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1711 17 Noviembre 2014

 

 

Larga marcha de los manifestantes zombies
Eloy Garza González

 

San Pedo Garza García.- Hace días, un grupo de universitarios de la ciudad de México me convocó a una marcha para protestar por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.

Lo original de su acto de protesta consistirá, según sus promotores, en que los manifestantes lo harán disfrazados de zombies, al estilo The Walking Dead. Por supuesto decliné la invitación.

Muchos miembros de mi generación hemos sido lo que desde hace décadas se conoce como contestatarios, que es la manera elegantes de decir que somos contestones, sinónimo de respondones.   

Pero el problema de muchos miembros de la actual generación de jóvenes, es que sus protestas sociales están influidas no por una ideología específica sino por los cómics; no por líderes revolucionarios sino por superhéroes animados. Y aunque no se acepte, hay sus diferencias.  

Lo mismo en Los Ángeles que en la ciudad de México, la realidad se puebla cada día más de fantasía y se anega de irrealidad. Las tribus urbanas no son ya repertorios de moda underground, sino pasarela de disfraces exóticos: darketos, trashers, emos, punks. Los jóvenes fans de Tin-Tan en la Zona Rosa de la ciudad de México no se “visten”, más bien se “disfrazan” de pachucos: la diferencia no es menor. Creen representar la contra-cultura cuando son un mero apéndice del mainstream. Aspiran a ser radicalmente políticos, cuando en realidad son infantilmente retrógrados.

Hace años, en Austin, me topé a media mañana con una amiga disfrazada de oso panda. Formaba parte de una ONG en contra del maltrato de animales exóticos y su disfraz simulaba el sufrimiento de estos animalitos por culpa de nosotros, los seres humanos. Traté de ser sutil pero franco con ella: “A mi modo de ver, tú no eres una defensora cívica disfrazada del oso panda –le dije–, más bien eres una señora ridícula vestida con un mameluco de peluche a media calle”.

Esos personajes infantilizados, con los que Disney corrompió aquellos hermosos cuentos de Perrault, Christian Andersen y los hermanos Grimm, son emulados por los jóvenes de la generación “Net”, o la generación “Y”, o como quiera bautizarse a muchos chavos actuales que se creen muy sofisticados, muy trendy o hipsters (que para el caso lo mismo da).

El pato, el perro, el ratón antropomórfico de Disney, sin madurez ni conciencia plena, han viralizado para la eternidad su legado de inocencia perpetua, de inculpabilidad irresponsable, en suma, de estupidez autoinducida (que es la peor). “El traje es mi personaje llevado a la vida real (sic)”, declaraba a El Norte un pobre muchacho regiomontano, que se cree la encarnación viviente de Buzz Lightyear.

La animación por computadora se ha convertido en filosofía existencial; ya no se trata de personas, sino “personajes” que organizan anualmente convenciones llamadas Anthrocon, en Pittsburgh, Pensilvania. O el llamado Furcon, realizado cada enero en San José, California. Pronto, las mega-urbes serán extensiones mejor o peor logradas de los parques de diversión de Orlando.

El futuro podría aguardarnos con una sociedad deliberadamente inocente, viviendo en un mundo de tira cómica, a lo Disney, sin odiosas responsabilidades ni compromisos de fondo que fastidien a los actuales jóvenes. Mientras, otros cientos o miles de compañeros suyos, caerán asesinados o desaparecidos por criminales de verdad, de carne y hueso, en complicidad con autoridades públicas más mortíferas que cualquier zombi que recorre las calles desoladas pero ficticias de The Walking Dead

 

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