diputados y en los Congresos locales es mínima.

Hace una década se decretaron las cuotas de género y quienes están en los espacios decisorios fingieron cumplirlas. Los partidos políticos infringen las leyes y no pasa nada. Ni capacitan ni promueven el liderazgo ni impulsan la participación política de las mujeres, pese a que en 2007 las leyes electorales les marcaron la obligación de destinar, para tales efectos, el 2 por ciento de los recursos que reciben de las arcas públicas.

Evidentemente, estas reformas legislativas subsanan las exclusiones por razones de género, pero la situación real es otra. Es innegable que unas cuantas mujeres han llegado a puestos de representación de alto nivel; a ser dirigentes de partido o de organismos populares, congresistas, asambleístas, gobernadoras, alcaldesas o secretarias de Estado, solo que al pretender un rango más elevado se topan con el techo de cristal que acorta las metas, o caminan sobre piso jabonoso que las hace resbalar. A menudo, a las mujeres les ofrecen los distritos en los que reina la oposición y hay poco margen de triunfo, dejándolas a su suerte a sabiendas que el escenario es adverso.

Mientras no exista un ambiente igualitario y de respeto, que rompa el mito de que las decisiones políticas son función sólo de los hombres, algunos obstáculos seguirán infranqueables. Sin importar conocimientos, logros, méritos, acciones o propuestas que las candidatas hagan en beneficio colectivo. Las mujeres siguen desafiando los estereotipos establecidos, como un día lo hicieron Hermila Galindo y Elvia Carrillo Puerto.

Sobre el trabajo doméstico, el Papa Francisco recién dijo que es: “tarea que a pesar de ser noble, aparta a las mujeres con todo su potencial de la construcción en comunidad”. Claro, las asignaciones culturales fijan para las mujeres el cuidado de la familia y el mantenimiento de la casa, y bajo este concepto, la división social del trabajo así como la falta de corresponsabilidad en los quehaceres del hogar, anclan cualquier intento de participar en el juego político-electoral.

Para desventaja de las mujeres, el prejuicio las priva de las oportunidades de desarrollo personal y restringe su ingreso a los espacios de decisión. Se acostumbra menospreciar, sin argumentos válidos, las capacidades, habilidades o indumentaria de las mujeres con aspiraciones políticas. Se revisa el color y largo del cabello, la bastilla de la falda, si está maquillada o no, si se pasó de rímel o se hizo cirugía estética.

Por ello, la investigadora Margarita Dalton afirma que las mujeres que buscan cargos políticos “deben ser valientes porque las dificultades son muchas y los golpes físicos y morales también”. Su osadía para ocupar un puesto de representación popular es motivo de mofa.  Las burlas se agudizan si la candidata enarbola la agenda de las mujeres.

Si bien son numerosas las militantes de partidos políticos que participan y aportan sus saberes y capacidades para coadyuvar en el desarrollo de su municipio, estado o país. Son muy contadas las que obtienen el reconocimiento de su partido, única vía por el cual se puede contender.

Para cumplir con las cuotas establecidas, los partidos integran apresurados sus listas con mujeres no-afiliadas que cuentan con autonomía política e ideológica. Las invitadas provienen de la academia, del empresariado, de los medios de comunicación, de los movimientos feministas o derecho-humanistas.

La mayoría de las mujeres postuladas, aunque tengan prestigio, trayectoria, reconocimiento social, nociones de los mecanismos y herramientas necesarias para actuar; que son líderes en su campo y que invierten tiempo y esfuerzo en su campaña, por diversos motivos no captan el voto del electorado.

Quizás se deba a que no contaminan visualmente el territorio, por ética, por defender los derechos medio-ambientales o porque los dirigentes las bloquean al no suministrar los recursos para que las campañas sean exitosas.

Pese a que se cuenta con dinero para capacitación, las contendientes reciben nula o poca capacitación electoral o a destiempo. Los partidos organizan foros o talleres a la carrera cuando los plazos electorales están encima. Quizás la información facilitada podría haber sido útil para echar a andar su campaña, pero no a una o dos semanas del cierre.

A la par de buscar el voto cara a cara, recorriendo el territorio materia de la contienda, agenciar entrevistas o notas en los medios de comunicación, las candidatas se convierten en las “multiusos” de una película no chusca, sinónimo de multifuncionales. Ellas mismas se encargan de planear las actividades para darse a conocer, diseñar y hacer artículos promocionales, colgar los pendones o cantar la infaltable lotería. 

Por si fuera poco, son las facultadas para agenciar los recursos para su campaña, se dan a la tarea de encontrar patrocinios o, como último recurso, buscan autofinanciarse, solo para concluir el proceso y honrar el compromiso adquirido. Al parecer los partidos (conscientes o no) le apuestan al fracaso de sus contendientes mujeres.

Quizás con esta estrategia abonan a la diferenciación, manteniendo las relaciones asimétricas de poder entre los géneros y el ámbito público como terreno de exclusividad masculina. Aún así, contra viento y marea, las mujeres luchan para superar los obstáculos y conquistar espacios de poder.

Mi abuela ni siquiera imaginó que iría a votar y votó. Yo imagino a las mexicanas ocupar la más alta posición de gobierno. Espero verlo.

 

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