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1620 11 Julio 2014

 

La época de corolas en las curules
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- En los albores de México como nación, sobraban poetas y faltaban diputados. Se recitaba en las tertulias familiares, en los certámenes de declamación y en los Juegos Florales, y la educación sentimental de los primeros ciudadanos mexicanos fue rimada en alejandrinos y endecasílabos perfectos. Ahora, en México sobran diputados y faltan poetas: la cultura de masas es visual y sólo se recurre a la poesía en formato paródico estilo Monsiváis: “Y en medio de nosotros, la tele como un Dios”.

Pero hubo una época entre el siglo XIX y el XX en donde la cantidad de poetas y diputados se dividía en partes proporcionales. Es más: todo gran poeta solía ser diputado. Lo interesante estriba en que estos curuleros aludían a su condición de legisladores como si fuera una carga alimenticia. Era una forma de supervivencia más o menos digna, por lo demás cobrada míseramente.

Salvador Díaz Mirón, que era un pendenciero de siete suelas y a la vez un exquisito escritor lírico (quizá el mejor de su tiempo), se volvía más quejumbroso cuando subía a la “Más Alta Tribuna de la Patria” que cuando pisaba la cárcel, cada vez que mataba a un semejante. No se hallará en el Archivo General de la Nación el testimonio de ningún vate entonando loas a su función de diputado, pero sí el lamento de decenas de poetas magistrales que sufrían por gastar sus horas en el Honorable Congreso levantando el dedo, en vez de escribir sus versos. Pero para hablar de corolas tenían que sentarse en las curules. Abreviando, no había corolas sin curules.

Decía el poeta Manuel Gutiérrez Nájera de un colega suyo: “Yo deploro oír a Díaz Mirón en el Congreso. La poesía es un barco que se incendia; todos los poetas se arrojan al agua o –lo que es lo mismo– a la política. Y la política, astuta y perversa, retiene para siempre a los que caen en sus tupidas redes”. Opinión negativa que no privó al propio Gutiérrez Nájera de ser electo  diputado en 1888 y cobrar –poquito pero quincenalmente– su sueldo como legislador. Para variar, don Manuel también se quejó de sus quehaceres legislativos: “necesitamos de esa protección (del gobierno), porque aquí, menos que en ninguna parte, puede abandonarse la marcha de las cosas a la simple iniciativa individual. El gobierno lo es todo y debe intervenir en todo”.

Quizá a raíz de tales quejas, los poetas dejaron de ser solicitados mayoritariamente en el Congreso y cedieron el espacio destinado a la intelectualidad (o sea, su curul de entes pensantes) a los militares, que no podían improvisar discursos ni en defensa propia, a los leguleyos y a los oradores pomposos (que sabían combinar como verdaderos artistas la vena lírica y la zalamería palaciega). Sin embargo, la memoria que dejaron nuestros poetas en el Palacio Legislativo es, por obvias razones, indigna del reconocimiento público.

Ya en el siglo XX, los poetas tomaron un rumbo más prestigiado y los diputados el camino contrario de la falta de respeto social. De tal suerte que el notable poeta Renato Leduc les escribió un poema titulado “El diputado”:  “Con la boca reseca, reseca / y el cabello erizado, erizado... / corretea de la ceca a la meca / el presunto señor diputado. / Trasudando sufragio-efectivo / caga sangre el señor diputado / al pensar que pudiese algún vivo / comerle el mandado... / Ya en la paz del Congreso descansa / triunfador el señor diputado / bien repleto el bolillo y la panza / y en la boca fruncida, un candado.

Desde entonces, poetas y diputados no se llevan en México, y sólo en muy contadas excepciones los grandes poetas aceptan posar sus asentaderas en una curul. Este fue el caso del muy popular Jaime Sabines, diputado federal por el PRI en 1988, quien apenas ocupó su escaño, escribió: “En quince días de asistir a las sesiones del Colegio Electoral, he escuchado las siguientes expresiones en contra de los miembros del PRI: los priistas son sordos, ciegos, mudos, miopes, deshonestos, incapaces, ineptos, inconscientes, insensibles, cínicos, mafiosos, traidores a la patria, falsificadores, magos, alquimistas, burladores del pueblo, ladrones, asesinos, hampones, inmorales, sinvergüenzas, desfachatados, corruptos, culeros, irresponsables, sucios, impostores, criminales, irracionales, infames, acarreados”.

Y remata: “Les doy las gracias porque –ante la inminencia de ser expulsado de la historia– nunca como ahora me había sentido tan a gusto en el PRI". Ya se ve que el gobierno lo sigue siendo todo.

 

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