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1658 3 Septiembre 2014

 

 

No sé qué voy a hacer de grande
María Eugenia Llamas

Monterrey.- Mi padre nació en Vitoria, España, en 1916. Perteneciente a una familia católica, conservadora, tradicional, fue el primer hijo del matrimonio formado por don Ángel Llamas, originario de León, y doña María Olaran, nacida en Guipúzcoa, región vasco-cantábrica. Tuvo dos hermanos: María Jesús (una de mis dos tías consentidas, quien aún vive en San Sebastián) y Rafael, extraordinario actor, quien tuvo una sólida carrera teatral en México, truncada por su muerte en 1980. Mi madre nació en París, en 1917; hija de don Dimitri Andresco, judío ucraniano, y de doña Ana Kuraitis, lituana, vivieron en varios países de Europa; quienes finalmente se establecieron en España.

Con la familia de mi madre hay material suficiente para hacer una novela fantástica, empezando por mis abuelos Dimitri y Ana, quienes fueron muy adelantados para su tiempo. La familia de mi padre no se quedaba atrás, pues es la pareja más dispareja que he conocido en cuanto a caracteres, actitudes y formas de mirar la vida.

Mis padres se conocieron en Madrid, en la universidad, en donde él estudiaba medicina, en la época terrible de la guerra civil española (1936-1939), guerra en la que un puñado de españoles lucharon y soñaron con instaurar una república, pero una Europa ultra conservadora (Francia e Inglaterra), y la intervención de los aliados de Franco (Alemania e Italia) acabaron con las esperanzas de buena parte de los españoles de la época, quienes tuvieron que salir de su país.

Y fue por eso que mis padres llegaron a México como refugiados, después de haber estado en un campo de concetración en Francia; llegaron en junio de 1939, a bordo del barco de vapor “Sinaia” (por cierto, en ese barco también llegó el poeta Pedro Garfias), gracias a la generosidad del gobierno de Lázaro Cárdenas; con mis padres venía Sonia, su primogénita, quien al poco tiempo moriría en Veracruz.

Deben haber sido muy difíciles esos primeros años para mis padres, pues aparte de jóvenes, habían dejado atrás familia, amigos, seguridad, y se encontraban en un país tan diferente en costumbres, comidas, formas de hablar; sin embargo, los animaba pensar que pronto volverían a España, sólo era cuestión de que cayera Franco; pero el dictador permaneció en el poder hasta su muerte en 1975, demasiado tarde para volver, pues ellos ya eran mexicanos por naturalización, pero, sobre todo, más mexicanos por adopción y asimilación. Esa es la historia de mis raíces.

Ahora voy a platicarles un cuento corto, casi monterrosiano: “Cuando nací, María Victoria, mi hermana, ya estaba ahí.” El primer recuerdo que tengo de ella es el siguiente: yo tenía tres años y María Victoria, seis; es la hora de la merienda; sobre la mesa hay pan dulce, conchas; hago alguna travesura o trastoco las reglas, tanto que mi papá se enoja y me manda al cuarto, castigada y sin pan. Un rato después viene María Victoria con una concha escondida en la ropa, para que yo pudiera cenar. Eso la pinta de cuerpo entero toda su vida: organizarle la vida a los demás en el ánimo de resolvérsela; salvar una “injusticia”, era su naturaleza.

No tuve una infancia normal: no fui bautizada, ni confirmada, ni hice la primera comunión, y a los tres años y medio gané el primer lugar en un concurso (ahora se llamaría “casting”) que organizaron los hermanos Rodríguez, para elegir a la niña que trabajaría con Pedro Infante en la película “Los Tres Huastecos”. Este hecho cambiaría mi vida y la de toda la familia, especialmente la de mi hermana María Victoria, pues es ella la que me lee los libretos para que me los aprenda, porque yo aún no sé leer, y cuando más adelante me llevan de gira, y mi mamá me acompaña, mi hermana mayor tiene que hacerse cargo de la casa: de mi papá, de la comida, de la ropa, de la limpieza.

Nunca he sabido si el personaje de “La Tucita” era como yo, o yo era como el personaje; lo cierto es que esa niña me ha acompañado siempre; esa niña es la que disfruta contando cuentos o actuando, bailando o jugando con mis nietos, escuchando música o rebelándome ante las injusticias, disfrutando una puesta de sol, o soñando que mi país podría ser mejor.

Este 2008 cumplo 60 años de carrera artística, pero todavía no sé qué quiero ser cuando sea grande.

* Texto publicado originalmente en el # 54 de La Quincena (abril de 2008). La Tucita falleció en Guadalajara, apenas el pasado 31 de agosto y ayer se realizó su funeral en Monterrey, bajo los auspicios del Dios Laico. [N. de la R.]

 

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