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1643 13 Agosto 2014

 

De mujeres y Pavlov
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- Cuando era niño fui víctima de lo que se conoce como reflejo condicionado. El científico Ivan Pavlov había descubierto en 1890 que los perros activan sus glándulas salivales cuando huelen un pedazo de carne. Luego hizo un experimento cruel: cada vez que les daba de comer a sus mascotas, agitaba una campana. De manera que, aunque no recibieran su pedazo de carne, los perros comenzaban a salivar con sólo escuchar el tañido de la campana: habían aprendido a asociar los estímulos. 

“¿Y tú qué tienes que ver con los perros de Pavlov?”, me preguntó intrigado un amigo que es psicólogo. “Simple –le contesté–, cada vez que veía a una mujer atractiva, a mis siete años, le decía lo guapa que estaba. Obviamente todas sin excepción soltaban la carcajada. Desde entonces temo que si le digo guapa a una mujer se ría en mi cara ¿Te das cuenta? Me programé yo mismo ese reflejo condicionado”. 

Mi amigo psicólogo me observó incrédulo, con ojos de “nada tiene que ver una cosa con la otra”, y me contó la historia de “Little Albert”, un bebé que se volvió célebre porque en 1920 fue conejillo de Indias del científico conductista John B. Watson. El experimento consistía en que “Little Albert” jugara con ratoncitos vivos para empatizar con ellos. Hasta que un buen día, Watson comenzó a golpear un disco de metal con un martillo cada vez que el bebé intentaba agarrar uno de los ratoncitos. Desde entonces Little Albert (que con el tiempo acabó siendo “Old Albert”) desarrolló una ansiedad, un miedo irracional a los roedores, un reflejo condicionado.

Eso es parte de la escuela conductista y especialmente de la ingeniería del comportamiento: lo que se aprende, se puede desaprender. Lo que se programa, se puede desprogramar. Así se cultivan los rasgos del carácter que a lo largo de una vida forman la personalidad. Por supuesto, existen emociones básicas como la ira y el amor que ya portamos genéticamente. Incluso se ha diseñado una técnica para combatir algunas fobias denominada “desensibilización sistemática”; se libera paulatinamente las reacciones emocionales del paciente a la asociación de un estímulo negativo para vincularlo a un estímulo placentero.

“Entonces puedo desprogramarme de esa reacción emocional al estímulo negativo que sufrí de niño cada vez que le decía guapa a una mujer”, deduje con alivio, tras la explicación de mi amigo psicólogo. Pero su pregunta final me desarmó: “¿Apoco te has privado alguna vez en tu vida de decirle guapa a una mujer?”. Tuve que soltar cualquier tipo de fobias, complejos y traumas reales e imaginarios, para responderle con todas las fuerzas de mi desvergüenza: “No”.

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