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1757 20 Enero 2014

 

 

La apuesta del choque musulmán
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Un amigo, catedrático del Itesm, me invitó a tomar una copa: “es para celebrar que te gané una apuesta. No te la cobraré, pero sí te obligaré a recordarla”.

Dudé, no porque nunca apueste, sino al revés: diariamente lo hago, como lo hacemos todos los seres humanos cada día, en uno u otro sentido.  

“Pero en este caso era de dinero”, me aclaró. “En 1996, Samuel Huntington publicó The Clash of Civilizations. Y luego de leer el libro te aposté que los musulmanes sembrarían el terror justo en París. Tarde o temprano el Islam cumpliría su amenaza en contra de alguna de las miles de publicaciones satíricas francesas”.

Mi amigo me daba a entender que había profetizado el atentado contra el semanario Charlie Hebdo, del pasado 7 de enero, donde murieron doce personas. Todo porque la revista publicó viñetas bromeando sobre Mahoma. Desde entonces, más de un millón de personas se han manifestado públicamente en contra del hecho, bajo el lema: Je suis Charlie (Yo soy Charlie).

Cuando leí el libro del profesor Huntington, célebre en aquel entonces, me pareció que su tesis no era disparatada, pero sí peligrosamente simplista. Lo sigo creyendo. Reducir los conflictos geopolíticos del siglo XXI a un choque de civilizaciones destila cierto tufo a intolerancia académica. Y peor: a superioridad intelectual.

No recuerdo haber apostado por la negación de las tesis de Huntington (se apuesta sobre partidos de futbol, no sobre estudios académicos). Pero, si lo hubiera hecho, habría ganado de calle. Los autores de este atentado no eran tanto fundamentalistas como sociópatas; marginados sociales que no hallaban sentido a sus vidas miserables.

El suyo, más que fundamentalismo religioso, fue un problema psiquiátrico: eran delincuentes. Se me objetará que Al-Qaeda se adjudicó el atentado. También lo hubiera hecho el Ku Klus Klan, de haberse asumido los asesinos como miembros de ese grupo racista.

Pero queda lo principal: el Corán divide doctrinalmente entre creyentes e infieles. A estos últimos los denomina kafir (de donde deriva la palabra “cafre”, que significa vulgar o ignorante). Un kafir no está obligado a apegarse a la verdad del Islam. Los periodistas y dibujantes infieles de Charlie Hebdo no tenían por qué seguir los preceptos de su religión; no eran enemigos del Islam, sino satíricos de cualquier credo religioso.

De manera que la prevención de futuros atentados de este tipo no implica mayor vigilancia en los suburbios donde viven las comunidades musulmanas, sino en los individuos sociópatas, sean o no creyentes, con indicios de convertirse en posibles psicópatas de alto riesgo.

Quiero apostarle a mi amigo, el catedrático del Itesm, que el verdadero choque del siglo XXI no se dará entre religiones; sucederá en el campo de la psiquiatría; choque que, por cierto, ha existido a lo largo de todos los siglos, sobre todo cuando el psicópata está al frente de un gobierno.

Cuando quiera mi amigo el catedrático, dentro de diez o quince años (si vivimos ambos), le invitaré una copa no para recordarle la apuesta, sino para cobrársela. No seré yo tan benévolo como lo quiso ser él ahora conmigo.    

 

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