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1535 14 Marzo 2014

 

Luis Villoro
Víctor Reynoso

Puebla.- Murió la semana pasada uno de los filósofos mexicanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, Luis Villoro. La filosofía, que en la Antigüedad Clásica y en la Ilustración fue el centro del saber y del conocimiento hoy parece ser muy poca cosa.

¿Cuál es el aporte de la obra de Villoro? ¿Nos ayuda pensar los problemas contemporáneos con mayor claridad y profundidad? ¿Tiene sentido leerlo? Creo que sí.

La política está en el centro de su obra. Pero con una amplitud y una profundidad poco frecuentes. Es decir, desde una perspectiva filosófica. En su libro El poder y el valor (1997) plantea con claridad la cuestión política central de la modernidad. Recordando que ninguna época en la historia occidental tuvo mayor confianza en la razón que la que abarca los siglos XIX y XX (de 1879 a 1989, podríamos precisar), señala la paradoja: “ninguna época conoció el mal en una dimensión tan amplia.”

Algo falló. Y Villoro se pregunta qué. Cuál “razón” estuvo en ese fracaso. El libro intenta dar respuesta a ésta, la gran pregunta política de la modernidad, respuesta que debe estar en la base de la política del siglo XXI. No es necesario estar de acuerdo con las respuestas de Villoro para reconocer que las preguntas son sustanciales e indispensables. Su crítica al individualismo lo lleva a propuestas comunitarias no del todo precisas o convincentes. Su crítica al liberalismo político lo hace proponer un republicanismo un tanto vago, quizá poco realista. Pero son avances útiles que pueden ayudarnos a pensar respuestas más convincentes, en caso que no aceptemos las suyas.

Más accesible al lector medio es su libro El pensamiento moderno (1992). En él están presentes las preocupaciones políticas del autor, pero también desde una perspectiva amplia, “filosófica”. Su tema, sugerido en el título, es uno que se puso de moda a fines del siglo XX pero que sigue vigente: ¿se acabó ya la época conocida como modernidad? ¿Estamos ya en otra, a la que habría que llamar “posmodernidad”?

Villoro es claro, consistente y lúcido en su respuesta. Muestra tanto las debilidades del pensamiento moderno en sus dos vertientes: la relación del hombre con la naturaleza por un lado y con la sociedad por el otro. Ambas son insostenibles en su acepción original: la modernidad hizo de la naturaleza un instrumento al servicio del hombre, un medio, un objeto de su codicia y afán de dominio. El resultado es la destrucción ambiental que amenaza la vida en el planeta. La sociedad y la historia fueron vistas con la ilusión de progreso necesario e inevitable, algo insostenible hoy.

Pero el fin de estas perspectivas no es el fin de todos los principios de modernidad. Más que abandonarla y adoptar una concepción que para Villoro es vaga y ambigua, la posmodernidad, habría que actualizar y elevar a fines superiores los valores de la modernidad. Dejar la idea ingenua de progreso y dejar de ver a la naturaleza como un instrumento al servicio del hombre para ver que tiene sentido en sí misma. Dice Villoro: “El hombre deja de escuchar lo que tengan que decirle las cosas, para exigir que se plieguen al lugar que les señala en su discurso. El árbol solitario ya no es esa vida extraña cuyo sentido es desarrollarse en plenitud, florecer, albergar la aves, ofrecer sus ramas al sol, en comunión con la riqueza inagotable del universo; su sentido no le está dado por su relación con el todo”.

No es casual que recurra con frecuencia a la palabra “sentido”. No es casual que al final del libro hable de la dimensión de lo Sagrado. La modernidad entre 1789 y 1989 dio como resultado el “desencantamiento del mundo”. La nueva modernidad le da un sentido distinto. Quizá Sagrado, con mayúscula, no con un sentido religioso sino secular.

Profesor investigador de la UDLAP.

 

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