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1565 25 Abril 2014

 

Genio literario
Víctor Reynoso

Puebla.- El genio literario de Gabriel García Márquez está muy por encima de sus opciones políticas. Seguramente el escritor nunca sospechó que su novela El otoño del patriarca evocaría a su amigo Fidel Castro. ¿Pensó, al escribirla, que sería imposible, al menos para el lector del siglo XXI, no vincularla con Castro? Quizá no. En 1975 el líder cubano tenía todavía muchos simpatizantes, que estaban lejos de verlo como un dictador. Incluido el Nobel colombiano.

Las diferencias entre el dictador de El otoño y Castro son obvias. El primero fue impuesto por los norteamericanos, declara a su madre (Bendición Alvarado) Patrona de la Nación, multiplica sus concubinas. Nada que ver con el cubano. Pero la concentración del poder en un individuo y otras muchas y diversas implicaciones unen a los dos caribeños, el dictador ficticio y el real.

Vargas Llosa ha escrito que la literatura de García Márquez “compite con la realidad”. Pero la realidad, en el caso del dictador cubano, compite con la literatura de García Márquez. Un dictador no impuesto por los gringos, sino que los desafía, resiste el acoso del imperio y hace de ese desafío y de esa resistencia su principal apoyo. ¿Qué sería del régimen de Castro sin el apoyo que ha significado su aversión a los Estados Unidos?

Un dictador con un apoyo real, apasionado, inusitado. Un colega cubano emigrado a México recordaba, sorprendido, que como niño de doce años vivía con una angustia: ¿qué sería de mí si Fidel muere? Todo un pueblo dependiente afectivamente de su gobernante. Eso, ni García Márquez lo imaginó.

Pero lo que imaginó y escribió fue sin duda prodigioso. Si la literatura es una forma de felicidad, como decía Borges, en algunas novelas como Cien años de soledad, considerada como novela total (Vargas Llosa), el lector experimenta una especie de felicidad total. Aunque quizá le sobren años, como decía también Borges.

Recuerdo una entrevista con este escritor argentino. Le preguntaron sobre la literatura latinoamericana y eludió la pregunta: “soy ciego, tengo que ser muy selectivo en lo que me leen, y me he concentrado en las antiguas gestas sajonas”. El entrevistador insiste y Borges descalifica: “hace tiempo traté de leer a Cortázar, pero no me interesó”. “¿Y García Márquez?” preguntó el periodista. “García Márquez sí es un escritor importante”, respondió el autor de El Aleph.

Es difícil que un escritor elogie a otro, más si es menor de edad (Borges nació en 1899, García en 1927). La distancia en tanto en estilos literarios, en personalidad, en posiciones políticas de ambos escritores da más valor al juicio positivo de Borges. Le da casi un carácter insólito. Habla de algo que está más allá de ideologías políticas, estilos, personalidades: el genio literario, lo que hace a una obra digna de ser leída, trascendente, significativa.

Como el hecho que “compita con la realidad real”. ¿Quién no ha visto o vivido algún hecho familiar, social o político como si lo hubiera leído en Cien años de soledad? Seguramente sólo quien no ha leído la novela. Pero quizá no sea sólo que compita con la realidad, sino que nos ayuda a verla. A percibir en ella la parte mágica del realismo tal como la vemos en las novelas y cuentos del colombiano recién fallecido.

El mundo es mejor después de Gabriel García Márquez. Su obra no sólo nos ha ofrecido y nos seguirá ofreciendo momentos de felicidad, oportunidades de “pasar un buen rato”. También nos permite ver mejor, con mayor claridad y profundidad, la vida que nos rodea.

Profesor investigador de la UDLAP.

 

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