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1465 6 Diciembre 2013

 

MALDITOS HIPSTERS
El amigo cobarde
Luis Valdez

Monterrey.- Soy un amigo cobarde. La última vez que vi a Chema Mendiola, fue en la Feria del Libro Monterrey 2013. En uno de esos pasillos donde yo corría apurado y la verdad no pensé en detenerme. Lo vi más delgado que de costumbre, demacrado, y no encuentro otra justificación que la cobardía, para no haberme detenido a darle un abrazo.

Yo creo en la amistad pero también en el respeto y admiración a los amigos. Eso me ha orillado a tener amigos que no se caen bien entre sí. Los narradores echan pestes de mis amigos poetas, y los poetas ven despectivamente y como analfabetas a mis amigos narradores.

Cada vez tengo menos amigos poetas, pero los que tengo (cada vez en número más mínimo porque voy a la inversa de la canción “yo quiero tener un millón de amigos”) valen oro para mí. En más de una ocasión, he tenido que borrar los comentarios de mis propios amigos cuando se dicen cosas en mi muro de Facebook, porque “mi muro y mi facebook son muy míos y si tienen un pedo, es su pedo”.

José María Mendiola era en cierta forma un amigo. En los años noventa salió una nota en el periódico El Norte, redactada por José Garza, donde se anunciaba que había convocatoria abierta para integrarse a la Serfans (Sociedad de Escritores Resentidos, Frustrados, Amargados, Neuróticos, Sicóticos y Similares). En la fotografía, tomada por el mismo reportero, aparecían Julio César Méndez, José Eugenio Sánchez y José María Mendiola.

Además, se invitaba a la posada de los escritores en el tercer piso de la Casa de la Cultura de Nuevo León para leer textos sobre animales, bichos y criaturas fantásticas. Fue mi primer contacto terrestre con los escritores locales. Creo que ahora es más fácil llegarles al ambiente literario (ahora empobrecido) de las letras de Nuevo León.

En el 2005, José María Mendiola trabajaba en Cultura de Santa Catarina. Yo tenía una beca del centro de Escritores de Nuevo León y formaba parte de un taller literario que andaba en ese municipio. Él y Armando Alanís me invitaron a presentarles algo que pudiera formar un libro. Salió Territorio de leones, un librito de cuatro relatos protagonizados por Joaquín Vicente, un alter ego que he intentado matar varias veces, desde que me di cuenta (de manera frustrante) que tenía más vida social que yo.

De Chema Mendiola recuerdo un chiste que la misma noche me contó como cinco veces (a lo mejor esperaba una risa de mejor calidad de mi parte):  “¿Conoces a (señor X)? ¿Supiste que hace unas semanas estuvo en el hospital bien madreado? Bueno, pues el güey ya estaba en las últimas, esperando que se lo cargara la chingada, y le dijo a su esposa: “Mi amor, tengo que decirte algo. Con cuántas y qué viejas te he puesto los cuernos. Y le contó toooda la lista, pero ¿sabes qué fue lo peor?¡Que no se murió, el pendejo!”

Era muy divertido, Chema Mendiola. Le pregunté hace unos meses cómo le iba con el taller literario que tenía en la cafetería de un hotel. Me contestó que el único que no aprende es el cabecilla de toda la bola de muchachos.

“Tiene muy buena fe, es un muchacho muy noble”, le dije.
‒Bueno, pues nomás a ese güey no le entra nada en la cabeza.

Luego me lo topé en la Feria Internacional del libro, en Cintermex. No sé si me vio. Yo sí lo vi y ahora lo recuerdo y pienso en el amigo cobarde que he sido.

 

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