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1442 5 Noviembre 2013

 

Estamos perdiendo el país
Hugo L. del Río

Monterrey.- Matamoros es una ciudad fronteriza. Debería ser un gran puerto industrial, pero eso es harina de otro costal. A lo que vamos: el domingo pasado,  la localidad vivió durante seis horas lo que don Martín Luis Guzmán llamó la fiesta de las balas.

Trece muertos: todos del hampa, incluida una mujer. ¿No sufrió ni siquiera una baja la marinería, ni un herido leve ni nada? La verdad, confesó Churchill, es la primera víctima de la guerra.

Hay varias versiones: que es el “desacuerdo” entre los golfos y los zetas por el control del territorio; que por lo menos en una ocasión, los malos atacaron a los fusileros navales; que fueron combates entre los ciclones, grupo que se desprendió del Cártel del Golfo, y éstos últimos, al mando de Homero Cárdenas en la urbe junto al Bravo. Pero, además, fue asesinada en su casa doña Consuelo García, madre de Mónica González García, secretaria de Desarrollo Económico y Turismo de Tamaulipas.

El gobierno rezará el Padre Nuestro en arameo, pero trece muertos en la frontera comprueban que las fuerzas armadas no controlan las zonas de guerra. Y qué decimos de Michoacán. El gobernador Fausto Vallejo, dice que no hay problema. Casi casi se plagia la famosa frase de Iturbide: “Os he enseñado a ser libres; a vosotros os corresponde aprender a ser felices”.
No, en tierra tarasca no pasa nada.

Cuarenta camionetas de la Policía Federal escoltaron al obispo de Apatzingán, don Miguel Patiño, y lo llevaron a un cuartel porque de otra manera no podían garantizar su integridad física. Los policías municipales de Apatzingán y Ciudad Lázaro Cárdenas fueron desarmados (en la vida real están arrestados, aunque los voceros oficiales se niegan a usar la palabra) y los federales se hicieron cargo de la vigilancia. Estamos hartos de promesas.

Esta guerra cumplió ya siete años, y si no hemos perdido Tamaulipas y Michoacán estamos a punto de hacerlo. El presidente Peña Nieto, comandante supremo de las Fuerzas Armadas, debería recordar el aforismo de Sun Tzu: “Lo que es, pues, esencial en la guerra, es la victoria”.

Pero qué barbaridades escribo: si todos sabemos que el mexiquense no ha leído ni leerá un solo libro en su exitosa vida.

Su triunfo es nuestra derrota.

Pie de página

Dice Felipe de Jesús Gallo, mero mero petatero de eso que llaman fuerza civil, que el papelón que armó con el jefe del C-5, Sergio Lozano. Fue “una cuestión privada”. Si dos comandantes de la mediocre gendarmería local se mientan la madre y están puestos a darse de madrazos, podemos llamar al incidente como queramos, pero no puede ser “una cuestión privada”.

 

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