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1680 3 Octubre 2014

 

 

Ventajas de ser yerno de Slim
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- En México todos somos iguales ante la ley, pero algunos son más iguales que otros. Esta obviedad también aplica para los trámites burocráticos que enfrentan los emprendedores. Carlos Slim no batalló nada para que su yerno, el arquitecto Fernando Romero, obtuviera el diseño del que será uno de los más grandes aeropuertos internacionales del mundo: el de la ciudad de México.

Montado en el prestigio de un arquitecto legendario (Norman Foster), Romero ganó el concurso de la magna obra que se sospecha fue arreglado por su suegro. Lo eligió entre dieciséis proyectos un comité de expertos donde la mitad del número de miembros son funcionarios públicos en activo y otro tanto son contratistas de la administración federal.

Algunos analistas opinan que los trámites burocráticos ordinarios para diseñar el aeropuerto se dispensaron, dada la importancia de la obra (más de 120 mil millones de pesos). Y tendrían razón si no conociéramos de antemano los antecedentes profesionales de su principal artífice: el arquitecto Norman Foster.

La historia de este artista inglés está empedrada de tramites burocráticos en los principales países industrializados donde fue contratado para levantar edificios. En casi todos ellos vivió el mismo viacrucis oficial, menos en un par, entre ellos México.

En Londres, Foster estuvo a punto de ser demandado cuando construyó el Great Court del British Museum en el año 2000, porque no respetó la licencia de edificación, al construir con demasiada altura la nueva cubierta de cristal del patio. La inauguración de la obra fue pospuesta hasta que Foster demolió una parte de su construcción.

Ese mismo año las autoridades de Londres le clausuraron su Millenium Bridge, levantado sobre el puente sobre el Támesis para unir la catedral de St Paul con la Tate Modern, porque según el dictamen pericial el puente se bamboleaba de más.

Pero el choque más memorable de Foster con el gobierno de un país no fue por culpa de un museo sino de un aeropuerto: el de Pekín. El gobierno chino le retiró previamente dos proyectos de obras similares, tras haber ganado las respectivas licitaciones públicas. La tercera fue la vencida, pero a un alto precio de paciencia.

Los chinos obligaron a Foster a cumplir un plazo ridículamente corto para entregar su proyecto ejecutivo: noviembre de 2003 a enero de 2004, lo que no lo eximió de tener que cubrir cada uno de los trámites legales correspondientes, sin que las máximas autoridades chinas se dignaran conocerlo en persona. De hecho nunca tuvo relación directa con ninguno de los altos jerarcas del Partido Comunista.

En realidad, sólo en dos ocasiones Norman Foster ha logrado agilizar casi a la velocidad de la luz los escollos burocráticos para diseñar obras arquitectónicas: cuando ganó sin necesidad de concurso público alguno la creación del Palacio de la Paz y la Reconciliación en Astaná Kazajistán (2006), y cuando ganó en sociedad con el yerno de Slim el diseño del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, tras la licitación de un comité de expertos mexicanos puesto a modo (2014).

 

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