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1622 15 Julio 2014

 

CRONOS CRÓNICO
Alejandra y Rodolfo
Jorge E. Villalobos Gómez

Torreón.- Se conocieron en la Academia de Policía de Ciudad Juárez. Ambos eran cadetes de buenas calificaciones y desempeño. En las familias de los dos existían miembros que laboraban o habían sido policías. Era fácil suponer por qué la inclinación de los jóvenes a ser guardianes del orden, sobre todo en un tiempo violentamente marcado por la llamada Guerra contra el narco.

Egresaron de la academia y decidieron acudir, alentados por las prestaciones y el sueldo, al llamado de una convocatoria para integrar el nuevo cuerpo policíaco de otra ciudad, de Torreón, ya que la anterior corporación del lugar había sido disuelta por corrupta e inflitrada.

Ya en esa población y en funciones de patrulleros, planearon tener su propia familia. La promesa de casa propia, seguro médico de alta cobertura y otros beneficios laborales ofrecidos, cimentaban la idea, a pesar de los riesgos consabidos por trabajar en un lugar caracterizado por la violencia extrema, como en su natal Juárez.

Vino el embarazo y la marcha de las cosas se dio a pesar de los cuestionamientos que ya merodeaban en la cabeza de ambos. Dudas surgidas ante el embate cotidiano de sicarios armados con potentes rifles de asalto y lanza-granadas. Dudas ante los dilatados trámites burocráticos para hacer efectivas las prestaciones ofrecidas. Dudas ante la incapacidad de sus superiores para dotarlos de una moral que amortiguara, tan siquiera, la desigual lucha. Sólo órdenes extenuantes y miedo. Miedo a todas horas, en el patrullaje, en la casa, de día y de noche, miedo no sólo a los facinerosos sino también a los propios compañeros. La pareja acordó, a pesar de todo, aguantar los meses faltantes del proceso de gestación y después pensarían si emigrar y cambiar de oficio.

Al día siguiente, estaba Rodolfo  pensando en el nombre para el vástago que estaba por llegar, cuando el sargento le notificó que pedían refuerzos y le ordenaba acudir al llamado. Por la información deducía que Alejandra, quien estaba de servicio, estaría cerca de la refriega. Al arribar observó la patrulla asignada a su esposa y dentro de ésta un cuerpo. Era el de ella. Exánime. Se cercioró. Luego se sentó al lado de su compañera y descargó su arma en una sóla ráfaga a través del parabrisas del vehículo.

La fotografía del vespertino mostraba dos cuerpos ensangrentados dentro de una patrulla semicalcinada. El encabezado dramatizaba aún más el hecho por el embarazo de ella. Horror. Los familiares que vinieron de Juárez por los cuerpos lamentaban a gritos la tragedia. Pedían, como todos, justicia.

Se rindieron honores a la pareja caída, discurso, salva, aplausos, himno nacional, lágrimas, muchas lágrimas, algunos gritos ahogados clamando los nombres de sus hijos, nietos, sobrinos, hermanos... Ahora, a correr detrás de los funcionarios encargados de hacer justicia; a rogarles que hicieran su trabajo, a que cumplan. Plantones. Marchas. Indiferencia. Rabia.

Y mañana, o pasado una semana, un mes, nadie sabe cuándo ni quién ni dónde, alguien se encontrará con el odio y la ceguera de otros, la locura de los ocultos y el cinismo montruoso que inocula portar una arma autómatica, una bomba lacrada por el vecino imperio norteño para exterminar, desde la oscuridad, a más mexicanos.

 

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