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1524 27 Febrero 2014

 

Una tarde con carnavaleros regios
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- La tarde apenas nacía. El sol pleno como el infinito de ese mar azul alterado sólo por las siluetas caprichosas de las Tres Islas y el vuelo de las gaviotas que vagaban sin rumbo fijo en esa explanada azul.

Llegaron los primeros regios a la puerta de abordaje, con una inagotable dotación de cerveza y algunas botellas de whisky y brandy. A la raza regia se le veía feliz, como si estuvieran en la víspera del reencuentro con sus querencias; pero no –estoy seguro–; era por la alegría de estar sobre el amarillo mar de Gilberto Owen.

Siete semanas de trabajo que concluían con un paseo inolvidable por la espectacular bahía de Mazatlán. El yate blanco impecable y la tripulación  listas para atender a sus visitantes. La nave surcó lenta sobre las aguas tibias y éstas agradecían con estelas risueñas de suave espuma blanca.

Se oye el shhhtt de las primeras latas sacrificadas y el sublime gorgoreo que despierta el trago anhelado, luego de una noche larga de copas. Surgen las primeras voces y se encadenan hasta ser un murmullo colectivo.

Las notas inconfundibles de En eso no quedamos corazón, de Los Invasores de Nuevo León, sacuden como golpe sobre hierro, la nostalgia de estos regiomontanos que con su trabajo diario han creado una hermandad entre ellos y Mazatlán.

En eso no quedamos corazón/ regrésate a vivir la realidad/ recuerda que fue nuestra decisión/ amarnos sin perder jamás la libertad... 

Hermandad construida a golpe de tabiques de amistad, soledad, estrés, angustia y relajo. Pero esa capacidad de hermanar no se agota ahí; esos regios que día a día trabajan cortando, soldando, modelando, pintando, hasta dar forma a esos monigotes caprichosos y algunos carros alegóricos que representan la imagen amable y festiva de la fiesta carnestolenda. En esos carros, las reinas y princesas moverán una y mil veces la diestra y la siniestra, saludando a unos súbditos que se rinden ante su majestad.

Son todos ellos hijos de los barrios bravos de la Sultana del Norte, que año con año abandonan para llegar al puerto con el fin de colaborar con su líder, el escenógrafo Jorge González Neri, quien con su imaginación desbordada alimenta las mentes febriles de estos herreros, pintores y soldadores, con las fantasías revividas ahora de Litoralia, donde se hacen presentes los grandes carnavales del mundo; pero no sólo eso, también personajes humanizados como el Che Guevara, a quien le despojan del traje verde olivo para enfundarle un traje de baño y los arlequines que estos días adornan con sus vestuarios y sonrisas la avenida del Mar.

Todo ello da un toque de alegría y esperanza en este Mazatlán sufrido por el bombardeo mediático. Hoy más que nunca, con la detención aquí del Chapo Guzmán, quien si hubiera permanecido en la Torre Miramar seguro sería uno más de las decenas de miles de visitantes dándole un reposo a sus afanes de fuga.

Pero entre la raza regia, la fiesta del aquí y el ahora es lo suyo. Es abrir una más de esas decenas de cervezas frías como hueso, beber un trago de whisky, comer unas tostadas de un exquisito ceviche de sierra y chancear con sus hermanos de propósitos.  

Pesado y Lorenzo de Monteclaro ponen el ritmo y rompen con la etílica “Abrazado de un poste”, que produce inmediatamente una fuente de nostalgia que carcome el alma de cada uno de ellos:

Conversamos le dije tu nombre, dirección y la casa en que vives/ un cigarro me pidió aquel hombre/ ¡cantinero!, otra copa nos sirve/ ya no sigas, me dijo llorando/ es la misma que estuve esperando…

Alegría que contagia; que anima las fotografías de los enamorados, que una y otra vez oprimen el obturador y registran la magia de la imagen en ese azul en una cópula infinita del cielo y el mar. En ese vértice ardiente aparece la voz del infaltable Buki, preguntando a la raza que empieza a ver el mar con otros ojos: ¿A dónde vamos a parar?

Cayendo siempre en el mismo error/ dándole siempre más valor a todo/ menos al amor, que hoy no nos deja separar…

Los regios sacudidos por la melancolía y los efluvios de la cheve y el whisky, bailan y otros aterrizan con singular alegría en las aguas azules. Me dice González Neri: es algo muy especial para nosotros, porque lo nuestro son los cerros escarpados y la aridez infinita. Encontrarnos con el mar es lo diferente y lo largamente anhelado. 

Las fotos serán el mejor registro de esta tarde y probablemente un regalo para sus familias y amigos del barrio. Yo ni las envío, porque se me arranca con la vieja, me dice González Neri, con una sonrisa amplia que descubre todos sus dientes y molares

Sin embargo, como dice la canción, todo lo que empieza termina: al caer la tarde inicia el regreso a la Marina y la muerte del sol despliega como regalo último todos los matices y colores del trópico.

Como una imagen eternamente efímera, como la borrachera e impertinencias del Enamorado Mayor.

Pero las gaviotas seguían ahí: volando imperturbables ante los gritos cada vez más alegres de Campa, Campa, rememorando el nostálgico cerro de la Sultana (de la Campana).

Todavía al bajar, los Cardenales de Nuevo León animaban la postrera:

Entre lo peor/ de lo peor, soy el peor/ un individuo insoportable/ muchas veces indeseable/ sé que soy inaguantable, con tu amor que tanto amo…

 

 

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