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1709 13 Noviembre 2014

 

 

Los violentos
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- Los vándalos aparecen en las movilizaciones sociales sin tener claro por qué protestan ni qué piden los manifestantes. Eso no les importa. Las marchas son un pretexto para vomitar su encono. Ni los justifico ni los defiendo, trato de entenderlos; los explico.

Los anarco-encapuchados, que siempre están presentes en casi todas las manifestaciones, tienen un rasgo común. Además de ir al desmadre para ver si salen en la tele, asisten para huir de la rutina de la marginación, se juntan para sacar su enojo contra los otros, contra el sistema, contra la vida, contra todo; van a saquear y a destruir. Y no es gratuito.

Carecen de opciones. Su vandalismo no es decisión personal, es contagio colectivo, es el resultado de la ruptura del pacto de convivencia social.

Son víctimas de la pobreza. Algunos fueron paridos en la vía pública, nacieron sin que nadie los deseara, crecieron en la calle, pasan la noche en las alcantarillas del drenaje de la ciudad, padecen enfermedades crónicas, viven intoxicados por el alcohol y los inhalantes, sufren la ausencia o muerte de sus padres, son resultado del rezago educativo; en suma, son consecuencia del abandono total.

Nada importa si su participación fortalece o debilita al movimiento social que les sirve de coartada. Lo que importa es romper el aburrimiento de la muerte en vida a la que el deshumanizado sistema los condenó. La destrucción es relajo, una forma de diversión. Como nada es suyo, todo les es ajeno y por eso les vale.

Por supuesto que no todos los violentos que se cuelan en las manifestaciones tienen niveles de vida infrahumanos. No faltan los halcones infiltrados, a más de que existen quienes deciden destruir por otras razones. Estos merecen comentario aparte.

Me refiero por lo pronto a los vándalos gestados en la violencia sistémica: la desigualdad. No podemos declararnos sorprendidos. Según el Coneval, de 117 millones de mexicanos, 54 viven en pobreza porque sufren dos de las carencias más elementales: alimentación, salud, seguridad social, educación, servicios básicos y espacio en la vivienda. 11.5 millones viven en pobreza extrema porque carecen de tres o más, y los jóvenes de entre 15 y 29 años que ni estudian ni trabajan, suman más de 7 millones. ¿Qué podemos esperar?

Estos millones de mexicanos son los bisnietos de una revolución que cobró muchas vidas en busca de igualdad y justicia social que no llegó. Y saben que no llegará. Son los decepcionados de una utopía que se corrompió. Son los damnificados de la vida cotidiana, los jodidos, los olvidados, los violentos a los que no se les puede controlar, menos aniquilar, porque son demasiados y el sistema los replica día a día.

El vandalismo es el odio colectivo de los que han podido sobrevivir al olvido. Es dolor convertido en rabia.

¿Por qué nos indigna tanto la violencia de los desposeídos de su condición humana? ¿Acaso la deshumanización no es la mayor de las violencias?

 

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