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1681 6 Octubre 2014

 

 

El presidente en su laberinto
Joan del Alcázar

 

Valencia.- La situación en Cataluña está cada vez más complicada y preocupante. Recuerda aquellas películas de submarinos que sufren una avería grave o daños en acción de guerra, se van al fondo y la temperatura de los reactores sube sin freno porque no hay forma de refrigerarlos.

De vez en cuando, el marinero encargado de mirar la aguja de la temperatura dice aquello de: “Trescientos cuarenta y subiendo”. La aguja catalana ya hace rato que está en la zona roja del medidor y los protagonistas intercambian miradas como las de los tripulantes del submarino.

La confrontación entre el que dicen bloque soberanista y el que podríamos decir bloque unionista, encabezado por el Partido Popular, es cada vez más explícita. La vicepresidenta del gobierno de Madrid ha reconocido que estamos ante el peor escenario posible. Sáez de Santamaría que –a pesar de tener el vicio de hablar como aquel que explica obviedades a personas de pocos recursos intelectuales–, es la única ministra políticamente solvente del gobierno Rajoy, pensaba que Mas no haría nada al margen de la legalidad. Parece que de las conversaciones mantenidas en La Moncloa, el PP había llegado a concluir que sólo había que dejar que Artur Mas se ahorcara con su propia soga y que, cuando esto pasara, la aparición en escena del Tribunal Constitucional haría lo que faltaba para deshinchar el souflé catalán. Qué estrategas de vía estrechada los del Gobierno de Madrid. Dan escalofríos.

La buena cuestión es que el bizcocho no se ha deshinchado, entre otras razones porque la situación ya no es un asunto estrictamente partidario ni, por supuesto, está bajo el control de sus aparatos, y menos todavía del de Convergencia Democrática de Catalunya. Habrá que apuntar de paso que esto de Convergencia i Unió está ya in articulo mortis: la conjunción i que los unía es cosa del pasado, dado que ni las formas mínimas se mantienen.

El PP querría –o habría querido– que Artur Mas reculara, que se hiciera atrás y que esto hubiera deshecho la [relativa] unidad de acción de los partidarios de la consulta prevista para el 9 de noviembre. El problema es que el presidente Mas está dentro de un laberinto del que le resultará difícil salir. No recuerda la situación del Presidente ningún submarino, sino la novela en la que García Márquez narra las últimas semanas de vida del Libertador, Simón Bolívar. El general ya no tenía dónde ir, ni que hacer, y la decadencia física de una vida de excesos lo había dejado convertido en una especie de espectro de sí mismo. Más allá de un muy reducido grupo de fieles, Bolívar no tenía ni siquiera dónde retirarse; estorbaba a los antiguos amigos, y los enemigos no querían sino acabar definitivamente con él.

No es visible, afortunadamente, ningún deterioro físico en el presidente Mas; más bien al contrario, parece disfrutar de un excelente estado de forma. El paralelismo del que hablamos radica en que quizás pronto empezará a ser un estorbo para unos y para otros. Mas ha entrado a un laberinto (si somos optimistas) o en un callejón sin salida (si nos dejamos arrastrar por el pesimismo), huyendo de los silencios y de las [impresentables] formas políticas de Mariano Rajoy.

Hace mucho tiempo que Mas perdió el control de la situación, y sólo mueve sus piezas a las casillas del tablero que los adversarios (que  son unos cuantos) le permiten o le obligan. El Muy Honorable catalán apostó fuerte en 2012, y convocó elecciones. El resultado fue de los que hacen época: perdió 12 escaños en el Parlament de Catalunya, al pasar del 38.4 al 30.7 de los votos válidos. Contrariamente, Esquerra Republicana más que duplicó sus resultados de 2010 en cuanto a escaños (de 10 a 21) y casi dobló los votos (del 7.0 al 13.7 por ciento). El Partit dels Socialistes también sufrió una buena derrota, pasando de 28 a 20 escaños y perdiendo casi un 4 por ciento de los votos (del 18.3 al 14.4 por ciento). Además, en el Parlament obtuvieron representación hasta siete fuerzas políticas, al entrar también las CUP.

De entonces acá, Artur Mas es un líder con los pies de barro. Tarde o temprano el frente soberanista se romperá o cambiará tanto la correlación de fuerzas que Convergencia y Mas pasarán a un segundo peldaño en cuanto a la dirección del proceso. Las encuestas dicen que ERC ya supera a Convergéncia, todavía con más margen del que obtuvo a las últimas elecciones europeas; que el PSC está al borde de la extinción, y que el PP puede ser dado por desaparecido en Cataluña. Las previsiones hablan de fuerte inestabilidad de un futuro gobierno, con un Parlamento con ocho organizaciones representadas, atendido la irrupción con fuerza de Podemos, que sigue haciendo valer su discurso contra la Casta. Un tipo de profecía que va cumpliéndose día tras día, como hemos visto esta semana con la corrupción de las tarjetas en dinero negro de la cúpula de Bankia, precisamente la entidad del mayor desastre bancario español de todos los tiempos.

¿Qué hará Artur Mas el día 9 y, sobre todo, que hará después? Sabremos si está en un laberinto o en un callejón sin salida. Lo más importante, no obstante, es que cada día que pasa queda menos tiempo para la política con mayúscula, y además quienes tendrían que dirigirla no dan la talla. Es difícil creer que Rajoy sea un interlocutor válido para una política de negociación y de pacto; difícil por no decir imposible. A pesar de que las encuestas dicen que tres cuartas partes de los electores catalanes quieren votar, desde Madrid no saben más que hablar del deber sacrosanto de cumplir la ley y de pedir iniciativas a los otros. ¿Para cuándo las iniciativas de Rajoy? Está claro que la ley se tiene que cumplir. Pero, cuando la distancia entre la ley y segmentos mayoritarios de la sociedad se demuestra tan grande, cae por su peso que ha llegado la hora de revisar la ley para actualizarla y ponerla en sintonía con la nueva realidad social.

No es sencillo hacer esto. Y exige tiempo, compromiso y lealtad entre los negociadores. Hoy por hoy todo son exigencias innegociables, prisas y falta de lealtad por las dos partes. En cuanto a Artur Mas, si se deja arrastrar por el clima político que él y otros han contribuido a crear entre buena parte de la ciudadanía de Cataluña y quiere inmolarse política y personalmente, todos lo lamentaremos. Tal vez releer a García Márquez y El general en su laberinto le ayudaría a ver un poco más claro entre tanta niebla.

 

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