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1622 15 Julio 2014

 

Patita de perro
Luis Villegas Montes

Chihuahua.- Estoy haciendo liacho. Ya me voy. No sé si me las merezco o no, el caso es que me voy de vacaciones. No voy solo; van conmigo Adriana, María y Adolfo. A Manzanita, la tortuga, le va ir a dar de comer Myrna, mi  cuñada; a Florencia se la lleva Manuela a su casa; y el más reciente miembro de la familia, Xiao zise, un pez que compró María y a quien tienen viviendo en florero (literal), se va también a casa de Sebastián –no tengo ni la menor idea de quién es ni qué flautas toca en nuestras vidas, pero el hecho escueto es que será el encargado de velar por la salud del pececillo–.

Creo que necesito un respiro. Estoy cansado de este trajín y del sorpresivo regresar a mi vida de antaño: el Congreso, el Grupo Parlamentario, el Partido, la asistencia electoral, dar clases, etcétera, son referentes indispensables en mi biografía que eché en falta, todos juntos, los últimos años. Todos juntos, digo, porque algunos aspectos los viví por separado en fechas más o menos recientes pero, así en montón no; y lo cierto es que ese era yo hace 10 o 15 años. Mi vida giraba en torno al Partido, la actividad legislativa y la docencia.

El hecho, sin embargo, es que esta vida me cayó de sopetón y llevo meses (once para ser exactos) de uno a otro lado sin tiempo para “acomodarme” en ella. Estas dos benditas semanas me van a llegar como un chapuzón de irrealidad necesario para asumir este “nuevo yo” que, casualmente, es exactamente igual al viejo, pero poquito más cansado y pelón. Le llamo “chapuzón de irrealidad” porque pienso patear arriba y abajo allá donde el destino me lleve, cargado de indolencia, por un lado; y de júbilo y ávida curiosidad por el otro. Voy dispuesto a comer y a beber y a gozar de los míos; y, siempre que el ajetreo del día lo permita, devorar página tras página de los siete libros que cargo en mi liacho –a los que ni siquiera la envoltura les he quitado, único remedio para vencer a la tentación–.

Hace unos meses me gustaba decir que era feliz. Lo decía y lo escribía y en este ir o venir como que se me estaba olvidando. Y ese, lectora, lector querido, es el peor olvido imaginable y posible; una ingratitud del tamaño de una catedral. Me gustaba decir que era feliz alentado por un espíritu muy parecido al de aquellas personas que gustan de hacer ejercicio: No sé si la felicidad es un músculo del alma o se le parece pero me gusta pensar que sí, que así es; que a la felicidad “hay que ponerle”; hay que ponerle con gusto, con furor y ganas. Pero en estos días, presa de la zozobra de sacar adelante los pendientes del día a día y luego de la zacapela que nos puso en Coahuila el cochinote de Moreira, se me fue el avión.

Bueno, pues estos días voy a aprovecharlos para acomodarme el alma y poner las cosas en su sitio. La felicidad al principio; después el gusto por la vida y los pequeños milagros cotidianos que nos depara -como la límpida mirada de Florencia o la cercanía de una persona especial tras el cristal de una cerveza bien helada-; luego la calma, para sosegar los furores inherentes al quehacer político; detrás la esperanza, el optimismo y ya. Falta ver si dieciséis días me alcanzan para completar mi lista de sanas intenciones. Me conformo con la posibilidad de poder refocilarme en el ocio y poder leer mis siete libros.

No puedo dejar pasara el acierto, que no es casual, de que atiné con el nombre de las cuatro escuadras que contendieron en los cuartos de final en el Mundial 2014; escribí, el 22 de junio pasado: “En las semifinales, entonces, veremos a Brasil derrotando a Holanda y a Alemania bailándole un tango suavecito y desalentador a Argentina, lo que significa, por consiguiente, que el tercer lugar se lo van a disputar las escuadras argentina y holandesa”; huelga decir que, aunque no le iba a Brasil, yo juraba que la afición y el estar en su tierra iban a ser factores determinantes para hacerlos campeones por sexta vez; ya vimos que no y ni siquiera, luego de la paliza que les asestó Alemania 7 a 1, accedieron al tercer lugar. Hoy, ¡oh, sí, hoy! Veremos a Alemania coronándose campeón, tal y como debe de ser.

Yo, compro desodorante, limpio mis zapatos, doblo camisas y pantalones, empaco mis libros, y estoy más puesto que un calcetín para irme por fin de patita de perro.

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