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1622 15 Julio 2014

 

Morenazis
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- Leo un libro que pronto será un best seller en México: Historia Mundial de la Megalomanía, de Pedro Arturo Aguirre, un repaso ameno y en muchas páginas irónico de las proezas, andanzas y milagros de los líderes políticos que han propiciado el culto a la personalidad y cuyas consecuencias son (no) por todos conocidas. Su lectura es muy recomendable, sobre todo para esos tres o cuatro jóvenes ignorantes panistas de Jalisco que se dicen neonazis, seguidores a escondidas de Hitler, que las redes sociales han rebautizado como “morenazis”.

Pero también convendría que leyeran esta obra los periodistas y contadores de este hecho igual de intrascendente como las ideas (es un decir) de este trío de prietos-arios jalicienses.

Nazis han existido en México desde que un pintor de quinta categoría ascendió al poder en Alemania a principios de los años treinta para provocar la Segunda Guerra Mundial. Lo que pasa es que en los mexicanos la disciplina, como virtud pública, no se nos da ni para que entre todos contengamos los arrebatos temperamentales de un director técnico de futbol con apodo de insecto neóptero. Y el nazismo es la única locura colectiva que demanda disciplina a dosis criminales.

Al margen de unas cuantas revistas clandestinas (porque no las leía nadie), del Partido Sinarquista (más influido por la ideología fascista que nazi) y de los grupos pro-hitlerianos que en los años cuarenta brotaron como hongos en México, Guadalajara y Monterrey, en nuestro país el nacionalsocialismo ha sido puramente testimonial. Desde luego, cuando Hitler todavía estaba en el poder, la suástica y el saludo del brazo al frente fue adquirida por muchos mexicanos –era de esperarse– como la última moda importada de Europa.

Nazi dicen que fue de joven el Presidente Miguel Alemán, quien gozó incluso de una amante teutona (y tetona) que se llamó Hilda Krüger, enviada por el Tercer Reich para acostarse con él, con el abuelo del ahora comentarista de radio Ramón Beteta y con Ignacio de la Torre, nieto de Porfirio Díaz y uno de los primeros mirreyes mexicanos. A los tres los espió, los persuadió, intentó ganarlos para su causa y cuando perdió Hitler, los abandonó y se fue a meter a la cama de Jean Paul Getty, el Carlos Slim de los años 40.

Nazi confeso fue el periodista Rubén Salazar Mallén (cuyas primeras ediciones de sus obras tengo en mi biblioteca por interés historiográfico) y José Vasconcelos, “Maestro de la Juventud de América”, quien ya de viejo vinculó el nacionalsocialismo con sus alucinadas teorías de la raza cósmica, hasta que murió Hitler y entonces descubrió de un día para otro que en los campos de concentración se mataban judíos.

Simpatizante nazi fue de joven José Pagés Llergo, fundador de Hoy, Mañana y finalmente de una revista que por puro lugar común bautizó como Siempre! Don José se convirtió por un rato al nazismo cuando visitó Alemania como corresponsal de prensa y el Führer se dignó a saludarlo de mano, técnica persuasiva más eficaz que cualquier discurso político.

En Nuevo León, varios empresarios ilustres con nombres de calle y avenidas profesaron la doctrina nazi, cuyas vidas serán materia para la segunda parte de este artículo. Sin ocultar que en este estado, al igual que en Edomex, Jalisco, Coahuila y Tamaulipas, un grupo de políticos treintañeros han querido actualizar los símbolos y normas del Tercer Reich para hacer sociedades secretas cuyas sesiones (para variar), terminan en carnes asadas y Tecates Light.

La diferencia entre ellos y Salazar Mallén, José Vasconcelos o José Pagés Llergo estriba en que los primeros son unos pelagatos; y los segundos se llaman Salazar Mallén, José Vasconcelos y José Pagés Llergo. Y eso les lava tantito la deshonra.

 

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