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1746 5 Enero 2014

 

 

Los amarres perros de Jorge Castañeda
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- Un amigo, quien compró el libro de Jorge Castañeda, me decía que no lo había comenzado a leer porque lo inhibía el tamaño. Sucede a veces. Uno de los publicados por Carlos Salinas de Gortari, convocó a pocos lectores en parte debido a sus proporciones ladrillescas, aunque también a su tono autolaudatorio, muy frecuente en los textos de actores políticos.

No creo que el del excanciller foxista corra con la misma mala fortuna, no obstante que fue escrito con propósitos similares: justificar acciones u omisiones en el ejercicio del poder.

Advierto también otra razón para la conquista de lectores por Amarres Perros: al lado de aquellos afanes se miran también los literarios, de la buena escritura, a la cual no le faltan riqueza y elegancia. Asimismo, ciertas intenciones de explorar honduras pasionales y sicológicas. Quizá allí donde estas intenciones resaltan, se encuentran los párrafos mejor logrados. Algo    más que debemos agradecer al libro, es la inclusión de múltiples documentos íntegros sobre cada tema, así como pistas y ligas para quienes deseen ahondar en la información.

Imposible que en una corta reseña pueda darse cuenta del cúmulo de informes, datos, cavilaciones y disquisiciones, contenidos en los cientos de páginas del libro de Castañeda. (No puedo decir cuántas, porque lo leí en una cómoda versión digital.) Hay temas, como su efímero paso por las filas del Partido Comunista Mexicano, o sus relaciones y actuación en Nicaragua y El Salvador a la sombra de su padre, el entonces  canciller Jorge Castañeda de la Rosa, que despiertan escaso interés en los lectores de hoy. No sucede lo mismo con las referencias a la política exterior mexicana y a las disputas por el poder político, tramas que ocupan el grueso del texto.

En el año 2000, cuando el flamante gobierno de la “alternancia” –que no fue tal– tomó posesión, su novel secretario de Relaciones Exteriores proclamó un cambio radical. La vieja política abstencionista sostenida por decenios y sintetizada en los principios de la no intervención en los asuntos internos de los estados y el respeto a la autodeterminación de los pueblos tocaba a su fin. Estos “infumables” apotegmas, así como el credo nacionalista que los respaldaba, sostuvo Castañeda, eran inútiles en el mundo globalizado. Sin embargo, a pesar de la pretenciosa retórica, los cambios se advirtieron sólo en las relaciones con el gobierno cubano y en menor medida con el norteamericano.  
                  
En el primer caso, se pretendió abandonar los vínculos “con la revolución y comenzarlos con la República de Cuba”. Ello se tradujo en una exigencia, aunque oblicua, del respeto a los derechos humanos en la isla. El clímax de la pugna que abrió el gobierno de Fox con el de Fidel Casto, se produjo en la reunión de Monterrey, convocada por la ONU en marzo de 2002. El gobernante cubano decidió asistir a última hora, como lo acostumbra como medida de protección; y el mexicano se vio en el brete de pedirle que se marchara apenas si terminara de comer, para obsequiar los deseos de George Busch, quien no quería toparse con el líder cubano en algún  momento de la reunión.

Castañeda publica parte de las conversaciones entre mexicanos y cubanos, tratando de mostrar cómo la razón y la honestidad estuvieron de este lado. Pero, cuando Fidel Castro dio a conocer la grabación del diálogo completo entre él y Fox, el grueso de la opinión pública condenó al guanajuatense. Unos pocos reprocharon la marrullería del cubano, pero la mayoría encontró deleznable la majadería de Fox, contraria a la inveterada costumbre de los mexicanos, a quienes nos gusta guardar toda clase de cortesías si tenemos visitantes en nuestras casas. El episodio del “comes y te vas” terminó en una de las mayores pifias del sexenio, que dejó al líder cubano burlándose de la estulticia del “de las botas”, como a veces llama Castañeda a quien fue su jefe. El episodio marcó el punto de inflexión en la carrera del heterodoxo canciller.        
Uno de los ejes en la propuesta de Castañeda para el nuevo gobierno, fue la de alcanzar un acuerdo con Estados Unidos para garantizar la protección de los derechos humanos y laborales a los varios millones de mexicanos indocumentados residentes en aquel país. México trató de comprometer a distintas organizaciones de la sociedad norteamericana, con vistas a lograr el convenio, la famosa “enchilada completa”. Al final, todo quedó en la nada, porque el gobierno de Bush ya no tuvo oídos sino para atender la situación derivada de los ataques a las Torres Gemelas. Castañeda piensa que nunca se estuvo tan cerca de firmar el convenio. Quién sabe, la reflexión es aquí, puramente especulativa.

Las luchas por el poder político han tenido en México –aunque no sólo aquí, desde luego– como protagonistas seleccionados a los integrantes de un cenáculo, compuesto por los príncipes. Son éstos los hijos o nietos de gobernadores, ministros, generales, presidentes, quienes han sido formados para ocupar los altos sitiales del Estado. Buena parte de ellos han carecido de las dotes intelectuales requeridas, pero han gozado del dinero, las conexiones y los recursos de toda índole para hacerse con los puestos públicos. Jorge Castañeda es uno de esos privilegiados, con la diferencia que recibió una educación esmerada, producto de la ilustración de sus padres, el diplomático nombrado y la políglota Oma Gutman Rudnitsky.

Su estancia en el gobierno fue breve, a pesar de sus ambiciones confesas de formar parte de cada gabinete a partir del de Fox; y siguió siendo sobre todo un escritor y un académico.

Tanto él como su amigo del alma y luego rival, Adolfo Aguilar Zintser (también Rosario Robles), se me antojan aquellos prototipos dibujados por Maquiavelo: individuos a la búsqueda del poder político, que tratan de no contaminar su actuación pública por componentes venidos de otros ámbitos como la moral o la ideología. Sirven tanto para un barrido como para un trapeado.

Si Castañeda no ha tenido  todo el éxito deseado en estas ambiciones, es por su incapacidad para desplegarlas desde el seno de los partidos políticos, por hoy los únicos –y malhadados– instrumentos para arribar al poder estatal. Su intento de aparecer en las boletas electorales del año 2006 como candidato independiente a la presidencia de la república se frustró por este hecho. Fue una buena pelea que rendirá frutos a la larga en esta batalla contra un monopolio político del que han hecho uso las camarillas partidarias para cometer toda clase de tropelías, labrar complicidades para asaltar las cajas públicas y perpetuar el trafique con las aspiraciones e intereses de los trabajadores. Todo ello, en contra de las esperanzas concitadas hace unas décadas.

La actuación de Castañeda, en cambio, de avalar los ataques del gobierno de Fox en contra de la democracia para impedir el triunfo de Andrés Manuel López Obrador; y luego su ayuda a Felipe Calderón, arrimándole contactos internacionales con la esperanza de ser nombrado secretario de educación  pública, lo deja mal parado. Es una de estas incongruencias en quienes dicen comprometerse con relaciones democráticas, respeto a las leyes y luego desertan cuando no conviene a sus intereses personales.

De acuerdo con la narración del autor, sus empeños tuvieron hasta ahora un final feliz. El Plan B, como sustituto del A, que significaba su reincorporación al gabinete, acabó por convencerlo. Mejor vivir la plácida existencia del escritor y editorialista exitoso, bien pagado, viajero por todos los rincones y amante socorrido según presume... hasta que llegue otra oportunidad de colocarse frente al tablero desde donde se manejan los hilos del poder, su obsesión.

 

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