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1453 20 Noviembre 2013

 

ENTRELIBROS
Romances de una cellista
Eligio Coronado

Monterrey.- La cellista Catalina se debate entre tres amores: uno pertenece al pasado (Vladimir), otro al presente (Franco) y otro al presente imperfecto (Florentino), con el cual no puede haber nada serio. Y es que Florentino es un violoncello, el único de los tres que está con ella todo el tiempo.

La historia de Romances de una cellista (Monterrey, NL, Edit. UANL / Facultad de Música, 2012. 160 pp., partituras y fotos) nos la cuenta la también cellista profesional Brenda Elizondo (Monterrey, NL, 1983), en diecisiete cuentos (cada uno acompañado de su partitura musical, que funciona como fondo ambiental). Esta historia luciría más si hubiera sido tratada como novela dada la similitud de personajes, estilo, tono, ambientación, perfil psicológico y época.

Como novela, la autora hubiera podido dejar capítulos inconclusos que se irían resolviendo durante el desarrollo de otros, sin demérito de la historia. En cambio, como cuentos algunos carecen de unidad e incluso el último (“Baraja española”, p. 153-158), que pretende definir la historia amorosa con Franco, no resuelve nada y deja todo en el aire: “Al verlo en cama (a Franco), inconsciente, casi perdido, decidió esperar allí hasta que despertara para decirle que ya no tenía nada más que pensar, que quería amarlo para siempre” (p. 157).

Esta decisión es tardía y posiblemente inútil, pues Franco está muy grave (“El accidente lo había dejado en estado de coma”, ídem.). No se sabe si despertará o morirá. Por otra parte, Vladimir sigue siendo el amor de su vida: “Catalina (…) Les aclaró haber acudido a ellas (las cartas de la baraja española), buscando una solución para arrancar a Vladimir de su ser” (p. 156).

Mientras tanto, Florentino (el cello) la espera en casa: “como siempre, amoroso” (p. 158). Por supuesto que la relación con él ha alcanzado un nivel ideal, pero sin dejar de ser unilateral, lo cual evidencia la resignada soledad de Catalina.

Sin embargo, la autora sabe paliar esa situación con el atinado recurso de la personificación: “Florentino se mostró entrañable desde su atril. (…) estaba contento porque su amada, al menos por ese día, había olvidado el ritmo de tango que Vladimir le legó a su existencia, aunque eso, probablemente significara que pronto, Franco se convirtiera en su próximo rival” (p. 57).

Incluso, Catalina intenta un leve erotismo con dicho instrumento: “Voltea a ver a Florentino (…). Se le acerca y lo despoja del frac. Sus ojos de enamorada lo recorren palmo a palmo desde la cabeza hasta su espiga, no le parece real que sólo sea de ella, ni que pueda acariciarlo como lo está haciendo. (…) Después de esto, ya no puede soltarlo. Lo recuesta en ella y toma el arco para abrazarlo” (p. 54-55).

Muy convincente, pero no deja de ser sólo un amor de madera, idealizado como un fetiche sexual (del latín facticius: “artificial”).
Sí, por todo lo antes señalado, Romances de una cellista debió ser escrita como novela.

 

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