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1590 30 Mayo 2014

 

Contra ley anti-aborto
Eloy Garza González

Monterrey.- La ley anti-aborto que en primera vuelta aprobó el Congreso de Nuevo León es un retroceso legal: toda mujer tiene derecho a decidir lo que quiera con su cuerpo. Ninguna autoridad pública puede arrogarse la facultad de impedir que una mujer tome la opción que más le plazca con respecto a su vida reproductiva: es suya y de nadie más.

Históricamente, por cancelar los derechos reproductivos se han limitado las libertades a la población femenina en muchos países que han terminado por hundirse en regímenes autoritarios o abiertamente represivos. Lo peor es que nuestras mismas clases altas de San Pedro que defienden hipócritamente el derecho a la vida, son quienes a escondidas, en la clandestinidad que les facilita su dinero, se practican abortos frecuentemente.

Con esa facilidad de cancelar un embarazo no deseado no cuentan las mujeres pobres; de manera que en Nuevo León ya no solamente serán víctimas de abusos en clínicas insalubres que ponen en riesgo su salud: a partir de ahora también serán delincuentes. O tumba o a cárcel: vaya opción que les deparamos a las mujeres pobres.

¿A partir de qué etapa de la fecundación podemos hablar de vida humana y por tanto de protección de la ley al feto, o desde antes, al cigoto, aunque ésta protección se lleve de encuentro la vida de una mujer? El debate sigue vivo. Por ende, tampoco se puede legislar en un tema aún controvertido. Pero como remedio tajante a este dilema, en Nuevo León ya atentamos legalmente contra la vida de las mujeres que se practican abortos, a instancias de varias asociaciones privadas que incluso han sugerido la esterilización forzosa de las trabajadoras, especialmente las domésticas.

La propuesta, además de insensible es racista: forma parte del mismo catálogo de valores de las mochas locales de siempre, esas que se oponen igualmente a que las mujeres sean profesionistas porque así destruyen el sacrosanto núcleo familiar tradicional. Estas mojigatas son también las enemigos de los homosexuales, de las razas supuestamente inferiores y de los credos religiosos distintos a los suyos. Esto tiene un nombre: intolerancia. Y ellas tienen un sambenito: fanáticas, aunque en el fondo su fanatismo se desmorona con sus íntimas conductas contradictorias.

Quienes defienden la ley anti-aborto y promueven esta cruzada reaccionaria contra la libertad individual (cuyo éxito es evidente, por el momento, en Nuevo León), se asumen moralmente superiores; se erigen como guías piadosas. En realidad son tumbas blanqueadas, para usar su propia terminología bíblica. Olvidan que ninguna mujer que aborta lo hace por gusto, por capricho o por placer. El aborto es generalmente la última elección de una crisis de conciencia profunda, diferente en cada caso excepcional como la violación, el incesto o el resigo de muerte de la madre al dar a luz. Pero eso no lo piensan los anti-abortistas. Bueno, en realidad no piensan nada.

 

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