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1535 14 Marzo 2014

 

MUROS Y PUENTES
Ella vuela sola
Raúl Caballero García

Dallas.- Tengo esta idea que me hace recordar que en mis tiempos el crecimiento de los niños solía quedar grabado en el quicio de las puertas. Hoy en casa podría medirlo con la evolución de los gustos musicales. ¿Cómo decirla? Por ejemplo de entre las radioemisoras digitales la que yo escucho es Pandora; en ella he dispuesto “estaciones” o “programas” con bandas de toda la vida; con frecuencia pongo la “Frank Zappa”.

De entrada, al “sintonizarla”, te ofrece una pieza del brillante Zappa, enseguida una serie de músicos “amigos” del artista, o sea, por lo regular grupos que se podrían clasificar (si de eso se tratara) en el mismo circuito que las ondas de Zappa; así, en la serie más reciente, por ejemplo, han desfilado Cream, Capitán Beefheart, Pink Floyd, King Crimson, de nuevo Zappa con The Mothers of Invention, luego Jeff Beck, Led Zeppelin, Jimi Hendrix y así, o sea, puros de aquéllos.

Cuando Valentina comenzó a disfrutar a los Beatles y a los Rolling Stones yo me presumía a mí mismo que una especie de ósmosis se generaba propiciando una-herencia-cultural-padre-hija que desaletargaba mi ego o mi vanidad de papá; me gusta pensar que mis gustos influyen-a-manera-de-legado en los suyos... pero ahora las cosas se están revirtiendo.

Esta mañana me vine esuchando el disco El Camino de The Black Keys, que ella me presentó. Por las mañanas llevo a Valentina a la prepa (cuando comience a manejar me va a dar otra crisis, pero por ahora y por fortuna todavía faltan algunos meses); por lo general es ella la que maniobra la música durante el trayecto; desde hace unos días activa una de sus estaciones digitales que se llama 8 Tracks, donde lo mismo le da por escuchar piezas pre rock and roll que indie rock. En el trayecto alcanzamos a oir baladas de la prehistoria que al paso de los días alterna con los grupos contemporáneos que le llegan y, precisamente, a lo que quiero llegar es que a la segunda pieza de The Black Keys le pregunté quiénes eran. Lacónica me dijo el nombre de la banda que en realidad es un dúo.

Ya no sé bien en las alturas en que anda. La pieza de The Black Keys que me llamó la atención carga reminiscencias de Jethro Thull, pero sus autores enseguida se deslindan, se meten en su blues rock, ese que los críticos tienden a clasificar como Rock de Garage Restaurado.

Recientemente Octavio –uno de sus hermanos mayores– le regaló un disco de los Arctic Monkeys que supo deseaba, un elepé por cierto, pues le gusta escuchar discos de vinilo, al viejo estilo (como en mis tiempos, aquí les guiño un ojo); pero en fin, más allá de los nombres de sus grupos actuales –Arctic Monkeys, Imagine Dragons, Young the Giant y otros– sé poco o nada de sus creaciones.

Ayer fue al concierto de Imagine Dragons, y unos días antes fue al de Young the Giant en House of Blues; o sea, comienza a volar por su cuenta. Conoce bien, también, a los teloneros de los conciertos; en una sobremesa me mostró videos de Nico Vega, una banda californiana, y me describió The Naked and Famous; me hizo comentarios sobre esos grupos y, en fin, la observé en su individualidad (no me queda otra, los hijos crecen): me gustó, me cayó bien, hizo que en mis adentros sonriera, respetuoso, admirándola. Pos qué más, es mija.

Todo este rollo porque el otro día deambulaba entre los discos de Barnes & Noble y de pronto me acordé de la música de Vale: busqué The Black Keys y ahí estaban varios de sus discos. Hallé El Camino y lo compré. En estos días pasados ha sido su madre quien la ha llevado a la escuela, por lo que me pidió el disco de marras para grabarlo en el audio del auto materno. Cuando me lo devolvió esta mañana, al momento de intercambiarlo de mano a mano, le pregunté: “¿Está bueno?”; no hizo comentarios, pero antes de darse media vuelta aqueó las cejas y peló grandes los ojos, como exclamando “¡Oh, yeah!” La vi alejarse, dándome la espalda, le vi las alas desplegándose. Se fue a sus cosas.

 

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