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1613 2 Julio 2014

 

¿Por qué escribimos poesía?
Eligio Coronado

Monterrey.- Es sabido que la poesía no es rentable. Entonces, ¿por qué se sigue escribiendo? Me parece que sus oficiantes no la ven como un medio de subsistencia económica, sino espiritual. Un asidero definitivamente existencial. En Final de diluvio*, Juan Domingo Argüelles (Chetumal, Qro., 1958) lo confirma: “No vivo por la poesía. / Ni siquiera podría decir que vivo para ella. / Pero, a veces, sólo gracias a ella puedo vivir” (p. 91). 

Así es la naturaleza de las vocaciones: hay que ejercerlas, no guardarlas en el archivo de los eternos pendientes: “Porque sentimos que lo que sentimos / otros lo sentirán cuando nos lean. / (…) de todos modos no hay manera / de dejarlo de hacer. Y ése es el punto” (p. 90).

El punto es escribir, soltar las riendas de la pluma, abandonarse a ese solitario placer o tortura que nos libera de las cargas emocionales que se van  acumulando en el trayecto: “No elegí las palabras. Llegaron, impetuosas, / y fincaron su imperio plenas de voluntad” (p. 31), “Los que escribimos poemas / estamos destinados a la infelicidad” (p. 95), “Escribo sobre la hoja móvil de este cuaderno / de mareas. / (…) Si algo perdura (…), será tal vez no el trazo / sino el grito de auxilio en la tormenta” (p. 51).

¿Y para qué escribir si nadie lee? ¿Para qué autoinmolarse en la página? ¿Para qué despojarse de las múltiples palabras que nos visten si ello sólo genera indiferencia?

La creación poética no puede depender de la existencia de lectores, de las variaciones del mercado literario, del prestigio o fama que ello podría conllevar, del apoyo financiero, beca o pago de honorarios, o simplemente del aplauso.

Se escribe por una necesidad vital, urgente e impostergable: “En días como estos / no hay nada que decir: / sólo mirar. Hablar / mancha la luz, / entorpece  la lengua, / y el oído no está para escuchar” (p. 23), “Serenidad del agua. / Ni la brisa la altera. / Mar en calma” (p. 48), “Tarde de pájaros. / La algarabía de los árboles / es todo lo que hay. / La luz se extingue, / pero antes de morir / emite un alarido, / un oleaje de trinos” (p. 24).

El tema es lo de menos (y el estilo, el tono, la intención, etc.), lo importante es crear cuando llega la idea y nos llenamos súbitamente de palabras: “Este es Puerto Escondido, / aunque no lo parezca. Si imaginó de más / es su problema. No somos responsables / de sus sueños y no hay devolución de su boleto” (p. 28).

  • Juan Domingo Argűelles. Final de diluvio. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Hiperión, 2013. 117 pp. (Colec. Poesía Hiperión, 650).

 

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