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1553 9 Abril 2014

 

¿Cómo se hace un dictador?
Samuel Schmidt

Ciudad de México.- Me encontré en youtube una película sobre Stalin y me saltó a la mente la pregunta sobre qué es lo que construye el poder de la cabeza de Estado. En una democracia, el origen del poder reside en un arreglo institucional cuyo soporte es el acuerdo de los ciudadanos, y el jefe de Estado tiene diversos factores de equilibrio que limitan que se puedan cometer excesos.

En el autoritarismo hay una combinación de factores, que van desde un acuerdo limitado de los ciudadanos al control personalista de áreas públicas que avasallan a los individuos, especialmente los aparatos represivos. Todavía quedan algunos límites al poder, aunque hay una fuerte capacidad para rebasarlos. 

En el totalitarismo el poder se sustenta en el control personalista de las decisiones, y las instancias públicas que se someten a la voluntad del dictador.

En los sistemas autoritarios y totalitarios el manejo del miedo es fundamental. Los políticos saben que la clave de la permanencia y la promoción residen en el otorgamiento gracioso de dádivas, premios y concesiones por parte del jefe de Estado, así los méritos con frecuencia consisten en una lucha entre personas, pugnas marcadas por la traición. La lealtad se le debe al jefe de estado, no a las instituciones y por supuesto, nada a los ciudadanos, porque no es gracias a ellos que se logra la promoción. La estabilidad del regimen se traslada a la cabeza y eso provoca una suerte de complicidad de los políticos, que le temen a la descomposición del sistema cuándo el jefe desaparece. En el sistema autoritario esto es menor, porque hay una circulación de líderes que facilita recambios políticos, aunque las ignominias que se cometen se producen por los valores distorsionados de los políticos.

Siempre hay el riesgo de que los líderes enloquezcan. Stalin, al igual que muchos dictadores, era mitomano; construyó grandes mentiras para consolidar su poder, y terminó creyendolas, así como a sus propias conspiraciones. Inventó que había enemigos acechando a la revolución mientras generaba una hambruna que asoló a su propio pueblo, los georgianos. De hecho, parece ser el modelo que inspiró a Amartya Sen para concluir que los regímenes totalitarios producen hambrunas. Y siguió elaborando conspiraciones que nadie intentaba desmantelar, como por ejemplo su agresión contra los judíos, porque supuestamente los médicos lo querían evenenar.

¿Enloquecen los dictadores y los concentradores de poder en los sistemas autoritarios? Sin duda parecen sufrir de megalomanía; son muchos los que quisieron convertirse en los “dueños” del mundo; destacan Napoleón, Hitler, Stalin, y en versión tropical tenemos a Echeverría, que creyó que podía ser secretario general de la ONU; Carlos Salinas, que movió todo lo posible para regular el comercio mundial; y en mucho menor escala Vicente Fox, que no arregló el conflicto entre las Coreas porque le faltaron los 15 minutos para arreglar el conflicto en Chiapas.

La locura de Stalin arrasó con millones de soviéticos, de hecho mató más que Hitler y construyó campos de concentración que no diferían mucho de los nazis. Y no obstante eso, una parte de la izquierda sigue negándose a denunciarlo. Parece que la defensa de los derechos humanos se puede diferenciar ideologicamente.

Muchos de estos maniácos asesinos utilizan la razón de Estado para justificarse; consideremos que un torturado y un asesinado son demasiados, así que aún viéndo el asesinato desde el punto de vista del dictador, no puede uno menos que preguntarse sobre la necesidad del asesinato, a no ser para infundir miedo e intimidar a propios y extraños. ¿Por qué Stalin mata a Trotsky cuando era innecesario? Ya había purgado al sistema de los trotskistas, había acorralado a la cuarta internacional, los comunistas mexicanos, sometidos a la URSS, habían marginado a los trotskistas; pero la sed de sangre, el odio temprano, el mensaje de que ningún “enemigo” del Estado, o sea del dictador, está a salvo en ningún lugar de la tierra, y eso lo lleva a borrar de la tierra a un gran pensador.

La desgracia de Marx y Trotsky, y del mundo, es que muchos de sus seguidores vulgarizaron sus ideas y en nombre de esos teóricos cometieron infamias imperdonables.

La otra pregunta consiste en indagar sobre las causas que llevan a los seguidores a cometer actos sangrientos para complacer al jefe. Hay una anécdota que una vez un presidente mexicano comentó en voz alta que “ya no aguantaba a alguien”, y eso bastó para que el “alguien” apareciera muerto unos días después.

El espíritu sumiso de los que buscan congraciarse con el dictador, facilitan una historia de ignominia donde los abusos caen en cascada sobre una sociedad que esperanzada ve hacia los líderes esperando un bien, sin imaginarse muchas veces, que ellos pueden estar en la mira.

 

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