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1719 27 Noviembre 2014

 

 

Casino
Guillermo Berrones

 

Monterrey.- De esas veces que te abandona la suerte y te abandonas a la indiferencia de los demás, en un sábado cualquiera; decides explorar el lugar más insospechado: un casino de juegos de azar.

Después del frustrado intento por entrar al cine y ver La Dictadura Perfecta, las opciones no fueron muchas. Regresar a casa significaba enfrentar de nuevo el tráfico que sorteaste para llegar al cine de la plaza comercial, donde la falta de un lugar para estacionar el coche acabó por complicarlo todo. Buscar algún restaurante donde cenar, era lo mismo: manejar haciendo corajes. Saliste de casa huyendo de los avatares de la domesticación para venir a caer en las trampas de la soledad, una soledad colectiva, pero soledad al fin.

A unos cuantos pasos del cine está la puerta de la suerte. Pasas el arco detector de metales y te encaminas a lo que parece la recepción de un hotel de viajeros. Dices que quieres jugar y pides te expliquen el procedimiento. Hay que comprar una tarjeta con créditos, pero debes mostrar tu identidad oficial, la credencial del IFE o del INE. No la llevas consigo y entonces no puedes jugar. Por primera vez, en el jubileo de tu vida, debes demostrar tu mayoría de edad. Vaya ironía. Sonríes y tu bigote encanecido se extiende en una burla poco disimulada. La única opción es deambular por los pasillos, entre la luminosidad de las maquinas y su musiquita seductora de monedas cayendo en cascadas abundantes de riqueza inmediata. Ahí nace la ilusión, en la alegría de una música monótona e hipnótica.

Los jugadores, en su mayoría mujeres, son como cosmonautas adheridos al mullido sillón de su nave. Los botones en el tablero se encienden al tacto repetitivo de los soñadores. En las pantallas giran las figuras y se detienen a un palmo. El score marca cifras que ascienden y descienden como los créditos de las tarjetas de los apostadores. El acumulado es una tentación latente. No hay ganadores. No hay sonrisas de triunfadores.

Las máquinas se tragan todo: sueldos, ahorros, herencias, emociones y núcleos familiares. Es un lugar mágico y te detienes a ver las alfombras de los pasillos y piensas en los muertos del Royal. Los abrazó el fuego y murieron abrasados por las llamas. Fue su suerte, dicen. Su mala suerte. La misma que tiene encapsulados a estos jugadores que te rodean sin percatarse de tu presencia.

Encaminas tus pasos a la barra y pides una cerveza. Otra ironía: la Victoria en tus manos, la única victoria que se puede alcanzar sin jugar.

 

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